20.2.22

El vacío


e comenta una amiga que estamos todos pendientes de hacer deporte y ver exposiciones. No es mi caso, porque hacía ahora mucho tiempo que no iba a ver una exposición, y ayer rompí la racha para ver la de la Sala Parés en su último día, titulada "Viajeros". De ese ratito bueno me traje el cuadro que he colgado al final del post, de Modest Urgell. Es uno de sus numerosos cuadros con un conjunto rural, un paisaje mínimo y el resplandor de los últimos rayos del sol que da un tono intimista y sobrecogedor al lienzo, con una calidad aterciopelada de las sombras. Este paisaje tiene la particularidad de incluir una luz que —como diría un decorador— le da un toque acogedor al conjunto. Debe de ser una de esas luces que alumbran la vuelta del rezagado, que tal vez invita al ajeno. Esa luz vela en la oscuridad y arroja una luz mortecina sobre la pared lateral y hasta sobre el camino que lleva a las casas.
Como el panorama en Barcelona no es muy halagüeño, es bueno buscar una gratificación para la mirada y hacer algún ejercicio. La batalla contra la salud, me decía un día un profesor de artes marciales, está perdida de antemano. Llega un día en que la salud falla, y si no es así es porque hay un accidente fatídico que precipita el final de nuestro bienestar. Sin embargo es bueno cuidar del cuerpo y no permitir que la decadencia sea mayor de lo que pueda ser, sin excesos.
Llenamos el vacío con actividad y una productividad no siempre reconocida. La amiga que me hacía ver lo del deporte y las exposiciones no es una maestra de wu wey (la "no acción" del tao) y ella misma podría reconocer que hace cosas que en el fondo no sirven para nada. A veces lo que hacemos es vivir la vida de los demás, ser sus invitados o "secundarios".
Hace muchos años el padre de otra amiga, jubilado ya hacía tiempo, se sentaba en nuestra calle y leía novelas de aquellas de Marcial Lafuente Estefanía. Cuando ya hacía mucho tiempo que se había muerto, su propia hija me explicó que había leído dos veces el Quijote, cosa que no puede decir mucha gente, por cierto. En mi modesta opinión es mejor leer a Cervantes que a Lafuente, pero no perdería mucho tiempo en defenderla. Lo bueno es que él pudiera leer en cada momento lo que en verdad tenía ganas de leer. No olvidemos que el filisteísmo a veces se disfraza de una inquietud cultural cosmética.
En mi juventud leí unas novelas de Zane Grey que estaban reunidas en un volumen grueso de color verde, muy bien editado por la Editorial Juventud. En aquella época y sólo con ese libro me ocurrió que asociaba a los personajes (los "buenos" y los "malos") con personas de mi entorno, con lo que la lectura no se entorpecía pero adquiría un valor añadido. No hace falta decir que los malos reunían defectos como la falsedad, la mezquindad y el egoismo. Eran, en una palabra, tramposos. Había caballos y paisajes muy bonitos que era fácil recrear en la imaginación ¿Qué más se le puede pedir a un libro?
Soy capaz de entender casi todas las debilidades humanas y nuestras formas de ocupar el tiempo. Las que no acabo de entender ni quiero son cosas como lo de hacerse una lengua bífida o llenarse el cuerpo de perforaciones y tatuajes, casi siempre horrendos. Dicen sus portadores que llevan su propia historia en la piel, y cuesta callar para no decirles que es mejor que se la guarden donde nos la guardamos lo demás. Vengo de ver en Youtube un vídeo de una influencer que explica cómo cepillarse la lengua bífida y que ella lo hace con un cepillo de bambú.

Ante el vacío yo rezo.

