29.7.09

In medias res

Cão, Eli Miguel (Texere)

¡Palomas son tus ojos!
Cantar de los cantares 1:15
*
Alguna vez he oído decir que desde que existe la fotografía la pintura ya no tiene ninguna razón de ser, afirmación en la que subyace un desorden de ideas que no pretendo combatir. Un error se puede combatir, pero la estupidez no.
Si acaso, desde mi rincón, diré que la única cuestión en la que me he atrevido alguna vez a comparar las artes o las técnicas visuales ha sido porque veo en ellas una enorme dificultad en algo que no sé si es la composición o el encuadre. Ante los cuadros y ante las fotografías siempre siento que hay un corte. Suele ser un rectángulo. En la música parece más claro determinar dónde empezar o acabar una pieza, un fragmento musical, una frase. Se suele decir que cualquiera, incluso sin conocimientos musicales, es capaz de captar o prevenir una nota falsa o espuria en una obra clásica. En la literatura también es evidente un párrafo inconcluso y en todo caso están los puntos suspensivos y los experimentos para hacer una réplica de la fragmentación o la desconexión de la realidad. Miguel Ángel y Rodin utilizaron el non finito para realzar la informidad de la materia que tenían entre manos, y cómo de ella surgían definidas las formas. En Miguel Ángel la presentación de la materia también le sirve para hablarnos de la lucha y de esfuerzos hercúleos.
No sé si sabré explicar que tanto en un cuadro como en una foto está más presente su condición de recorte o fragmento, ya lo estoy… viendo. Claro que me imagino que hay trucos para corregir esa sensación: aprovechar el encuadre natural que propone la arquitectura o que ofrece la naturaleza, de manera que unos frisos o una ventana o la rama de un árbol pueden rodear la imagen que nos interesa. Otra opción es el marco y el difuminado. El marco, como el espejo, a veces se acaba incluso apropiando de la obra y de hecho, a veces la forma de atraer las miradas abotagadas de algunos de nuestros congéneres, es rodeando aquello que queremos destacar con una moldura dorada o superponiéndole un passe-partout que lo realce. El difuminado es otra posibilidad, y a mí me recuerda mucho al cuento de Andersen sobre la vendedora de fósforos, tristísimo, mi cuento preferido, donde la cerillera se calienta con unos mixtos que además de proporcionarle calor le permiten ver y hasta introducirse platónicamente en la caverna de la imagen de sus deseos y de aquello que le hace falta. El difuminado también me hace pensar en el naipe del 7 de copas en la baraja de Rider-Waite, que representa la ilusión. No es extraño que el origen del cine –y la caja oscura- estuvieran tan cerca del otro ilusionismo, el de la magia y la prestidigitación; y del esoterismo y el psiquismo. Indirectamente, el reflejo también sería una manera, la profundidad, de encuadrar un objeto, de darle fondo.
Y sin embargo no es fácil moverse entre las imágenes. Es curiosa la obsesión de los poetas conceptistas barrocos por el juego de imágenes y miradas, ese vértigo de correspondencias y espejismos o espejos. No obstante no me dejo impresionar tanto por los sonetos de Shakespeare como por un pasaje de Opus nigrum que, para no variar, he perdido, uno que hacía referencia a la experiencia del médico a través de un elemento nuevo (las lentes), de su propio cuerpo que además está enfermo. No recuerdo si es un fulgor, un efecto óptico, algo nuevo en cualquier caso, lo que le permite darse cuenta de cómo un cristal le hace percibir su cuerpo inerte de diferente manera a como lo había percibido hasta entonces.
