"Algunas jibias y unos pocos pulpos sufren un proceso caleidoscópico casi continuo de cambio de color que no parece relacionado con nada de lo que ocurre a su alrededor, sino que quizá responde a una expresión involuntaria del tumulto electroquímico de su interior. Una vez que la maquinaria de producción de color en la piel está conectada a la red eléctrica del cerebro, podrían producirse toda suerte de colores y pautas que no serían más que efectos colaterales de lo que sucede dentro"
Peter Godfrey-Smith, Otras mentes: el pulpo, el mar y los orígenes profundos de la consciencia.
El despliegue de patrones de camuflaje o deimáticos o por el simple "tumulto electrolítico" está muy bien explicado en el libro de Peter Godfrey-Smith y puede acabarse de concretar en vídeos como el que National Geographic ofrece en su portal o en los que abundan en youtube. Eso me recuerda aquel precioso cortometraje de animación Oktapodi (2007), que ganó un óscar el 2009. Claramente la capacidad cromática natural de los cefalópodos es muy superior a la de Julien Bocabeille, François-Xavier Chanioux, Olivier Delabarre, Thierry Marchand, Quentin Marmier y Emud Mokhberi con la tecnología, pero es un corto delicioso.
No deja de ser conmovedor el esfuerzo de las criaturas para vivir cada cual en la medida de sus posibilidades. El libro de Godfrey-Smith da un giro dramático cuando nos dice que la vida de los cefalópodos no pasa de los dos años, cosa que redimensiona las maravillas que nos explica sobre el sistema nervioso que los caracteriza. Ese párrafo toma un cierto carácter dramático:
"Hacia el final de aquel invierno austral las jibias experimentaron un deterioro repentino. Era visible a lo largo de semanas, a veces a lo largo de días, cuando yo podía seguir a un individuo concreto. De forma espontánea empezaron a desmembrarse. A algunas pronto les faltaron los brazos y porciones de carne. Comenzaron a perder su mágica piel. Al principio creí que algunas de ellas producían manchas blancas como parte de una exhibición, pero una observación más detallada me demostró que, en cambio, la capa exterior de pie, la pantalla de video viva, se caía a trozos y dejaba atrás carne blanca y desnuda. Sus ojos se agrisaron. Cuendo este proceso alcanza su final, la jibia es incapaz de controlar su nivel en el agua. Una vez que se manifiesta el deterioro, este se produce de forma muy rápida. Parece como si su salud se desplomara desde lo alto de un acantilado".
Este tremendo final, si lo pensamos dos veces, nos sugiere más que el deterioro o el horror del estrago la idea de una metamorfosis hacia la opacidad, el desmembramiento y la indeterminación. La magnífica pantalla viva del cefalópodo se convierte en un trapo harapiento y sus ojos se velan. Es un proceso impresionante del que podríamos aprender lo que estemos dispuestos a admitir. En resumen iríamos a aquello de que cada cual muere como ha vivido. En los hospitales hemos visto muchos enfermos que se rebelaban contra la enfermedad y la muerte, como si nos pudiéramos rebelar contra lo que es inexorable.
Para los que saben apreciar el valor gastronómico de las sepias, los calamares y los pulpos, podríamos decir que a pesar de que el consumo es muy elevado y podría parecer que es insostenible, la posible preocupación quedaría atenuada por el hecho de que las puestas de cada cefalópodo son muy copiosas. Una hembra de pulpo puede poner hasta 100.000 huevos de una vez en una puesta. Dicho sea con el mayor de los respetos. Es decir, que si queremos comer pulpo podemos comerlo, aunque sean considerados "vertebrados honorarios" por los científicos. Pero sin extravagancias culinarias, y no me refiero a la mermelada de medusa de Bob Esponja.