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27 de septiembre de 2009

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23.9.09

Saudade (2)



Cubierta de la edición de A saudade portuguesa (Lisboa: Guimarães, 1996), de Carolina Michaëlis, y de Filosofía da saudade (Vigo: Galaxia, 2009), de Ramón Piñeiro

A Maria Justina Imperatori (juro por la salud de mi canario que se llama así),
uruguaya "por matrimonio", colega del Ministério da Saúde, con quien nos
hablábamos de usted y que ahora estará
felizmente jubilada pero activa, muy activa.

"Ser portugués cansa muchísimo"
Gabriel Magalhães

En el post previo (Lost in traslation), dejamos el tema de la saudade a la espera de conseguir el libro recientemente reeditado de Ramón Piñeiro, Filosofía da saudade (Vigo: Galaxia, 2009) y el de Carolina Michaëlis de Vasconcelos, A saudade portuguesa (Lisboa: Guimarães, 1996). Mi proveedor habitual de libros en gallego, la librería de la Galería Sargadelos, en la calle Provenza (esquina Rambla de Cataluña), sigue en obras. Empiezo a pensar que esas obras son una ampliación de la galería en detrimento de la librería, pero ya se verá cuando acaben.

Por una vez tengo que admitir que el tema se me resiste. Empecé a cogerle una cierta animadversión u ojeriza cuando me encontré en el libro de Laín Entralgo la… "poesía" de Miguel de Unamuno sobre la saudade:
"Soledad y salud hacen saudade:
salud de soledades,
soledad de saludos y saludes,
salud de santa soledad que salva.
Soledad de salud, recreación
en soledad de soledades, alba
de la salud eterna,
la salvación.
Salvador, saludador en soledades".

Desconocía yo que este “ingenioso poemilla” tiene que ver con la amistad de Unamuno y Teixeira de Pascoaes, quien publicó en 1912 “la conferencia 'El espíritu lusitano y el Saudosismo', texto que sirve de marco teórico a la escuela Saudosista que se genera alrededor de la Renascença Portuguesa y de la actividad editorial de su órgano, la revista A Águia, de la que fue director”. Después de esas rimas de “infanta” con “berganta” y de “Elena” con “pena” que nos han servido estos días y que retan todo comentario, el “ingenioso poemilla” de Unamuno queda no sólo perfectamente contextualizado sino que además queda refrendado por la rima “salva” con “alba”, que pasará a los florilegios líricos como uno de los hallazgos de la asonancia y de la consonancia en nuestra honorable lengua y en las lenguas hermanas y primas, tías y hasta suegras.

Los libros de Carolina Michaëlis (1851-1925) y el de Ramón Piñeiro (1915-1990) reúnen contribuciones de poca extensión, como un libro que tiró el año 1953 la Editorial Galaxia sobre La saudade. Aunque la extensión de un texto no es prueba de su vigor o rigor, no quiero dejar de remarcar esta observación. El libro de Michaëlis, “portuguesa por matrimonio” dice el prólogo, está compuesto por estudios de índole filológica, mientras que los del libro de Piñeiro son filosóficos, como de hecho ya se advierte en el título y es de agradecer puesto que los títulos que despistan o que apuntan lejos nos hacen perder un tiempo valioso.

Del libro de Ramón Piñeiro, extraigo una selección de textos:
A saudade é, xa se sabe, un sentimento. Mais é un sentimento especial que sempre resultou moi difícil definilo. Poucas veces se fala da saudade sen aludir á sua “inefabilidade”, e chegou a converterse no gran misterio galaico-portugués diante da curiosidades dos alleos”. (pág. 33)

Así, na ledicia o una tristura o sentimento reflicte una determinada situación vital, nun caso exaltada e no outro deprimida; na nostalxia o sentimento reflicte o arredamento da terra nativa e o desexo de retorno; na señardade, a lembranza dalgún ben perdido (nostalxia o señardade coinciden en seren sentimentos de ausencia, un de ausencia no espazo e o outro de ausencia no tempo); a melancolía e una forma de sentimento de tristura e reflicte, polo tanto, un estado de esmorecemento vital, que é o que entre nós recibe o nome de “morriña”. Sentimentos estes –tristura, nostalgia, señardade, melancolía, morriña-, que se viñeron considerando como afíns ou se identificaron coa saudade. Mais diferénciase deles una nota esencial: a saudade carece de referencia a un obxecto, fáltalle esa dirección significativa que nos permite a intelección dos outros sentimentos, que veñen a ser o “eco sentimental” de situacións alleas ó sentimento mesmo”. (págs. 33-34)