Por lo tanto, una vez aclarado el feo y tedioso asunto del rectángulo de las fotos, ya puedo pasar derechamente a las fotografías de Novelos de silêncio. Me he atrevido a hacer una especie de patchwork con algunas de ellas, una minúscula parte, pero lo que creo que habría que hacer con ellas es montarlas como en una especie de cubo de Rubik delicuescente, que respondiera al estímulo de nuestras necesidades, como si respondiera como un sensor táctil al interés de nuestra mirada por un color o una textura y nos devolviera, surcando ígneamente o acuáticamente unos campos semánticos que sólo Dios sabe, otras imágenes que E. Miguel guarda no sé bien bien en qué orden ni en qué lugar de este mundo. Sería una mezcla entre un I-Phone, las ideaciones de la cerillera y San Juan de la Cruz [*] .
A pesar de los disgustos que a veces nos da internet, que nos los da, hay que admitir que también nos da el gusto de poder mirar incansablemente lo que nos apetece sin manosearlo, como si estuviéramos mirando a través del ojo de una cerradura, de la mirilla de una puerta o a través del visor de otra cámara. Yo sigo prefiriendo el visor pequeño de la cámara al más cómodo de LCD porque el hecho mismo de mirar ya me resulta placentero. Con el visor pequeño acabo invariablemente con migraña, por supuesto.
Si alguien con cabeza hablara de las fotos de E. Miguel tendría que referirse al uso de las siluetas, de las sombras claras, tendría que referirse a las texturas, a la fuerza, al silencio de las cosas, al interés que pone el agua de decirnos de tantas maneras inagotables lo que ella (Eli) ya sabe. Seguramente lo que me atrajo de sus imágenes fue el enamoramiento del fuego y el agua, eso que al atardecer se muestra en unos dorados que no son los de una juerga de colores hawaiana o una boda en Las Vegas. En su paleta de crepúsculos parecen predominar matices de oro viejo, vino amontillado, oporto blanco, ónice, nácar aquietado, resplandores que se alojan mortecinamente en la punta de un campanario, en las últimas hojas otoñales o en una cuchara inmóvil. El pedúnculo y la verja tienen la nitidez del éter o del ojal de una bata de colegio, cuando Eli las señala. Los clava en el cielo como una plegaria, aunque ella dice que no cree y será verdad. A veces sin embargo esa precisión caligráfica parece la del lenguaje, como si el garabato de una paloma sobre los tejados de Lisboa fuera una palabra que yo al menos no consigo descifrar. Las palomas parecen estar ahí eternamente, como las ruinas de los sueños lisboetas y el imperio antiguo, como las cornisas de un edificio que ha empezado a ser quien era desde el momento que se empezó a deshabitar y a perder empaque o arrogancia o a pasar desapercibido.
Sé cómo es Eli por cómo la miran los gatos en sus fotos. Se dan cuenta de que no es una flor. También he mirado largo rato una robinia que es tan grande que retiene sus propias flores caídas sobre sus ramas, como una anciana ventruda y despeinada con guisantes en su regazo. Los obreros y el pescador en medio del oleaje me demuestran que mi amiga portuguesa no debería descartar el retrato. ¿Lo hará por timidez? La cabra que se lame, el perro en la orilla, las rocas al sol de esta tierra que compartimos y que continuamente nos recuerda lo duro que puede llegar a ser vivir, a mí me llenan los sentidos. Y es de lo que se trata, de sentir.
En Novelos de silêncio (“Ovillos de silencio”), la poesía ha encontrado un varadero, un puerto seguro, y cada fotografía ilustra un poema de una colección que también es generosa y ancha y que no es ni mucho menos un complemento o un apoyo para llegar adonde no llegó la imagen.
He observado la evolución de Eli a lo largo de sus blogs (Texere, Sulanorte) y creo y veo que es ahora cuando está empezando a recoger “ciento por una”. A Eli, distinguida por su timidez, tímida por su distinción, mis mejores deseos.