 Llum de tardor, Modest Urgell (1839-1919)

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12.2.22

Post 1757: No saben lo que hacen

El edificio de Oriol Bohigas, ante el que siempre me sorprende que nadie se pare, como me paro yo cada vez que paso, ilustra el asunto de la complejidad de las relaciones sociales y la vida urbana en ciudades de mucha densidad.  Muchos de los numerosos libros sobre historia de Roma relatan el peligro que tenían los incendios por lo difícil que era introducirse por las calles incluso en plena noche. Porque no toda Roma era ortogonal ni áurea ni seguía la línea recta o el orden que imprimían las obras públicas de propósito militar. El enjambre de casas nos lo podemos imaginar, y el sinnúmero de fuegos accidentales producidos por las lamparillas de aceite o cualquier sistema de iluminación y cocción, también. 
Como en los últimos tiempos hemos vivido todos los absurdos que provienen de la administración y de las instituciones, el orden que proviene de la mala gestión y del miedo, a pesar de su apariencia de orden, no deja de ser absurdo, totalitario y atenazante. Hanna Arendt hubiera "disfrutado" desde su pensamiento político sobre la libertad con los desmanes de nuestras administraciones, cada vez más pesadas y más incompetentes. No es descabellado justificar en el miedo ─pero también en la mezquindad─ que a la administración territorial les salgan seguidores que esgrimen sus leyes con una fe supersticiosa. 
¿Quién no ha visto a algún individuo usar guantes de vinilo o látex, durante una semana o más los mismos, para poder desenvolverse en la peor época del confinamiento? Pero el uso de los guantes es peor que lo que se pretende prevenir, especialmente cuando sabemos que las manos se pueden lavar y desinfectar y hacerlo cuantas veces queramos. Por lo menos en condiciones normales. Los individuos que usaron guantes no solo no se protegían a sí mismos sino que además iban llevando la porquería de una cosa a otra con peor resultado que si lo hicieran con las manos desnudas.
En algunos centros la comunicación se ha visto imposibilitada por el establecimiento de barreras físicas o de distancia formidables. Me han explicado que en una residencia geríátrica, en las visitas a los ancianos, muy restringidas en tiempo y frecuencia, se imponía la distancia de tres mesas acumuladas que juntas hacían 5 metros de separación entre las dos personas. Como la mayoría de los ancianos tiene sordera y el contacto físico se hacía imposible, me pregunto qué se podría esperar de una visita de ese género ¿Afecto, compañía? Para hacernos una idea, esa distancia viene siendo como la que impuso Putin en su reunión con Macron.
***
Servidora se ve más bien predispuesta a luchar contra la desgracia que contra el mal y la ignorancia, no hace falta decirlo.

*
El edificio de Bohigas es una belleza a pesar de que no es advertido por los viandantes barceloneses y de que no ha podido evitar que le colgaran algún artefacto ajeno a su concepción arquitectónica (aparatos de aire acondicionado, banderas, persianas sobresalientes). El edificio corresponde a la época del desarrollismo y de una avenida llena de clases trabajadoras (¿se acuerdan?) y un tráfico que se ha ido racionalizando. La obra de los urbanistas de Maragall, de esponjamiento y de limpieza y de racionalizar y homogeneizar las señales y el mobiliario urbano, no está pasando por su mejor momento.




Edificio de Avda. Meridiana, 312 bis (Barcelona, 1964). Arquitectos: O. Bohigas, J.Mª Martorell, D. M. Goodchild. Fotos (c) Marta Domínguez Senra

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9.2.22

Days like this


n Opiniones y versiones, en 2017, me referí a que el celebrado final de El tercer hombre (Carol Reed, 1949) es la versión del director, no es fiel a la novela de Graham Greene. Rollo Martin, en la versión cinematográfica, es ignorado por Anna Schmidt (Alida Valli). Se ve el largo paseo con árboles a lado y lado, ella se acerca a Martins, pero pasa delante de él sin decirle nada y sigue su camino. Si a Graham Greene le gustó o no el final de Reed, cuestión en la que me extendí en el post mencionado, es para mí accesorio.

Es cierto que el papel de Anna Schmidt “salva” al canalla de Harry Lime (Orson Welles), a pesar de ser culpable de haber adulterado penicilina. Su amor es incondicional, o habría que decir mejor “indefectible”. Sin embargo, el regocijo que produjo en Twitter el desplante de Anna hacia Rollo, su mediocridad, me ganaron la simpatía por el personaje. El final no me resultó tan convincente como a Greene, a Garci, etc. Después de la huida por las cloacas, ese camino bordeado por árboles que escapan en el horizonte es demasiado manifiesto.

El sábado pasado vi recién estrenada Belfast (Kenneth Brannagh) y me gustaron mucho: 1) la interpretación, 2) la ambientación (aunque creo que no era necesario recalcar tanto el uso del blanco y negro,  3) el papel de los abuelos, y 4) la música de Van Morrison.