A existencia humana está guiada por un pulo de transcendencia que a abrangue na súa totalidade, pois a actividade total das súas dimensións está sempre encamiñada a saír da soidade orixinal, desa escura soidade que case que non é máis que un puro latexo de vida individualizada. O eco espiritual desta soidade é, xa o vimos, o sentimento é a lírica. A lírica é, pois, a exteriorización –a transcendencia, polo tanto- da soidade ontolóxica do home, una transcendencia que poderiamos chamar confidencial, posto que é a comunicación da intimidade radical de home, case que un falar consigo mesmo” (pág. 40)

Nos casos en que predomina a vivencia da transcendencia pura, como ocorre no Éxtase místico, esta intimidade soidosa queda anulada pola presenza do Ser; o ser individual case que se reduce a una vibración espiritual. Neste caso, o fundamento da concepción do mundo é a Divindade e non a intimidade do home, a súa expresión non é a lírica, como ocorre coa Saudade, é teolóxica.
E velaí como no ámbito cultural peninsular se dan estas dúas manifestacións. Castela representa o polo metafísico da vivencia mística; o mundo galaico-portugués representa o da Saudade.” (pág. 42)

Ay, no sé, creo que la saudade y la mística no son incompatibles, de la misma manera que no lo son Mickey Mouse y Bugs Bunny, aunque pertenezcan a ficciones distintas. Hasta podría haber una mística de la saudade y una mística saudosa. Podría seguir añadiendo párrafos y párrafos, que para eso me tomé la molestia de conseguir el libro, pero me temo que a mí al menos no me sacarían del atolladero de enterarme y de darme por enterada de qué es la saudade. Y, sin embargo, cuando yo creía que estaba tocando fondo, cuando todo cuanto leía injustamente y subjetivamente ya me parecía tedioso, que forzaba el significado y sus niveles, sin pulso, estancado y decepcionante, di con un artículo maravilloso en el suplemento cultural de “La Vanguardia” del 23 de septiembre. Es de un escritor angoleño que no conocía, Gabriel Magalhães. Ahora, tras haber leído “El misterio portugués” (*), estoy encantada y veo recompensado mi interés y hasta atendidas muchas de mis preguntas, y levantadas otras, que de eso se trata. Le felicito por su ¿análisis?, cuando referirse a una nación es tan difícil, delicado, comprometido, sólo apto para valientes o para incautos.

Reproduzco casi íntegramente el artículo a continuación porque me parece sin desperdicio la ruta que nos ofrece Magalhães por el desconcierto electoral como punto de salida (con los comicios lusos el próximo 27 de septiembre), por una de aquellas frases de Pessoa que tanto nos gustan y nos dan que pensar, por el destino de Portugal y su capital, por el culto a la distancia, por la intimidad, el pasado imperial aún vivo, por la certeza de que la historia no es lógica, por el barroquismo y otros excesos, por la victoria de Aljubarrota, por el cansancio de ser portugués y hasta por las lejanas pateras.

Está claro que el texto de Gabriel Magalhães tiene todos aquellos componentes que me valen la pena, que rima con “Elena”, con “llena”, con “serena”, con “buena”. Lo que me resulta en especial gratificante es que se trata de un texto vivaz. A veces servidora cuando lee libros de ensayo se aburre porque parece como si el rigor estuviera allí reñido con la gracia, como si el pensamiento tuviera que ser algo atormentado y atormentador (que rima con “peor”). Conste que mi cerebro disfruta mucho ante el esfuerzo (que rima con “mastuerzo” o berro) de una interpretación musical, ante la lectura de una partitura, y ante las abstracciones matemáticas y lógicas, pero que también me parece una gozada la Historia (que rima con “noria”), mientras que la mayor parte de los textos filosóficos –sobre todo de los filósofos que ignoran, en los dos sentidos de la palabra ignorar la Historia- me resultan un poco como aquellos pianistas que todo lo tocan igual. Y ya diré algún día, cuando tenga ganas (que rima con “ranas”), que ahora no las tengo, por qué.