Más y más:
*
[*] “En solo aquel cabello / que en mi cuello volar consideraste, / mirástele en mi cuello / y en él preso quedaste, / y en uno de mis ojos te llagaste. // Cuando tú me mirabas, / tu gracia en mí tus ojos imprimían; / por eso me adamabas, / y en eso merecían / los míos adorar lo que en ti vían”. (Cántico espiritual, San Juan de la Cruz) .

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28.7.09

Post 303: La historia se repite


La familia de Felipe IV o Las Meninas (Diego Velázquez, aprox. 1656)

Traigo a este pobre blog “Las meninas” de Velázquez, a mi entender el mejor cuadro que se ha pintado nunca o uno de los 5 mejores en todo caso. Simplemente para señalar la figura del bufón, Nicolasito Pertusato, en el instante en que casi para toda la eternidad patea al mastín leonés. La composición me hace recordar exactamente la patada de Froilán, el hijo de la Infanta Elena, a su prima segunda Victoria López Quesada Borbón Dos Sicilias durante la ceremonia religiosa de la boda del príncipe Felipe de Borbón. Me parece que en aquel momento, mayo de 2004, se dijo que era la patada de un grande de España a una plebeya, porque se confundió a la niña con Carla Vigo Ortiz, la sobrina de Leticia Ortiz, la novia. Lo que está claro es que era una patada en toda la regla y que el gesto se va repitiendo no ya sólo por el abuso que se hace del material de archivo en los medios de comunicación, sino porque la historia tiende a reproducir cientos de veces el mismo detalle, como si anduviera en ensayos para un estreno que aún no se ha celebrado. Paradójicamente, el gesto del Froilán fue una de las pocas anécdotas –junto con la mala cara de Carolina de Mónaco, que tuvo que dejar a su marido, un Hannover, dormir la mona- que se salieron no solo del protocolo sino también del aire que adoptó la boda, cuidadosamente rancio y muy propio de los años cuarenta.
Lejos de estar interesada en mostrar un panorama de la realeza europea y mucho menos el de la realidad europea, simplemente me aprovecho de la imagen de la patada para ilustrar el tema de hoy: el de que la historia se repite. Y se repite y se repite. Como el ajo. Al lado de esa observación, bastante abrumadora a veces, la verdad, está la de que en algunas personas la persistencia de sus hábitos conduce a una especie de caricatura de sí mismas. Días atrás intentaba recordar una historia curiosa que oí en una emisora de radio. Llamó por teléfono a un programa una mujer de mediana edad explicando que había tenido una historia amorosa con un señor que la llamaba “Chispita”. Este detalle, que puede parece menor además de ridículo, es un elemento central de la anécdota como veremos. Y es que el caballero en cuestión, que además de esta peculiaridad tenía otras, como su extrema discreción, contaba con una especie de red de “chispitas” por toda la provincia en la que desplegaba y a veces simultaneaba su acción. Cosas de la vida, las “chispitas” acabaron conociéndose y precisamente lo que les permitió reconocerse, además del tamaño de las ciudades en que estaban confinadas, fue el apelativo. Ese nombre, que proporcionaba al ligón un comodín para poder relacionarse sin margen de error con un número ingente de mujeres, fue lo que les permitió irse identificando entre ellas. Así que, a lo tonto a lo tonto, se juntaron si no me equivoco hasta ocho e incluso se reunían de vez en cuando y celebraban cenas y comidas. Y es que el enorme parecido entre sus estilos de vida, la comunión de haber pasado por una experiencia idéntica y la forma en la que la habían superado, les llevó a hacerse amiguísimas. Si en vez de ser una chispitas hubieran sido unas petardas desorejadas, con perdón, probablemente le hubieran preparado una venganza atroz y atronadora o una broma a la medida de los beneficios que él había obtenido a costa de ellas (que ese es otro tema). Y, sin embargo, ellas -quienes a su vez no podían dejar de repetir sus propios esquemas y hábitos- se reunían alegremente achispadamente y se reían de sí mismas y de todo lo que habían pasado. Como era previsible, se llaman “Las Chispitas”.

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24.7.09

Vacaciones sin mar


Foto de Gregory Colbert

Aún se oye a veces en este siglo XXI que los zoos son un bien para los animales en peligro de extinción, o que las corridas son un bien para los toros. Que sin corridas no habría toros. Por algo así o que se le parece escandalosamente se habla de las bondades de trabajar. Y a mí las vacaciones me saben a poco y los zoos me repugnan y entristecen profundamente. Ya tengo dicho por ahí, creo que en el Blog de Lucha Cuerda, que pasé mi Curso de Orientación Universitaria (con ese nombre, cualquiera diría que íbamos como descarriados) en parte en el zoo y en parte tocando la guitarra. Un compañero de clase y yo íbamos donde los primates. Él los dibujaba. También dibujaba forzudos y hombres luchando y escribía unos poemas increíbles. Pronto me aburrí de tanta pelea, de tanto jipido y del ritual de quitarse los piojos y del apareamiento. ¿Qué decir de las demostraciones de poder y de dominación? Me iba adonde los elefantes y fue allí ante una elefanta enloquecida donde entendí en qué mundo estábamos. Y no he sido capaz de moverme ni un ápice y a veces me pregunto si no estaré/estaremos, como aquella elefanta, dando vueltas acorralada/acorralados.

