asta ahora nunca se me había ocurrido relacionar el libro de Maria Aurèlia Campmany sobre la juventud (La joventut és una nova classe?, 1969) y el de Simone de Beauvoir sobre La vejez (1970), libros que se podrían leer sino juntos por lo menos sucesivamente. La impresión que guardo de las dos lecturas es que el libro de Campmany es más "fresco" y el de la pensadora francesa parece más espeso, facultades que atribuyo al carácter de cada cual. En la escritora catalana palpita el zeitgeist o espíritu de la época de forma más diáfana, como si el libro de la francesa exhibiera un recorrido más largo, un proceso donde se perciben las pausas del trabajo y el impulso queda diluido en fases. Pero eso es lo que recuerdo, tal vez no es justamente así.
Jorge María Bergoglio se refiere a la "cultura del descarte" cuando lamenta y resume la forma en que en nuestra sociedad se ha relegado a los ancianos, a los enfermos, etcétera.
Curiosamente (o no) ayer intentaba referir una anécdota que venía a cuento de las indiscreciones. Un día, dije, se acercó a la recepción de ... una mujer que preguntó delante mío si trabajaba allí una enfermera que tenía una niña subnormal, que antes habia trabajado en esto y lo otro, que tenía una segunda residencia en ... y que blablabla. La anécdota en mi pobre entender es muy buena y hasta graciosa, porque solo preguntando la pobre mujer nos dio mucha información de una compañera nuestra que a lo mejor hubiera preferido que preguntaran por ella simplemente por el nombre. Pues, curiosamente, mis interlocutores no fueron capaces de apreciar mi anécdota y se quedaron en la palabra "subnormal", palabra que hace tiempo fue substituida por la palabra "disminuido", que luego fue substituida por "discapacitado" y después por "persona con diversidad funcional" supongo que mental o psíquica.
Ando un poco perdida ahora sobre qué término es más políticamente correcto para referirse a los ancianos, a la tercera edad a los viejos. Tal vez, de la misma forma que nos referimos a los transexuales de acuerdo a cómo se sienten y con su nombre sentido, habría que referirse a los ancianos como tales solo si se sienten tan añosos como para clasificarlos en esa categoría. Y en las consultas médicas a las personas habría que preguntarles cuántos años sienten tener, porque puede ser que la edad civil no coincida con la edad sentida.
Con la caída de estrógenos las mujeres tendemos a desfeminizarnos físicamente, tendencia que solamente palia la abundancia de grasa. Aún me acuerdo cuando en el tanatorio llegaron a retirar el ataúd de mi padre y nos dijeron: "Nos llevamos a la señora". Y puedo decir que a mi padre nadie hubiera puesto en duda su sexo puesto que tenía unos rasgos muy masculinos, hasta que en su edad senil se fueron suavizando. Parece que de la misma manera que hay un momento en la edad infantil en que cuesta distinguir un niño de una niña, también en la ancianidad nos empezamos a indiferenciar o algo por el estilo.
Hay unos versículos del Evangelio según San Marcos (12, 18-27) que por lo menos a mí me ha hecho pensar: "En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano." Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les respondió: «Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo."
Nuestro interés por el más allá y el aquí y el allí no siempre es correspondido ya por la lectura de los libros sagrados. Tal vez nos hubiera gustado que las sentencias de Jesús de Nazaret nos dijeran ─como si fuera un autor colectivo de un libro de autoayuda o un librito de jurisprudencia─ que la primera mujer esto y lo otro, que la segunda es la que no sé qué y que la tercera representa a quien lo que sea, etcétera. El Salvador, en vez de ser chismoso, hace una elipsis radical y nos aboca a lo que importa: que no habrán hombres y mujeres. Y ahora esta frase solo se podría rematar con otra de la física cuántica, pero lo dejo correr.
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Carme Junyent, en una conferencia que
enlacé hace poco, ya en la discusión contestó a una interpelación sobre los términos políticamente correctos que lo que importaba era aceptar a las personas con diversidad funcional. Por supuesto, Carme Junyent conoce como filóloga que es, la base teórica de la Lingüística moderna postsaussureana por la cual el lenguaje tiene una parte social convencional. La palabra "mesa" no tiene nada de malo a no ser que personalmente queda asociada a una experiencia desagradable.
Per se no hay una carga despectiva en la palabra "subnormal", como no la hay en la palabra "subcondíleo" (por debajo de la rodilla). "Discapacidad" y "minusvalía" apenas presentan diferencia, la primera señala a una persona que no tiene o ha perdido la capacidad para hacer algo y la segunda que se vale menos que otras personas para hacer lo mismo que ellas. Y con esto no hay que negar que hay apelativos más amables o agrios y con un poder de inclusividad mejor.
Mi persona (como diría nuestro inefable Doctor Cum Fraude) se considera una diversificada funcional, porque puedo hacer muchas cosas pero casi ninguna bien del todo. Además de la caída de estrógenos, la presbicia, la pérdida de 2 vísceras por el camino quirúrgico, la hipoacusia de siempre y que mi boca es una ruina (en el doble sentido de la palabra "ruina"), estoy perdiendo mi prodigiosa memoria. Con todo, sigue siendo algo de lo que presumir, aunque empiezo a notar lagunas los días de más estrés.
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Mi madre ingresó en una residencia geriátrica en junio. Funciona con grupos de convivencia y la tranquilidad que nos ha dejado tenerla allí y bien cuidada no tiene comparación con la pena que también produce darse cuenta de que llega el final de su vida. Tenemos que estar contentas. Ayer me dijo que hay allí muchas personas que a veces o siempre no saben donde están, o que en un momento dado le dicen algo así como "luego me iré a mi casa" (cosa imposible) o "no sé donde está mi habitación". Me dice también mi madre que se da cuenta de que tal vez ella misma dentro de un tiempo estará así. Como mi madre es una de esas raras personas que cuenta con muchas facultades, estar entre personas con menos facultades ha sido lo normal en su vida.
Tal vez no la convencerán para participar en las actividades dinamizadoras que se organizan en estos centros, y sin embargo ella anima a algunas personas de su grupo de convivencia para que caminen más ─aunque sea por los pasillos del edificio─ y cosas por el estilo. Hace por ayudar. Y eso es bueno para los demás y para ella misma. No hay otra.
Thumbergia grandiflora (Jardín Botánico de Barcelona)