17.4.22

Post 1768: Animales sin compañía

"Algunas jibias y unos pocos pulpos sufren un proceso caleidoscópico casi continuo de cambio de color que no parece relacionado con nada de lo que ocurre a su alrededor, sino que quizá responde a una expresión involuntaria del tumulto electroquímico de su interior. Una vez que la maquinaria de producción de color en la piel está conectada a la red eléctrica del cerebro, podrían producirse toda suerte de colores y pautas que no serían más que efectos colaterales de lo que sucede dentro"

Peter Godfrey-Smith, Otras mentes: el pulpo, el mar y los orígenes profundos de la consciencia.


tras mentes refiere que la piel de un cefalópodo es una pantalla de capas controlada directamente por el cerebro. Sus neuronas van desde el cerebro hasta la piel, pasando por todo el cuerpo, donde controlan músculos. Estos, a su vez, controlan millones de bolsas de color parecidas a píxeles. Una jibia percibe o decide algo, y su color cambia en un instante. En la  "pantalla" de la piel de los cefalópodos  intervienen tres tipos de dispositivos: los cromatóforos (para el rojo, el amarillo y el negro/pardo), los iridóforos (que permiten generar verdes y azules) y los leucóforos reflectantes.

El despliegue de patrones de camuflaje o deimáticos o por el simple "tumulto electrolítico" está muy bien explicado en el libro de Peter Godfrey-Smith y puede acabarse de concretar en vídeos como el que National Geographic ofrece en su portal o en los que abundan en youtube. Eso me recuerda aquel precioso cortometraje de animación Oktapodi (2007), que ganó un óscar el 2009. Claramente la capacidad cromática natural de los cefalópodos es muy superior a la de Julien Bocabeille, François-Xavier Chanioux, Olivier Delabarre, Thierry Marchand, Quentin Marmier y Emud Mokhberi con la tecnología, pero es un corto delicioso.

No deja de ser conmovedor el esfuerzo de las criaturas para vivir cada cual en la medida de sus posibilidades. El libro de Godfrey-Smith da un giro dramático cuando nos dice que la vida de los cefalópodos no pasa de los dos años, cosa que redimensiona las maravillas que nos explica sobre el sistema nervioso que los caracteriza. Ese párrafo toma un cierto carácter dramático:

"Hacia el final de aquel invierno austral las jibias experimentaron un deterioro repentino. Era visible a lo largo de semanas, a veces a lo largo de días, cuando yo podía seguir a un individuo concreto. De forma espontánea empezaron a desmembrarse. A algunas pronto les faltaron los brazos y porciones de carne. Comenzaron a perder su mágica piel. Al principio creí que algunas de ellas producían manchas blancas como parte de una exhibición, pero una observación más detallada me demostró que, en cambio, la capa exterior de pie, la pantalla de video viva, se caía a trozos y dejaba atrás carne blanca y desnuda. Sus ojos se agrisaron. Cuendo este proceso alcanza su final, la jibia es incapaz de controlar su nivel en el agua. Una vez que se manifiesta el deterioro, este se produce de forma muy rápida. Parece como si su salud se desplomara desde lo alto de un acantilado".

Este tremendo final, si lo pensamos dos veces, nos sugiere más que el deterioro o el horror del estrago la idea de una metamorfosis hacia la opacidad, el desmembramiento y la indeterminación. La magnífica pantalla viva del cefalópodo se convierte en un trapo harapiento y sus ojos se velan. Es un proceso impresionante del que podríamos aprender lo que estemos dispuestos a admitir. En resumen iríamos a aquello de que cada cual muere como ha vivido. En los hospitales hemos visto muchos enfermos que se rebelaban contra la enfermedad y la muerte, como si nos pudiéramos rebelar contra lo que es inexorable.

Para los que saben apreciar el valor gastronómico de las sepias, los calamares y los pulpos, podríamos decir que a pesar de que el consumo es muy elevado y podría parecer que es insostenible, la posible preocupación quedaría atenuada por el hecho de que las puestas de cada cefalópodo son muy copiosas. Una hembra de pulpo puede poner hasta 100.000 huevos de una vez en una puesta. Dicho sea con el mayor de los respetos. Es decir, que si queremos comer pulpo podemos comerlo, aunque sean considerados "vertebrados honorarios" por los científicos. Pero sin extravagancias culinarias, y no me refiero a la mermelada de medusa de Bob Esponja.