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21.7.09

Equivocaciones y éxitos


Foto: 122 - Cementerio de San Andrés (Barcelona)

A Teresa Saura, Remedios Supervía, Glòria Gonzàlez y Cristina Matud, cuatro enfermeras de quienes he aprendido muchísimo

“Una teoría científica tiene un alto valor heurístico si es capaz de generar nuevas ideas o inducir nuevas invenciones. Para ello, sin ser irrelevante, no es imprescindible que la teoría sea cierta”.
Estos días atrás se habló mucho en el país del error de una enfermera del Hospital Gregorio Marañón de Madrid (HGUGM). Curiosamente, o no, una de las frases destacadas fue la del gerente del Hospital GUGM, Antonio Barba Ruiz de Gauna, que se apresuró a dar una rueda de prensa y a declarar que el error se trataba de una "terrorífica" negligencia:
"Es una gravísima negligencia que no tiene excusa", porque en el envase viene perfectamente especificado", pero "por un error que desconocemos, el profesional se equivocó "al administrarle el producto”.
Desde mi rincón veo todo el asunto de otra manera. De hecho, si mi punto de vista coincidiera con el del director gerente Barba, me sentiría profundamente perturbada y confundida. No estoy de acuerdo con el Sr. Barba primero porque creo, aunque no tenga modo de demostrarlo, que el error de la enfermera trascendió sólo porque su equivocación había sido precedida por 3 intentos de ingreso fallidos lamentabilísimos de la madre del neonato:
“La familia de Dalila ya adelantaba ayer por la tarde que la joven se encontraba «muy grave». Tanto, que durante dos minutos su corazón había dejado de latir, aunque los médicos consiguieron devolverla a la vida... por poco tiempo. A la 1.20 horas de esta madrugada la joven de origen marroquí fallecía en la UCI del Hospital Gregorio Marañón, donde permanecía ingresada desde el pasado 15 de junio aquejada de gripe A.
Su caso no era como el de los cientos de españoles contagiados por el virus H1N1 que se han recuperado rápidamente. El asma que padecía, su avanzado estado de gestación y la neumonía que desarrolló a causa del virus se revelaron como un cóctel letal. Ha fallecido con sólo 20 años, precisamente el rango de edad con el que la gripe A se está cebando.Dalila se ha ido, pero deja aquí a Ryan, el hijo prematuro (ha nacido con 28 semanas) que dio a luz ayer por cesárea cuando su estado se volvió crítico y los médicos decidieron provocarla el parto y salvar al crío, que pesó un kilo y medio al nacer y que hoy, ajeno al triste desenlace de su madre, lucha por salir adelante desde su incubadora del Hospital Gregorio Marañón. Ryan se encuentra estable, dentro de la gravedad que implica ser un niño prematuro y estar todavía bajo los efectos de los fármacos que se le administró a su madre. Lo que aún no han podido precisar los médicos es si Rayan [sic] ha podido contraer la gripe A por vía fetal. El servicio de microbiología del hospital está anaIizando al bebé y tendrá resultados dentro de 48 horas.A Dalila no supieron decirle que es lo que estaba pasando en su organismo hasta la tercera vez que visitó las urgencias de un hospital, por lo que no comenzó el tratamiento con antivirales hasta ese momento. Según ha explicado el jefe de urgencias del Gregorio Marañón, Juan Andueza, la primera, el 11 de junio en este mismo hospital, los médicos relacionaron su sintomatología (fiebre baja y unos dolores que no hacen indicar que tiene gripe) con molestias típicas de su avanzado estado de gestación. La segunda vez, el 13 de junio, acudió al Hospital de Fuenlabrada, donde volvieron a reconocerla y la dieron de alta al ver que mejoraba del cuadro clínico.” (ABC, 21 de julio de 2009)
Es decir, por lo que parece, Dalilah se dirigió a las urgencias del HGUGM con un agravamiento de su afeccion asmática, un avanzado estado de gestación (28 semanas) y finalmente, cuando la joven fue ingresada en su cuarto intento, falleció diagnosticada de gripe H1N1 a causa del proceso vírico agravado por la pneumonía secundaria. A la vista del pronóstico, se le había practicado una cesárea y Ryan murió a las pocas horas a causa del error “terrorífico” de la enfermera.
