26.9.21

Vive oculta

 

o he estado por aquí desde hace bastante tiempo, acosada por otros temas. Pienso en La fiebre del ajedrez, película rusa que trata de la obsesión por este juego. Sin negar lo beneficioso que es el ajedrez en la formación de las conexiones neuronales e incluso del carácter, está claro que también puede convertirse ─como casi todas las aficiones─ en una manía. Alguna vez me he dejado llevar por algún entretenimiento, hasta llegar a agotarme, pero en nada me consigo interesar hasta el punto de que capte toda mi atención. Y esos episodios siempre han sido por escapar a situaciones que me llenaban de preocupación. Por tanto, puedo decir que substituí una manía por otra. No es extraño que estén triunfando, ni que sea por la moda, las técnicas de meditación varias.
Cuando llega septiembre parece inevitable emprender algún proyecto, llenar de sentido el tiempo que hay entre los veranos tan cálidos que tenemos los últimos años. La oferta de cursos es abrumadora. A los que ya tenemos una edad nos seducirá la idea de completar algún estudio que abandonamos, o de empezar el que se descartó por ser inviable. Por ejemplo, ahora que la UNED ha iniciado una serie de microgrados de Geografía e Historia, me veo incitada por el de Historia Antigua, que además incluye un repaso del latín y el griego. Parece que ni soñado. Y, sin embargo, ahora no me conviene meterme en camisa de once varas y sí dedicar más tiempo al descanso y al aire libre.
La cutrificación de Barcelona convierte cualquier paseo en una experiencia de mal humor, de manera que, como los fotógrafos, juego con el ángulo y la distancia y elijo o planos cortos o muy panorámicos. Un paseo en la medida humana es un asco, tal y como tenemos ahora mi ciudad. El descanso sigue siendo para mí estar en mi casa, dibujando o cocinando. Hasta hace poco pasaba muchas horas en casa de mi madre, pero finalmente se tuvo que ingresar en una residencia. Y este año no he podido hacer ningún viaje por diferentes motivos y la suma de todos ellos. 
Me hubiera podido convertir en una clara víctima de las plataformas de streaming, pero eso es algo que descarto, sin dejar de reconocer que tienen su atractivo. De lo que más estoy disfrutando últimamente es de la música llamada clásica. Y pienso que pronto podré volver a la Filmoteca de Catalunya, cuando deje de lado un curso de catalán que estoy acabando.
Si más o menos se goza de una salud que lo permita, a los sesenta años nos podemos relajar y empezar a gozar de lo poco o mucho que se ha conseguido. También se impone la máxima de Epicuro, λάθε βιώσας, "Vive oculto". No a escondidas, claro, sino discretamente. Hay que aclararlo. Una cosa es el narcisismo y el exhibicionismo, que tanto abundan en esta época, por cierto, incluso cuando la verdadera identidad se esconde tras un pseudónimo. Me refiero a el gozo de estar al margen. Otra cosa es vivir con discreción.
Una de las perversiones del streaming, las redes sociales, y muchas de las plataformas que sólo nos muestran sus ventajas, es que almacenan nuestras tendencias y gustos. Saben qué compramos, qué buscamos, qué pagamos. Y a la penalidad de vivir en un mundo tan complejo y que además está corrompido, se añade la de involucrarnos hasta cuando opinamos. Si de algo no tenemos la obligación es de opinar
Nos suele saturar la exposición a la vida pública, pero la ocultación (en el sentido de fingimiento o disimulo) tampoco gusta. Y a veces se dan los dos extremos, porque se puede dar el caso de alguien que tiene una pantalla de cara a la galería y que en su vida privada, o habría que decir íntima, tenga otra cara. Ya sabemos que el maquillaje cumple dos funciones: adornar y tapar.
La propuesta de Epicuro no empuja a adornar ni a tapar sino que nos invita a un saber estar sin renunciar a lo que verdaderamente nos llena y nos vale.
Anteayer soñé con una mujer que conocí en el primer curso de Filología Hispánica en la Universitat Autònoma de Barcelona. La busqué en Google y la encontré como traductora de un libro portugués y su reedición. Y eso fue a finales de los noventa. Puedo creer o que se ha dedicado a otras labores o que, en el peor de los casos, ya no vive. Cualquier cosa. Pero más bien tiendo a pensar que vive oculta.

La fiebre del ajedrez (Vsevolod Pudovkin and Nikolai Shpikovsky, 1925)

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