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5.4.22

Tiempo perdido


l reloj de la fotografía fue de mi abuelo, José Domínguez Domínguez. Me lo dio mi padre, que fue su único hijo varón, cuando muchos años después de su muerte, que fue cuando yo tenía 3 años. Pronto descubrí en la tapa posterior una muesca que dejaba ver la maquinaria y una inscripción: "From your old gang 7-18-32" sobre la propia del reloj, "Wadsworth quality 14 karat GOLD FILLED 7351181". La fecha no se corresponde con el cumpleaños de mi abuelo sino que probablemente tenga que ver con otra celebración relacionada con sus años en Nueva York, donde trabajó unos 20-25 años. No puedo añadir muchos más datos porque quien guardaba en su memoria y en su casa el exiguo archivo familiar murió hace 5 años y con 101. En realidad a mi tía le faltaba 1 día para cumplir los 101 años.
El reloj lo llevé hace poco a reparar a un relojero que un amigo mío joyero me recomendó. Creo que van quedando pocos relojeros y que los que se ofrecen no siempre son de fiar, si se me permite expresarlo con toda claridad. Que los relojes sobrevivan a sus propietarios es algo que tiene su parte poética. Cuando le di cuerda por primera vez al de mi abuelo y lo oí hacer tic-tac, sentí una gran emoción. Sonaba fuerte.
Hace poco vi en una película japonesa, Drive my car (Ryūsuke Hamaguchi, 2021), que el protagonista se levantaba de su silla para desencasquillar la aguja de un tocadiscos. La aguja volvía y volvía sobre el mismo surco repitiendo un fragmento. En una película de tres horas ese despilfarro de tiempo no fue nada, pero a mí me hizo pensar que tal vez las personas que no habían vivido la época dorada del vinilo no podrían identificar plenamente ese suceso. Había algunos trucos para evitar que el disco se rayara (que era como se llamaba el efecto), porque al fin y al cabo era un desperfecto físico menor. Si oías mucho un disco sabías que en determinado surco "se rayaba" y podías oír 3000 veces o más la música de un fracción de segundo repetirse y repetirse y repetirse. Había que levantarse, como el protagonista de Drive my car, levantar el brazo de la aguja y dejarla posar un poco más adelante.
Dar cuerda a un reloj, mover el brazo de la aguja de un tocadiscos, dan una medida del tiempo, como la dan ─aunque de forma más fastidiosa─ los tiempos que dedicamos a tareas inservibles a las que nos somete la publicidad en internet que dilatan la espera para acceder a un contenido.
Lo que ocurre con los joyeros ocurre también con los dentistas y en muchas lides. el temor por el fracaso en las relaciones profesionales humanas se cifra en dos frentes: el engaño o la pérdida de tiempo. En el engaño participa un poco el cliente, que se deja engañar o que no ve el peligro, pero la pérdida de tiempo es imperdonable. Por lo menos en mi forma de verlo. No llevo bien que se me haga perder el tiempo ya que tenemos en realidad tan poco. Y yo misma me hago a veces perder el tiempo, aunque espero que algún día todo cobre algún sentido, como si lo hubiera.
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El transcurso de la reparación del reloj coincidió con el tiempo que precedió mi última (eso espero) intervención quirúrgica, el 23 de diciembre pasado. Que el reloj se pusiera en marcha justo la semana antes de mi operación de un tumor de mama, para mí fue una buena señal. Y de hecho la anatomía patológica confirmó días después mi intuición, y el tumor no inspira gran preocupación y dentro de lo malo es de lo mejorcito. No creo que viva tantos años como mi tía pero unos pocos años más sí que parece que puedo vivir. Para ver.
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Hasta hace poco había un relojero en mi barrio que ya se jubiló. Amaba su oficio y no era lo que se dice "pesetero". Pienso en el dentista que me atendió durante más de 25 años hasta que falleció a consecuencia de una enfermedad, el Dr. Eduard Agustí Alsina. Cuando nos acostumbramos a confiar nuestros dientes o nuestras tuberías, lo que sea, a un determinado profesional, es horrible la sensación de perderlo. Ojo, que ya me doy cuenta de que suena fatal lo que digo, puesto que el Dr. Agustí se murió y mi lampista (Alberto Español) se jubilará en 2-3 años bien merecidamente.
Tal vez el profesional al que nos acostumbramos tiene sus defectos, pero la costumbre da confianza y tranquilidad.


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4.4.22

El "purpúreo aire matinal"

Leído en un libro delicioso, sobre situaciones que son humillantes [sic] para las flores en los arreglos florales: 
"1) Dueño que recibe huéspedes constantemente; 2) un sirviente estúpido que pone ramas de más y trastorna el arreglo; 3) monjes ordinarios que hablan [de] zen; 4) perros que pelean ante la ventana; 5) niños cantores de la calleja de Lientsé; 6) tonadas de Yiyang (Kiangsi); 7) mujeres feas que recogen flores y se adornan los cabellos con ellas; 8) discutir promociones y descensos oficiales de la gente; 9) falsas expresiones de amor; 10) poemas escritos por cortesía; 11) flores en plena floración antes de que uno haya pagado sus deudas; 12) la familia que pide cuentas; 13) escribir poemas consultando diccionarios de la rima; 14) libros en mal estado que se dejan al descuido en cualquier parte; 15) agentes de Fukien; 16) excrementos de ratones y ratas; 17) pinturas espúreas de Kiangsu; 18) sirvientes tendidos cerca de las flores; 19) cuando se termina el vino después de haber empezado los juegos de vino; 20) vecindad de una venta de vinos; 21) un trozo de escritura con frases como "el purpúreo aire matinal" (común en las loas imperiales) sobre el escritorio".
La cita, de Historia, mito y presencia de la flor (*), se refiere a un autor chino del siglo XVI, Yuan Hongdao en transliteración moderna, citado como Yüan Chunglang, y la traducción creo que tiene una impronta francesa, pero no nos vamos a quejar.
La clasificación nos recuerda al Emporio celestial de los conocimientos benévolos, o aquella otra recopilación a la que se refirió Racionero, sobre cuando no tocar música y donde por ejemplo se aconseja no tocar el laúd cuando llueve. O algo así. A poco que nos pongamos a pensar esas clasificaciones tienen mucho sentido. Probablemente una femrad terf swerf y fea se mostrará enemiguísima del punto 7, pero salvando ese punto, todo parece dentro de lo razonable o al menos no rechina.
Recordando la rosa de Le pétit prince creo que las flores pueden ser fácilmente "humilladas" o insultadas. También hay que recordar, en contrapartida, la frase de Tagore: "La tierra es insultada y ofrece sus flores como respuesta". Porque es verdad que son muy gentiles y por suerte son indiferentes a todas nuestras penalidades.

Jardín de la Fundación Julio Muñoz Ramonet

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(*)  Néstor Luján, Ricardo Martín, Jaime Viñals, Mauricio Wiesenthal. Historia, mito y presencia de la flor. Barcelona: Salvat, 1977.