Como hay tantos errores en lo que llevo documentado, yo no quisiera también añadir un nuevo error, y para “curarme en salud” como mucho me atrevo a aventurar que el Dr. Barba está en un punto equidistante de una soberbia descomunal y una ignorancia estadísticamente irrelevante que le ha impedido obrar con la prudencia debida y emplear el lenguaje jurídicamente correcto. Como hemos de pensar que, por su cargo, goza del asesoramiento de un gabinete jurídico muy bien preparado y de la confianza de la consejera de Sanidad de su comunidad autónoma (Madrid), su error más que terrorífico es terrorista. ¿Cómo ha cometido el Sr. Barba la equivocación de usar la palabra “negligencia”, con esa connotación de “descuido” que tiene en español? ¿Qué diría el pobre Dr. Barba de la madre que abandonó el otro día en Leioa (Bilbao) a su hijo de 3 años en su propio coche, el cual murió a las cinco horas por achicharramiento y porque su cerebrito alcanzó la terrorífica temperatura de 47º centígrados: ¿”Negligencia”? ¿”Error”?
Lógicamente, el colectivo de enfermeros y personal sanitario no médico del HGUGM se movilizó inmediatamente porque a la sobrecarga inhumana de trabajo que padecen tienen que añadir la de tener un jefe que no les facilita su labor y es un incauto. Han exigido su dimisión. Es una extravagancia porque yo, que hasta donde yo recuerdo gozo de bastante buena memoria, no recuerdo ningún directivo que haya dimitido en los últimos 10 años en este país. Ni uno solo. Como es comprensible hasta para mí, que soy un error andante, los errores-horrores de los directores y gerentes no son como los de quienes están por ejemplo pilotando un avión, y no son tan manifiestos, tan irreversibles. Yo, que soy lo suficientemente corta de vista y vieja como para ser descartada de la aviación sin más contemplaciones, he visto a algún directivo intentando abrir una puerta en vez de con su atormentada llave con una tarjeta de metro o con una de esas tarjetas de crédito que les concede la administración para pagar sus taxis y sus mariscos y sus ciervos a las finas yerbas.
Una vez, hace muchos años, me encontré en el cajón de la cocina un gran pedazo de queso. Miré entonces en la nevera y allí estaba el cuchillo. Le dije a mi hermano: “Tete, ¡has puesto el cuchillo en la nevera y el queso en el cajón!”. Esto es lo más parecido a lo de abrir una puerta con la tarjeta de metro o la de meterle leche a un neonato por vía intravenosa. Sólo que lo del neonato es además lo que antiguamente se denominaba “una desgracia”. Cuando un profesional en el ejercicio de su oficio se equivoca muchas veces (ya se vería cuantas), entonces, sólo entonces, es cuando hay que evaluarlo y expedientarlo o apartarlo si es necesario.
He elegido el título de “Equivocaciones y éxitos” con la idea en la cabeza de que en los hospitales del mundo mundial nos referimos a los fallecidos intrahospitalarios como exitus (del más puro latín exire, “salir”), término que da pie a falsas etimologías populares por las cuales se cree que la palabra choca estrepitosamente con el éxito convencional, aquel del que nos alegramos. Está claro que un exitus no es un éxito. Y sin embargo, sabemos que heurísticamente, muchas veces los errores son buenos. Es un clásico el cometido con el post-it, que es el triunfo de un error en la composición de un determinado adhesivo:
“El adhesivo original usado en los Post-It fue inventado en 1968 por Spencer Silver, un investigador de la compañía 3M. En realidad estaba buscando un nuevo adhesivo potente, pero encontró uno débil, al que no pudo encontrarle utilidad.
Sólo en 1974, a un colega suyo, Arthur Fry, se le ocurrió usar aquel adhesivo para crear marcapáginas, mientras hojeaba un himnario del coro de su iglesia. Los primeros prototipos estuvieron disponibles en 1977, y en 1980-1981, después de una poderosa campaña publicitaria, el producto fue puesto a la venta en todo el mundo.” ("Post-It", Wikipedia)
La genialidad está en ver en los errores, en los defectos, una oportunidad. ¿La verá el Sr. Barba? También se dice que los buenos profesores son aquellos capaces de ver el potencial de un alumno y de suscitar sus ganas de superación, que se hagan preguntas productivas, y no tanto los que son capaces de trasmitir lo consabido (que ya es mucho, lo admito). Creo que si eso no es heurística, que venga Dios y lo vea. Ah, y -qué demonios- si sólo hubiera una manera de hacer las cosas, o una manera de llegar a un sitio, ¿qué sería de la gran mayoría de nosotros? No tendríamos ni una oportunidad.
Lo mismo que hay éxitos inmerecidos, creo fervientemente en las equivocaciones inmerecidas.