(*) Dice Gabriel Magalhães en "El misterio portugués": (las negritas son de Aaoiue):
A los españoles se les olvida Portugal. Claro que saben qué es y dónde está, pero se les olvida. A los portugueses a veces también se les olvida España, pero no tanto. Cuando se construye una nacionalidad, hay que desconocer un poco los demás países, sobre todo los más cercanos. Pessoa lo dijo muy bien: "Todas las naciones son misterios. Cada una es el mundo entero a solas". Los pocos textos que los diarios españoles dedicarán a las elecciones legislativas portuguesas del 27 de septiembre no cambiarán esta situación. [...] Y todo volverá al olvido de siempre.
No obstante, cada vez más españoles se enamoran de Portugal y se adentran en el misterio portugués. Lo primero que comprenden es que se trata de un país apasionado por las distancias. Cuando se está en Portugal no se está en Portugal, sino más bien en el prólogo de algo que se continúa en América, en África, en Asia y en el más lejano Oriente. El destino del país vecino es el viaje: se trata de una cultura que se busca a sí misma en el más allá. La consecuencia es que Portugal se descentra, se transfiere para su periferia. Y después pasa que uno se encuentra en Lisboa con una ciudad que es un hueco de nostalgias.
Este culto de la distancia se refleja también en pequeños detalles de la vida cotidiana. Al portugués no le gusta, por lo general, convivir en la calle. Lo hace en la lejanía de las casas particulares. El primer contacto entre las personas adultas casi nunca empieza por el tú, sino por el usted. Hay amigos de muchos años y de férreas solidaridades que jamás se han tuteado. Siempre la distancia, aunque sea la distancia social de un tratamiento. Y en las cafeterías las mesas individuales se imponen a la barra multitudinaria.
Quizás por todo esto al portugués, cuando llega a España, le parece que las personas están hablando a voces y que las cosas se han acercado peligrosamente a su cuerpo. Para los lusitanos, que son seres soñadores y muy virtuales, visitar España es como darse un buen masaje de realidades. Entretenido con esta dimensión erótica de la hispanidad, el portugués suele olvidar el laberinto de culturas y nacionalidades que constituye una de las riquezas y uno de los problemas de España.
Piensan muchos españoles que Portugal es un país de pobres y se equivocan redondamente. Portugal es un país de ricos pobres, lo que es muy distinto. [...] Pocos países habrán despilfarrado tanto. Pocos países se han relacionado con su economía, a lo largo de los siglos, de un modo tan perdulario. El rey Juan V, monarca de la primera mitad del siglo XVIII, envió al papa Clemente XI una embajada memorable, cuyos carruajes increíblemente lujosos se pueden visitar aún hoy en día en el Museu Nacional dos Coches. Al monasterio de Mafra, obra millonaria que fue uno de los símbolos de su reinado, le puso dos carillones porque uno le pareció barato.
Quizás el origen de todo esto sea la época espléndida de la expansión marítima y del imperio, los siglos XV y XVI, en que Portugal, entrando en contacto con otros mundos del mundo, se perfiló como una novela de ensueño, inventando el realismo mágico antes de que fuera inventado. Lisboa se transformó en una ciudad muy rica: una "orgía de mercaderes", en palabras del historiador Oliveira Martins. En El burlador de Sevilla ,se cuenta que existían comerciantes lisboetas que medían el dinero en fanegas, como se medía el trigo, porque no había tiempo ni paciencia para contar monedas. En los pisos bajos del Palacio Real se situaba la Casa de la India, que controlaba el comercio imperial. Y en el estuario del Tajo podían verse más de 500 naves ancladas, venidas del mundo entero. Lisboa era en aquella época lo que Nueva York está dejando de ser para que Shangai empiece a serlo.
Al español le cuesta entender que el indigente portugués tenga una mentalidad tan aristocrática, pero así es, más por timidez que por orgullo. Resulta curioso comprobar que los lusitanos han sustituido los títulos nobiliarios por títulos académicos. A los licenciados se les trata socialmente de doctor y a los doctorados de profesor doctor, y en estas palabras hay como un eco de antiguos tratamientos de señor conde o señor marqués.
Por lo demás, el portugués es muy barroco. Le gustan los detalles, no las estructuras. Aprecia, en todo, el talento decorativo. En un restaurante, el filete de ternera se sirve con patatas, arroz y verduras: el filete es pequeño, pero notable su séquito gastronómico. [...] Portugal transmite una suave impresión de caos, parecida a la que uno siente en una tienda de antigüedades. En España reina una mentalidad más geométrica, más germánica, quizás recuerdo del esplendor alemán de los Austrias.
