Ayer Daniil Trifonov dio un concierto de piano en el Palau de la Música con un talento para el que apenas hay palabras. O, mejor dicho, como la crítica u otros pianistas como Martha Argerich ("lo tiene todo y más") ya han destacado las virtudes del pianista, poco puedo añadir. La delicadeza con la que se inició el concierto debe mucho a la Suite en La menor RCT5 de J.-P. Rameau, la melancólica pero firme Allemande inicial.
Para quienes no tenemos formación musical cuesta creer que el compositor pudiera tocar el órgano y el clavecín, o que se pueda tocar al piano una pieza compuesta para clavecín, o que se pueda interpretar toda la suite sin partitura a la vista. Pero más allá de la admiración ante la habilidad técnica del intérprete prevalece la emoción ante la pureza de cada nota.
La selección de Trifonov guardaba una cierta coherencia, aunque después de Rameau hubo una de las sonatas de Mozart, las Variaciones serias de Mendelssohn y por último el Hammerklavier de Beethoven, otra sonata que entraña una gran dificultad técnica.
Poder disfrutar de una velada con tantos elementos óptimos incluido el edificio, proyectado por Lluís Domènech i Muntaner, es maravilloso, y no se puede hacer otra cosa que deleitarse y agradecer poder contar con una oportunidad así, que es el fruto de mucho talento pero también de mucho trabajo.
A veces, por lo menos en mi entorno, se suelen desmerecer los esfuerzos de quien no cuenta con el talento suficiente para ir más alla de una mediocridad que ni siquiera es dorada. Yo creo en la mediocridad. Es decir, yo sigo escribiendo en este blog y sigo haciendo dibujitos y tocando la guitarra, a pesar de que sé que no puedo aportar gran cosa al acervo humano. O sí, porque de alguna manera es necesario, como ocurre en el monte, que haya un manto variado de especies superpuestas o vecinas.
Cuando escribí los posts sobre la cantante de opera Ena Suriñach, en la consulta de La Vanguardia de los años previos a la Guerra Civil, pude darme cuenta de la gran cantidad de teatros en los que los diferentes tipos y categorías de artistas podían desarrollarse y triunfar (o no). También observé que después de la Guerra Civil esa profusión de locales se vio mermada dramáticamente. Y de que a la larga han quedado los mayores y poco más, dicho sea "poco" con todo el respeto, puesto que son centros de arraigo parroquial o vecinal o del asociacionismo que resistió a pesar de la dictadura o por la dictadura.
Mi argumento principal para defender la existencia de todo tipo de teatros es el de pensar que no podemos esperar que los artistas debuten directamente en el mejor teatro, en el más grande o en el que tiene mayor impacto social.
También aquí he dejado dicho, con motivo de algún certamen de los que ofrecen premios muy cuantiosos, que era mejor dedicar ese dinero a las carreras que empiezan. Posiblemente un certamen como el de los Premios Princesa de Asturias dan una imagen potente del principado y una publicidad indiscutible. Pero tal vez tendría un rendimiento para la sociedad mucho mayor y mejor si los 50.000 euros que le concedieron por ejemplo a Meryl Streep se dedicaran a la formación de actores o guionistas, o ya se nos ocurrirá qué. No sé si me explico.
50.000 euros para Meryl Streep no son gran cosa, pero para reacondicionar un escenario deteriorado, o cualquier otro gasto que no se pueda asumir, resultaría más productivo. Se dirá que de ese dinero desaparecería mucho en gestión, y es verdad, pero entonces eso también habría que corregirlo.
Estamos acostumbrados al efecto Mateo, por el cual al que ya tiene se le da más, como algo de lo más natural. También estamos acostumbrados a oír "es el mejor", "la más grande", y cosas por el estilo, constantemente. Es culto a la personalidad y por otra parte hemos podido ver que en algunos casos ha resultado nocivo hasta para la figura encumbrada, porque no ha podido digerir el éxito.