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15.7.09

Trini Domínguez (y yo)

Trini. Foto: Aaoiue



"La buhardilla" (Carl Spitzweg, 1849)

A Víctor González, que pronto celebrará su cumpleaños. En vida nuestra.

Spitzweg tiene por lo menos tres óleos en los que aparecen pintadas jaulas de pájaros (“El eremita asando pollos”, "El hipocondríaco" y "Humo sospechoso") y uno en el que un pájaro negro (un mirlo tal vez) es sorprendido en el alféizar de la ventana de un estudioso (“La visita”) o un estudioso es sorprendido en su gabinete por un pájaro negro. En estos lienzos, como en el que reproduzco, encontramos una constante de Spitzweg: el motivo de la ventana o el de un espacio íntimo entre el “interior” y el “exterior”, las figuras de perfil y lo que días atrás señalamos como el estilo “Biedermeier” burgués, decepcionado y postromántico. El cuadrito del post actual tiene además otro elemento constante en Carl Spitzweg, el humorismo. Y es que notamos como las jaulas están resguardadas del sol pero que sin embargo riega las plantas –que a su vez son de un Biedermeier que echa para atrás- a deshoras, con lo cual se nos da a entender que probablemente es una excusa para coincidir con la vecina de la mansarde de enfrente, la cual a su vez se estaría haciendo también la encontradiza. Esta picardía es a todo lo más que llega Carl Spitzweg en la gama del humorismo de su paleta, llena de matices delicados y que podrían ser aptos para la mirada de un niño y agradables para la de un anciano. Y es que estos días voy pensando para mí que los ancianos, contrariamente a lo que yo creía, con los años van debilitándose y todo se les hace una montaña.
Creo entender bastante bien el motivo de las jaulas en mi admirado Spitzweg porque yo también soy una postromántica, una decepcionada y alguien que necesita encontrar un matiz delicado de humorismo en este día a día sin pan nuestro o sin paz nuestra por el que a veces transitamos como las bolas de un flipper o pinball, que antes en Barcelona al menos se conocían como “máquinas del millón” y que en las que con un duro (si iban mal dadas) podías jugar dos partidas, pero si ibas bien podías sacar más. Una vez, en Oporto –sería a finales de los ochenta- estuve jugando toda una tarde con una moneda de 1 escudo y tenía más bolas extras de las que hubiera podido jugar en 5 años. Era sólo porque estaba acostumbrada a una máquina del millón mucho más rápida y aquello era coser y cantar. Dejé la partida de puro tedio porque aunque aquello era el sueño de todo jugador de máquina del millón, jugar gratis toda la tarde, ver la trayectoria de la bola tan claramente y como en cámara lenta no tenía ninguna gracia. Desde que salía la bola por la órbita (vid. Glosario magnífico en español de toda la jerga de la flippomanía) hasta que llegaba a lo que propiamente son los flippers o petacos, daba tiempo de tomar dos sorbos de café y hasta de ir al lavabo si apurabas.
Trini ha tenido con ésta 4 jaulas, a no ser que pensemos que son las jaulas las que la han tenido a él. Una vez vi en la basura, cabe un container, una jaulita con un jilguero muerto adentro. No se habían molestado los dueños ya no digo en darle sepultura, pero sí al menos en permitirle tener un fin más digno como animal. Pero ¿qué queréis?, el mundo está perdido. Recuerdo que anteayer le oí claramente a una abuela echarle una reprimenda en toda la regla a su nieto, de unos 8-9 años. Conste que al principio la regañina iba bien de acuerdo con el canon clásico de amonestación, grito, sacudida y velada amenaza a cajas destempladas. Pero todo lo estropeó cuando le espetó “¡idiota!, ¡maricón de mierda!”. A mi, mira que me han reñido de niña, la mayor parte de veces sin merecerlo, por supuesto, pero mis mayores se turnaban –nunca me reñían todos a la vez como si se tratara de un linchamiento- y además jamás jamás me insultaron. Mi tía pequeña, que estaba un poco digamos desequilibrada por aquel entonces, enamorada, como mucho, me decía: “te voy a coger y te voy a reventar la cabeza contra la pared hasta que me canse”, pero insultarme no me insultó nunca. Si ahora las abuelas insultan a sus nietos, ¿pues qué no harán las madres?