Me parece que el hermano mayor de Kenneth Brannagh no dice nada, pero no estoy totalmente segura. Quien más habla es tal vez el abuelo. Y tanto él como la abuela tienen papeles entrañables. En tiempos de edadismo cruel y cipotudo es toda una declaración de principios que Brannagh presente a sus abuelos paternos como una pareja con tanta jovialidad y con tanta complicidad con el nieto pequeño.

El papel de la abuela está desempeñado por dame Judi Dench, tan transfigurada que en su primera aparición en la película resulta irreconocible. Lleva unas medias gruesas que nos hablan de una insuficiencia venosa como la que padeció mi propia abuela paterna. Camina pesadamente y con cuidado. Las gafas estilo “ojos de gato” y la melena tipo paje a la moda de los años 50-60, acaban de trazar los rasgos del personaje, pero todos sabemos que esa caracterización es irrelevante al lado de la fuerza que le sabe insuflar Judi Dench.

Cuando la familia de Brannagh decide abandonar Belfast, acuciados por las deudas e impelidos por la violencia civil, ella se queda sola. Pero desaparece por la puerta de entrada de la casa familiar silenciosamente y –quien más, quien menos—ya sabemos qué soledad le espera adentro. Esos dos o tres pasos que da hacia la puerta tienen una sencillez y una gravedad que le dan ochocientas mil vueltas a la pasada de largo de Anna Schmidt, tan rígida y frígida.

Irlanda, como Galicia, debe de estar llena de viudas de “vivos e mortos” y llegados aquí solo cabe celebrar la sensibilidad de Kenneth Brannagh.

Judi Dench caracterizada en Belfast (Kenneth Brannagh, 2021)

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5.2.22

Amor plutónico y líos mercuriales


a astrología me resulta bastante incomprensible, pero como ya dejé dicho aquí algo tendrá cuando Carme Balcells, la editora de tantos escritores famosos, la usaba. Y, sin querer mezclar temas, tuvo una gran influencia en los atentados de 2001. Y me refiero a su preparación, no a sus consecuencias.A pesar de que vivo bastante ajena a los acontecimientos astrales no se me escapó el de Plutón en coincidencia con las catástrofes de los dos ultimos años ni se me están escapando las rondas de Mercurio retrógrado. Prometo que no sé qué significa "Mercurio retrógrado", pero sé que está de esa guisa y que va a estarlo creo que cuatro veces este año 2022.
Esta semana que se está acabando oí en un episodio de Hercule Poirot en su interrogatorio al médico de la víctima  (Cornish mystery): "Un médico que no duda no es un médico, es un verdugo". Yo hubiera preferido que la frase fuera más corta: "Un médico que no duda, no es un médico". Pero no por cuestión de longitud, que también, sino porque así lo creo. Y ─modestia aparte─ me parece una frase más redonda. Yo digo, parafraseando a Poirot, "una persona que no duda es un impostor o es un bobo". Porque alguien se empecina en una versión es que miente o que no tiene la cabeza para más.
La frase del gran personaje de Agatha Christie aplicada al tema que traigo hoy tiene cabida porque no podemos negar absolutamente la ciencia astrológica. Otra cosa es que haya interpretaciones como la que publiqué aquí de Gutiérrez sobre el fín del estado autonómico, o los monólogos de José Millán quincenales o semanales en Youtube, donde no falta nunca su animadversión contra Estados Unidos o la Iglesia. Todos tenemos manías o ideas fijas, y cuanto más hablamos o escribimos, más se hacen patentes. Así que la astrología, como la gastronomía y la historia, puede ser manipulada.
Desde mi ignorancia he observado que a pesar de los estragos que hizo el infernal Plutón en las vidas de muchas personas de mi entorno, lo prefiero a este Mercurio de estos tiempos. Donde Plutón es intensito, Mercurio es puñetero. Donde Plutón es firme, fuerte e inequívoco, Mercurio es  juguetón, inconsistente y titubeante. Donde Plutón es indefectible y cierto, Mercurio es caprichoso y ambiguo. 
Plutón nos trajo como con una apisonadora la pandemia y a una servidora le trajo un cambio en la situación familiar duro y devastador. Tiene que ver con lo que en mayor o menor grado llamamos "ley de vida" y que no puede más que empujarnos a la aceptación y la resignación. Con Mercurio el virus se ha vuelto más leve pero a mi entender empieza a ser un tema molesto, irritante. Como estamos todos cansados y las decisiones de los políticos son erráticas, inconsistentes, miedosas, los resultados son peores que la enfermedad y enormemente irritantes y mercuriales. "Mercuriales" en el sentido de que no tienen gran estabilidad. Hay que ver lo que va del inexorable Plutón al voluble Mercurio. 
Empecé a notar los efectos de Mercurio ya hace algunas semanas y he notado sus efectos en cuestiones comerciales, de Correos, de las comunicaciones por escrito (en que fallaba la tecnología o habían malentendidos), en el exceso de llamadas telefónicas que he recibido y en lo mucho que le gustan al planeta las contradicciones y las tergiversaciones. El asunto de la votación de la Reforma laboral está en la misma línea. Si el sentido de los efectos de Plutón nos hacía admitir la ley de la vida, el sentido de los efectos de Mercurio es moverlo todo, siempre para seguir haciendo limpieza. 
Cuando yo acabé mis estudios de Documentación una vez leí que una publicación periódica mercurial era aquella que tenía una periodicidad irregular. Normalmente se suele hablar de periódicos diarios, revistas semanales o bimensuales o mensuales o trimestrales, etc. Pues luego había revistas mercuriales, que eran aquellas que salían cuando Dios les daba a entender.
Uno de los efectos curiosos de Mercurio es que estamos "apagando incendios" en muchos casos. Hablé con una conocida el otro día que tiene infinidad de reuniones que se hacen complicadas (aunque no demasiado) para resolver cosas que en realidad alcanzarán poca estabilidad. Son soluciones pasajeras en tiempos de muchos cambios inconsistentes. Vapuleo total.




