28.11.21

Cricrí

Ah, niña mía, madre,
yo, niño también, un poco mayor, iré a tu lado,
te serviré de guía,
te defenderé galantemente de todas las brutalidades
de mis compañeros,
te buscaré flores,
me subiré a las tapias par cogerte las moras más negras, las más llenas de jugo,
te buscaré grillos reales, de esos cuyo cricrí es como un choque de campanitas de plata.
¡Qué felices los dos, a orillas del río, ahora que va a ser el verano!
Dámaso Alonso, La madre, Hijos de la ira


oco se habla del efecto Dunning-Kruger. Dunning y Kruger publicaron en 1999 un artículo titulado Unskilled and Unaware of It: How Difficulties in Recognizing One’s Own Incompetence Lead to Inflated Self-Assessments (*) (“Sin habilidades e ignorante al respecto: cómo las dificultades en reconocer la propia incompetencia conducen a una autoimagen exagerada”). Advirtieron que mientras más incompetente era la persona, menos notaba su incompetencia, y que mientras más competente era, más subvaloraba su competencia. Es un efecto paradójico, pero yo creo que mientras que en el incompetente en contacto con su opuesto competente no estimula la conciencia de su incompetencia, en el competente en contacto con el incompetente lo normal es que se produzca una cierta irritación (a no ser que esté totalmente imbuido de paciencia y misericordia.

Yo debo de padecer algo del efecto Dunning-Kruger porque cada vez me veo sé más limitada y con más necesidad de mejorar dentro de mis posibilidades. En eso estoy. Y por eso ahora lo primero que me maravilla de Hijos de la ira es la honestidad con la que está escrito, entendiendo por honestidad lo que se opone a la impostura. Más allá de su parentesco con los Salmos, tal vez por el lenguaje directo, y de su filiación al pequeño (por tamaño) grupo de escritores de la poesía desarraigada de la postguerra, sorprende su vigencia. Pero la honestidad es lo más característico.

 Calendula arvensins, vulg. Maravilla

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(*) J Pers Soc Psychol 1999; 77(6):1121-1134

6.11.21

Bicicleta, cuchara, manzana

 

asta ahora nunca se me había ocurrido relacionar el libro de Maria Aurèlia Campmany sobre la juventud (La joventut és una nova classe?, 1969) y el de Simone de Beauvoir sobre La vejez (1970), libros que se podrían leer sino juntos por lo menos sucesivamente. La impresión que guardo de las dos lecturas es que el libro de Campmany es más "fresco" y el de la pensadora francesa parece más espeso, facultades que atribuyo al carácter de cada cual. En la escritora catalana palpita el zeitgeist o espíritu de la época de forma más diáfana, como si el libro de la francesa exhibiera un recorrido más largo, un proceso donde se perciben las pausas del trabajo y el impulso queda diluido en fases. Pero eso es lo que recuerdo, tal vez no es justamente así.
Jorge María Bergoglio se refiere a la "cultura del descarte" cuando lamenta y resume la forma en que en nuestra sociedad se ha relegado a los ancianos, a los enfermos, etcétera.
Curiosamente (o no) ayer intentaba referir una anécdota que venía a cuento de las indiscreciones. Un día, dije, se acercó a la recepción de ... una mujer que preguntó delante mío si trabajaba allí una enfermera que tenía una niña subnormal, que antes habia trabajado en esto y lo otro, que tenía una segunda residencia en ... y que blablabla. La anécdota en mi pobre entender es muy buena y hasta graciosa, porque solo preguntando la pobre mujer nos dio mucha información de una compañera nuestra que a lo mejor hubiera preferido que preguntaran por ella simplemente por el nombre. Pues, curiosamente, mis interlocutores no fueron capaces de apreciar mi anécdota y se quedaron en la palabra "subnormal", palabra que hace tiempo fue substituida por la palabra "disminuido", que luego fue substituida por "discapacitado" y después por "persona con diversidad funcional" supongo que mental o psíquica.
Ando un poco perdida ahora sobre qué término es más políticamente correcto para referirse a los ancianos, a la tercera edad a los viejos. Tal vez, de la misma forma que nos referimos a los transexuales de acuerdo a cómo se sienten y con su nombre sentido, habría que referirse a los ancianos como tales solo si se sienten tan añosos como para clasificarlos en esa categoría. Y en las consultas médicas a las personas habría que preguntarles cuántos años sienten tener, porque puede ser que la edad civil no coincida con la edad sentida.
Con la caída de estrógenos las mujeres tendemos a desfeminizarnos físicamente, tendencia que solamente palia la abundancia de grasa. Aún me acuerdo cuando en el tanatorio llegaron a retirar el ataúd de mi padre y nos dijeron: "Nos llevamos a la señora". Y puedo decir que a mi padre nadie hubiera puesto en duda su sexo puesto que tenía unos rasgos muy masculinos, hasta que en su edad senil se fueron suavizando. Parece que de la misma manera que hay un momento en la edad infantil en que cuesta distinguir un niño de una niña, también en la ancianidad nos empezamos a indiferenciar o algo por el estilo.
Hay unos versículos del Evangelio según San Marcos (12, 18-27) que por lo menos a mí me ha hecho pensar: "En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano." Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les respondió: «Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo."
Nuestro interés por el más allá y el aquí y el allí no siempre es correspondido ya por la lectura de los libros sagrados. Tal vez nos hubiera gustado que las sentencias de Jesús de Nazaret nos dijeran ─como si fuera un autor colectivo de un libro de autoayuda o un librito de jurisprudencia─ que la primera mujer esto y lo otro, que la segunda es la que no sé qué y que la tercera representa a quien lo que sea, etcétera. El Salvador, en vez de ser chismoso, hace una elipsis radical y nos aboca a lo que importa: que no habrán hombres y mujeres. Y ahora esta frase solo se podría rematar con otra de la física cuántica, pero lo dejo correr.
+++
Carme Junyent, en una conferencia que enlacé hace poco, ya en la discusión contestó a una interpelación sobre los términos políticamente correctos que lo que importaba era aceptar a las personas con diversidad funcional. Por supuesto, Carme Junyent conoce como filóloga que es, la base teórica de la Lingüística moderna postsaussureana por la cual el lenguaje tiene una parte social convencional. La palabra "mesa" no tiene nada de malo a no ser que personalmente queda asociada a una experiencia desagradable. 
Per se no hay una carga despectiva en la palabra "subnormal", como no la hay en la palabra "subcondíleo"  (por debajo de la rodilla). "Discapacidad" y "minusvalía" apenas presentan diferencia, la primera señala a una persona que no tiene o ha perdido la capacidad para hacer algo y la segunda que se vale menos que otras personas para hacer lo mismo que ellas. Y con esto no hay que negar que hay apelativos más amables o agrios y con un poder de inclusividad mejor.
Mi persona (como diría nuestro inefable Doctor Cum Fraude) se considera una diversificada funcional, porque puedo hacer muchas cosas pero casi ninguna bien del todo. Además de la caída de estrógenos, la presbicia, la pérdida de 2 vísceras por el camino quirúrgico, la hipoacusia de siempre y que mi boca es una ruina (en el doble sentido de la palabra "ruina"), estoy perdiendo mi prodigiosa memoria. Con todo, sigue siendo algo de lo que presumir, aunque empiezo a notar lagunas los días de más estrés.
***
Mi madre ingresó en una residencia geriátrica en junio. Funciona con grupos de convivencia y la tranquilidad que nos ha dejado tenerla allí y bien cuidada no tiene comparación con la pena que también produce darse cuenta de que llega el final de su vida. Tenemos que estar contentas. Ayer me dijo que hay allí muchas personas que a veces o siempre no saben donde están, o que en un momento dado le dicen algo así como "luego me iré a mi casa" (cosa imposible) o "no sé donde está mi habitación". Me dice también mi madre que se da cuenta de que tal vez ella misma dentro de un tiempo estará así. Como mi madre es una de esas raras personas que cuenta con muchas facultades, estar entre personas con menos facultades ha sido lo normal en su vida. 
Tal vez no la convencerán para participar en las actividades dinamizadoras que se organizan en estos centros, y sin embargo ella anima a algunas personas de su grupo de convivencia para que caminen más ─aunque sea por los pasillos del edificio─ y cosas por el estilo. Hace por ayudar. Y eso es bueno para los demás y para ella misma. No hay otra.