Pues, eso, que Trini va por la cuarta jaula, por vicisitudes de la vida, porque ya tiene 11 años, que los cumplió en febrero. Trini es pequeño y suave, como Platero, el burro de Juan Ramón Jiménez, pero peludo no es. Tiene plumas ¡y buen tiempo que se pasa en tenerlas limpias y lubricadas! Ahí en la foto, en el hueco de mi mano blanda, estaba enfermo. Fue el año pasado. Se dejaba coger y quedaba sobre la mano a plomo, como una tortilla francesa (por cierto, que las tortillas francesas son españolas). Ayunó 4 días y se repuso. Fue un sinvivir. Ha vuelto a cantar pero tengo la certeza de que está casi totalmente ciego y de que su cabeza no anda muy bien. Demencia senil agudizada por las cogorzas psicodélicas que se pilla con el platano fermentado mezclado con la ingesta de las bolitas de lino que hay entre el alpiste. Me contesta sólo si no me ve. Es decir, él no me puede ver cuando me acerco a él, sí, pero le debe asustar no verme y entonces sólo me responde si le llamo desde otra dependencia que no es la que en aquel momento hemos decidido que es ideal para él. El sufrimiento que me produce su ceguera no es nada comparado con el que le debe producir a él, supongo, pero es infinitamente mayor al que me provocaría una mancha de lejía en el pantalón que me he comprado para la boda de mi primo. Todo es relativo. Yo elegí como mascota un canario por las siguientes razones:
1) No son tan enganchosos como los periquitos.
2) Los machos cantan (*).
3) No puedo tener un elefante en mi casa o un delfín.
Saber que al parecer los romanos los utilizaban en las minas para detectar la falta de oxígeno y por lo tanto la presencia de una fuga peligrosa –ya que se ponían cianóticos, vulgo azules- me resultó muy atractivo, contra todo lo que podría pensarse. Los canarios, por lo menos los que se crían en Barcelona, creo que nacen todos en febrero, bajo el signo de Piscis, por lo tanto son muy razonables aunque dados a la melancolía. Trini demostró desde que lo compré por 3.000 pesetas en las Ramblas que era en el buen sentido de la palabra bueno. Le buscamos dos parejas pero fueron muy agresivas. Especialmente la segunda, que incluso defecaba encima del plumaje alimonado de mi pajarito. La caca de Maricarmen resbalaba sobre el prístino plumaje de Trinidad, que la miraba desde un palo inferior con una dignidad y una resignación incompatibles en la pura teoría con el tamaño de su cerebro. Mi padre, que en gloria esté, se indignaba. Maricarmen se escapó un día y Trini no la llamó. La primera canaria también se salió de la jaula y él la estuvo llamando ("piiii, piiiii") dos días. Era desgarrador, lo prometo. Lo prometo aunque no haga falta, porque yo no solo no digo mentiras sino que además digo la verdad. Ya se m irá pasando.
Cuando el otro día me pasaron el artículo en “El País” de Elvira Lindo sobre su perro viejo, chocho, me di cuenta de que mi sufrimiento sería mucho mayor con una mascota canina. Y con un elefante ya no digamos. Sobre todo porque mi Trini nunca ha demostrado ningún deseo de comunicarse conmigo, aparte de corresponder mis silbidos o, hace unos años, exigirme su hoja de lechuga oscilando sobre el lado de la jaula al uso. Aprecia que le hablemos cuando está triste, pero poco más. Ya le he dicho a mi madre, que es quien ahora lo cuida, que si se muere que me le insufle aire por el pico con la ayuda del tubo de un bolígrafo Bic y que –si no reaccionara- que lo envuelva en un papelito de diario y después en papel de aluminio y que lo meta en el congelador. Dice que no, pero lo hará. Luego me lo llevaría a misa para que recibiera la bendición del final del rito y lo enterraría en la maceta de mi granado o bien en un sitio que yo sé en Collserola. Uno desde el cual hay una vista espléndida de la famosa skyline.
·
(*) Aunque por el nombre, "Trini", se podría pensar que se trata de una hembra, no, es un macho. Le puse "Trinidad" por el misterio, por "Le llamaban Trinidad" (Enzo Barboni, 1971), y por sus trinos. La otra posibilidad, que fue rápidamente descartada en cuanto le vi entusiasmarse con el ruido de una apisonadora pneumática, era llamarlo Chindasvinto, como uno de los reyes godos.
¡Ah! y yo no me llamo Marta-Rosa, me llamo Marta-Raquel. Que me estoy encontrando en el Feedjit que alguien me busca como "Marta-Rosa Domínguez Senra" (¿?#~€~\) en el buscador y yo soy Marta-Raquel, donde Raquel es un apelativo que sale en el Cantar de los Cantares y quiere decir "corderita" en hebreo y era el nombre de mi madrina de bautismo. 