La historia no basta para explicar esta manera de ser tan encantadora cuanto, a veces, exasperante. Portugal nació en el siglo XII, fruto de la ambición de una familia francesa (el primer rey portugués, Alfonso Henríquez, es hijo de un aristócrata borgoñés), que se apoyó en la nobleza que existía entre los ríos Duero y Miño. En el remolino político de la reconquista nació este pequeño Estado, que en un principio intentó crecer hacia el norte, hacia territorio gallego, formando la unión lógica del noroeste peninsular. Pero la historia no es lógica, aunque pueda ser comprensible: fracasando en su aventura gallega, la expansión del nuevo reino se hará hacia el sur. Galicia y Portugal, que básicamente son lo mismo en lo que respecta a sus raíces, se separaron para siempre, y la especificidad portuguesa se desarrolló a partir de la fusión de su raíz galaica con las culturas árabes y semíticas meridionales.
En 1385, con la victoria de Aljubarrota sobre los ejércitos castellanos, Portugal se aleja de la unión peninsular y, pocos años después, con la conquista de Ceuta, en 1415, se lanza a su aventura marítima. En menos de cien años, este país construye el primer imperio de dimensión mundial, con posesiones en América, África, Asia y Extremo Oriente. En realidad, es el primer imperio global, muy frágil por supuesto, pero el imperio español y el francés, el glorioso imperio británico y el actual imperio virtual norteamericano son una continuación de este primer boceto portugués. A partir de aquí, Portugal vive en la esquizofrenia de ser una pequeña nación que ha llevado a cabo grandes cosas: el portugués actual es un enano cuyos abuelos resulta que eran unos colosos.
Desde el siglo XVIII hasta la actualidad, la cultura portuguesa, consciente de su decadencia, ha vivido marcada por la obsesión mimética de lograr parecerse a los grandes países occidentales: la misma obsesión que existió en España, pero en el caso español esta manía imitadora se equilibraba con el amor hacia la pandereta y hacia todo lo castizo. En Portugal, casi no existe este orgullo nacional. El portugués ama demasiado lo extranjero. Las películas en otros idiomas siempre se han subtitulado. Por el contrario, España no es país de subtítulos, sino de doblajes.
¿Cuáles son los retos actuales de la portugalidad? El lector ya se ha dado cuenta de que, en realidad, Portugal es un país inviable. Siempre lo ha sido. No posee una individualidad geográfica; sus raíces más profundas las comparte con Galicia; su propio idioma es una evolución, una mundialización del gallego. La independencia portuguesa hay que crearla todos los días. Por eso, ser portugués cansa muchísimo. Se puede ser alemán, británico o francés tranquilamente, pero sólo se puede ser portugués en la intranquilidad. Sin personalidad geográfica específica, los portugueses tuvieron que labrarse un territorio propio en la mar. Es con prodigios de este tipo que la portugalidad se ha ido construyendo. [...] La identidad portuguesa se fragua en este estado espiritual de vivir en la perpetua invención de su individualidad. Esto lo explicó muy bien Fernando Pessoa en Mensagem: el portugués es un militante de la imposibilidad. De su imposibilidad. Ser portugués constituye, en el fondo, una forma de heroísmo. En un occidente laico y hedonista, la sociedad portuguesa tiene alguna dificultad en aceptar el extraño sacrificio que conlleva la identidad lusitana. Y aquí se abre una paradoja: uno de los problemas del Portugal del último siglo ha sido su exceso de felicidad. La última invasión extranjera ocurrió en 1807; la última guerra civil se concluyó en 1834. Después de esto, las grandes catástrofes han ocurrido a lo lejos, como si fueran sueños. A lo largo del siglo XX, Portugal fue un país lunar. Y la nación se ha dormido.
El Portugal actual no sabe por dónde tirar. No sabe cómo despertar. Pero este problema, que parecía ser específicamente portugués, se ha visto que, al final, es de todo el mundo occidental. Quizás a causa de la fragilidad de su economía, Portugal sintió primero los síntomas de una crisis que es de todos. Efectivamente, la Península Ibérica constituye un lugar profético. Profética fue nuestra relación con el mundo árabe, a partir del 711: un anuncio de la tensión que marca, aún en la actualidad, las relaciones entre las naciones occidentales y el islam. Profética fue también nuestra expansión colonial: un bosquejo de la actual globalización. Profética fue en fin la guerra civil de España. Quizás esta capacidad de profecía ocurra porque llegan aquí primero las pateras de la historia. En el callejón sin salida que es el presente de Occidente, Portugal se siente, por decirlo de alguna manera, en su ambiente. El futuro que no tenemos hoy los occidentales es el futuro que Portugal siempre ha tenido. Y puede que la capacidad de inventar y de inventarse de los lusitanos sea una de las llaves del porvenir.”

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