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4.2.22

Machismo, racismo, edadismo, más de lo mismo

"Ser “superfluo” significa ser supernumerario, innecesario, carente de uso —sean cuales fueren las necesidades y los usos que establecen el patrón de utilidad e indispensabilidad—. Los otros no te necesitan; pueden arreglárselas igual de bien, si no mejor, sin ti. No existe razón palmaria para tu presencia ni obvia justificación para tu reivindicación del derecho de seguir ahí. Que te declaren superfluo significa haber sido desechado por ser desechable, cual botella de plástico vacía y no retornable o jeringuilla usada; una mercancía poco atractiva sin compradores o un producto inferior o manchado, carente de utilidad, retirado de la cadena de montaje por los inspectores de calidad. “Superfluidad” comparte su espacio semántico con “personas o cosas rechazadas”, “derroche”, “basura”, “desperdicios”: con residuo. El destino de los desempleados, del “ejército de reserva de trabajo”, era el de ser reclamados de nuevo para el servicio activo. El destino de los residuos es el basurero, el vertedero"

Zygmunt Bauman, Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias.


ucho se habla de racismo o xenofobia, de homofobia (término mal formado, por cierto), machismo y de más de lo mismo. Y sin embargo, qué poco se dice sobre lo que en inglés se conoce como ageism y que en nuestra lengua se ha dado en llamar o edadismo o gerontofobia. NInguna de las dos palabras me acaba de convencer plenamente. La primera porque la asociaría más bien a lo que en nuestra morfología tiende a marcar el exceso. Ya sé que un tiroidista no es una persona con hipertiroidismo o que defiende la tiroides, pero edadismo me sugiere una hipertrofia. Y "gerontofobia" me resulta más preciso pero por asimilación con lo mal formado que está el término "homofobia", tiendo a no usarlos.

No nos debemos detener en las palabras, que a veces no nos dejen ver bien el fondo. Lo importante es darse cuenta de que hay personas que defienden los derechos de las personas del colectivo LGTB pero que discriminan a los ancianos. Las hay, y no porque no hayan gays añosos. Ser machistas no nos libra de ser racistas, de la misma manera que no serlo no nos exonera de ser unos gerontófobos. La gerontofilia, aplicada a la atracción sexual (alfamegamia y matronolagnia), es una parafilia, por lo que decididamente emplearé la palabra "edadismo".

