27.1.23

Sin filtro


 mediados de enero publiqué en Instagram una fotografía del celaje del alba en la que indiqué "Azul eléctrico tirando a luciferasa, sin filtro". Pronto una amiga escribió (y traduzco del catalán): "Puedes poner #sinfiltro #nofillter que mola mogollón, de hecho en IG hay incluso un reto". Aunque agradecí el comentario di a entender que ya conocía las etiquetas y que deliberadamente no las usaba. No quise dar más explicaciones porque era cavalgar sobre entredichos varios, presunciones y demás. En realidad creo que es un poco presuntuoso lucir esas etiquetas porque las cámaras digitales nos devuelven una imagen de la realidad que solo es verosímil. Es decir que para mí las cámaras ya son ante todo filtros, aunque no sea capaz de argumentarlo técnicamente o no encuentre las ganas.

Hay que hacer la observación de que la etiqueta #sinfiltro de IG se refiere a los filtros de edición que existen en las aplicaciones con las que manejamos las imágenes obtenidas con las cámaras de los móviles. Las etiquetas no se suelen referir a los filtros ópticos, que tradicionalmente se usan en las cámaras acoplados a sus objetivos, para conseguir determinados efectos.

Otra cuestión, no menor, es que sumarse a los retos o alardes que sacuden las redes sociales no deja de tener algo de gregario y de sometimiento a la moda. Seguramente las propias redes en sus algoritmos favorecen esas tendencias hasta que se agotan o se diversifican.

En octubre me robaron el móvil y desde entonces manejo otro que más o menos puede hacer lo mismo pero que es muy inferior en velocidad, en sonido, en fotografía, etc. Es más fácil adaptarse a un aparato mejor que a uno peor. Aunque alguna foto voy haciendo, como me resulta frustrante, hago muchas menos. No sé si me adaptaré o si finalmente cederé y me volveré a comprar otro móvil con una mejor cámara. De momento voy viendo qué ocurre y no excluyo la posibilidad de abandonar mi afición, ya que al fin y al cabo estropea la vista. Y sí, he utilizado a veces los filtros sobre todo cuando la cámara corrige la foto autónomamente y prefiero el "original". 

Para cualquier persona aficionada a la fotografía es fácil advertir si se han usado filtros o no, pero siempre que se hayan usado exageradamente.

Los otros filtros que están de moda son los de la opinión, que parece que en la vejez se van ausentando por la degeneración cerebral prefrontal. Podría ser. Pero no hay que excluir que los mayores están ya en condiciones de expresarse sin temor a la presión social y a los patrones convencionales. Así que también se suele decir que hay ancianos que hablan "sin filtros". Y así estamos.

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Otro "filtro" sería el de las mascarillas, cuya imposición parece que se va a levantar en los transportes publicos. Desde que empezaron a levantarse las alarmas en febrero de 2020 empezamos a usar mascarillas en el trabajo, porque tenemos muchos usuarios italianos y en Italia habían aumentado los casos de coronavirus en gran manera. Empezó el miedo por entonces. Por lo tanto, llevo usando mascarilla en el trabajo desde hace casi 3 años. Hubo un tiempo que además de usarla en el trabajo y en el transporte público tambien tenía que usarla en las visitas a la residencia donde vivió mi madre sus últimos meses de vida. Como además el año pasado padeció 4 ingresos en el hospital, en esos ingresos también tuve que usar mascarilla y a veces el equipo de aislamiento.

No he sido la persona más expuesta, pero he estado mucho más expuesta que otras personas de mi entorno que sí han dado positivo a COVID o han padecido alguno de los síntomas descritos. Sin embargo he usado la mascarilla por obligación en el 95% de las ocasiones que se me han presentado en mi rutina. Y el 5% restante es en gran parte porque al verme con personas muy vulnerables, así les podía dar la tranquilidad de que por mi parte no iba a venirles nada malo.

Aparte de que son incómodas, que dificultan la comunicación y que distorsionan la imagen, pronto me di cuenta de que las mascarillas se han usado de una forma que llega a la superstición. Por suerte los guantes no tuvieron el éxito que tuvieron las mascarillas, porque de otra forma "yo ya no sé", como se diría con filtro. En el uso de los guantes se juntaba la superstición y la ignorancia más cerril, cuando ─por ir acabando─ lo mejor en la vida común es un buen lavado de manos y no ir tocándolo todo.

Con el tiempo se le han visto a las mascarillas inconvenientes incalculables, como el de que los niños más pequeños no han podido hacer el aprendizaje de la comunicación verbal y no verbal de la manera óptima, o que se han debilitado las defensas inmunitarias de la población general. De eso hay evidencias más firmes que de la utilidad de las mascarillas contra los contagios, me temo.

Estoy casi totalmente segura de que hoy mismo ya habrá mucha menos gente que usará mascarillas en el metro. El autobús es otra cosa, porque parece que al entrar el conductor se vea en el deber de imponerla. Dudo mucho que a la vista de que esté a punto de levantarse la obligación de cubrirse la boca, el público espere a la aprobación de la ley y a su vigencia el 8 de febrero. Veamos.


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