Thumbergia grandiflora (Jardín Botánico de Barcelona)

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1.11.21

Ideotas




ecían ayer en la radio que todo esto del cambio horario proviene de un inglés (William Willett) que no quiso ver menoscabado su ratito de golf al final del día. Por supuesto la campaña la hizo por otro lado, con un panfleto titulado El derroche de luz solar (1907), pero hay que pensar que íntimamente su impulso venía de su afición al golf. Durante el tiempo de la pandemia hemos asistido a muchas "ideotas" tal vez porque la novedad de muchos escenarios hacía perder la inercia de la costumbre y abrirse posibilidades a la innovación.
Una de las cosas que siguen indignando es la apropiación por parte de los publicitarios de la "creatividad". Por mucho que los de la autorregulación de la publicidad recurran a sus predecesores para señalar los desmanes machistas y de promoción del alcoholismo, etc., cuesta seguir sus argumentos sin recaer en que nos venden unas ideas no menos opresivas y tóxicas. Que se haga desde decorados desenfadados y cargados de soltura y modernidad, hay mucho de falso. 
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Querría haber ido un día de este largo fin de semana a los Jardines de Santa Clotilde en Lloret de Mar, pero cerró por labores de mantenimiento. Además ha llovido, factor que también habría estropeado mi escapadita. Acostumbrada a los planes B y hasta C y D, como siempre hay algo que hacer, la contrariedad no ha hecho más que hacerme posponer la visita. 
Los jardines de Barcelona están en un estado de abandono que no es posible ignorar. Hace unos 20 días visité la Rosaleda Cervantes y las malas hierbas asomaban entre los setos de las rosas aromáticas y se erguían medio metro. Hay jardínes que necesitan más cuidado que otros, pero todos necesitan atención. Pero el Ayuntamiento está más interesado por otros sectores de su gestión. El año pasado por estas fechas quien más quien menos todos los que tienen a alguien enterrado en un cementerio barcelonés supo del aumento del recibo anual municipal. Creo que fue al doble. Lo que no sé es si aumentaron también las tarifas por los entierros, sepelios, etc.
Nuestro Ayuntamiento también está interesado por aumentar la red viaria de ciclistas, o por la integración de los manteros, o por la libertad sexual (como si no la hubiera). Y durante la pandemia llenó las playas de la ciudad de campos de voley playa. Resultaba imposible pasear por el Bogatell sin ver un sinnúmero de ciclistas, patinadores, jugadores de voley playa con sus equipos de música infernal y hasta chicas practicando yoga en pleno asfalto del paseo marítimo. Populismo. Y parece como si toda Barcelona se convirtiera en un patio de recreo. Algún día habrá que desarrollar esta impresión y su conexión con los botellones y otros acontecimientos masivos.
Esperamos que esas nuevas formas de ocio no hayan venido para quedarse, como pasó con el cambio horario de William Willett.
 
Torre Collserola desde el Tibidabo (Fotografía: Marta Domínguez Senra)
 

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