De un vídeo de la cuenta de Teresa Baró Catafau en Youtube rescato las siguientes ideas clave de la discriminación por edad contra los mayores:


Teresa Baró habla en el vídeo sobre el maltrato puro y duro, pero también ─como ocurre con el machismo, el racismo y la discriminación de los homosexuales, etc.─ se da un edadismo sutil. Son comentarios que trufan las ideas clave expuestas en la imagen. En el vídeo también hay una mención al autoedadismo, por el cual uno mismo se inhibe a causa de las ideas dominantes edadistas. Es decir, que el edadismo es plenamente asimilable a la forma en que funcionan las otras formas de marginación.

Mejor explicado es imposible: la segregación edadista hace ver las personas mayores como una carga, hace creer que sus opiniones no son válidas, hace sostener que no son hábiles para las nuevas tecnologías, hace pensar que no vale la pena enseñarles, hace decidir que se tienen que relacionar sólo con gente de su edad, hace segregarlos y excluirlos, hace tomar decisiones por ellos, hace hablar de ellos como si no estuvieran, hace creer que no podemos aprender nada de ellos. A veces, por ejemplo, se toman decisiones por ellos con la mejor intención, pero no olvidemos que eso implica arrogarse una superioridad o una posición de poder que no tenemos porqué aceptar. De hecho todos conocemos casos en los que a los ancianos se les ha desposeído de sus pertenencias, sin consultárseles. Nada más triste. Pero eso nos revela que, en el fondo, todo es una cuestión de dinero.

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2.2.22

Los dioses Platón y Aristóteles

"...atramentumque saepiae more insperserit" (*)

François de La Mothe Le Vayer

"El Gobierno incluyó la 'paguilla' de los pensionistas
 en el decreto que impone la obligación de llevar mascarilla"


os decretos con trampa se parecen un poco a los alimentos funcionales y a los suplementos dietéticos. Aparte de que yo intento alimentarme con alimentos frescos, integrales y de la mayor pureza posible (sin exagerar), pienso que los alimentos funcionales se prestan a modas y que hay mucha filfa. Por lo demás, muchos suplementos dietéticos contienen magnesio en alguna de sus presentaciones (cosa que demuestra el malestar intestinal de nuestra sociedad) y en mí el magnesio tiene una repercusión tremenda y totalmente indeseable. La última vez que ingerí magnesio, sin darme cuenta, tuve que ser atendida en un hospital. No porque me diera un apretón colosal sino porque me sobrevino allí mientras visitaba un familiar.
Desde que comprobé que el magnesio perjudicaba gravemente mi salud, he tenido que renunciar a esos maravillosos suplementos dietéticos funcionales que bajo la promesa de contribuir al buen estado de los músculos o los huesos, incluye ese portentoso laxante que nada tiene que envidiar a la purga de Juanica.
Los políticos se hacen valer de diversas triquiñuelas para confundirnos con su pésima gestión. Una de ellas la ejemplificaría con la figura que aparece en una de las ilustraciones para el Álbum Nós de Daniel Rodríguez Castelao, donde nos sabemos si los aldeanos piden a San Roque que los libre de los boticarios, los médicos y los abogados per se o si lo hacen para librarse de los males que ellos tratan. Los políticos tienen a hacerse valer de personificaciones y metonimias, a invocar p.e. un país como el causante de algo.
Otro de los trucos es el de ir dando bandazos o cambios cuyos resultados son difícilmente valorables debido a su inestabilidad. Eso ocurre con las leyes de Educación pero de alguna manera subyace a las medidas que se han tomado con la pandemia, en que las restricciones van y vienen y hasta se superponen sin que sea fácil distinguir su efecto. El tercer truco es claramente asociar ideas como la paguilla de los jubilados y el uso de la mascarilla, con un decreto urgente que ha sido convalidado con 162 votos a favor, frente a 153 en contra y 28 abstenciones.

Ilustración de D. R. Castelao para el Álbum Nós (1916)

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(*) Según La Mothe, después de Sócrates, el miedo a la cicuta hizo a los filósofos más prudentes, como lo evidencia el oscurantismo con que se pronuncian acerca de los dioses Platón y Aristóteles, del que se dice que arrojo mucha arena a los ojos de sus futuros lectores: atramentumque saepiae more insperserit (segun la costumbre de la sepia esparcio liquido negro)