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12.7.09

Los otros

"Yo y el otro: retratos en la fotografía india contemporánea" (La Virreina Centre de la Imatge, 10 de julio-27 de septiembre de 2009) (Foto: Aaoiue)

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad” (Q, I,1) (Centro Virtual Cervantes)

“In a village of La Mancha, the name of which I have no desire to call to mind, there lived not long since one of those gentlemen that keep a lance in the lance-rack, an old buckler, a lean hack, and a greyhound for coursing. An olla of rather more beef than mutton, a salad on mostnights, scraps on Saturdays, lentils on Fridays, and a pigeon or so extra on Sundays, made away with three-quarters of his income. The rest of it went in a doublet of fine cloth and velvet breeches and shoes to match for holidays, while on week-days he made a brave figure in his best homespun. He had in his house a housekeeper past forty, a niece under twenty, and a lad for the field and market-place, who used to saddle the hack as well as handle the bill-hook. The age of this gentleman of ours was bordering on fifty; he was of a hardy habit, spare, gaunt-featured, a very early riser and a great sportsman. They will have it his surname was Quixada or Quesada (for here there is some difference of opinion among the authors who write on the subject), although from reasonable conjectures it seems plain that he was called Quexana. This, however, is of but little importance to our tale; it will be enough not to stray a hair's breadth from the truth in the telling of it.” (Q, I, 1) (Proyecto Gutenberg

No me refiero a la película de Amenábar. Me refiero a los otros, opuestos a "los demás" (*). En Barcelona coinciden dos exposiciones sobre el retrato: una, fotográfica, de la India contemporánea, en La Virreina (“Yo y el otro”); otra en el Museu Arqueològic de Catalunya sobre retrato romano, de 32 muestras, entre las cuales hay una de Livia, la tía de Claudio.
Para variar, consigo recordar un pasaje del LLibre de meravelles de Ramon Llull sobre la gran variedad que tienen los rostros humanos, lo consigo, pero no consigo localizarlo. La fascinación que para mí tiene observar esa variedad de la que se maravillaba Llull no es ni mucho menos proporcional a mi capacidad para desarrollarla a través del retrato, y ni siquiera de la caricatura. Me vería capaz de intentar hacer incluso dibujos naturalistas y colorear a través de la difícil técnica de la acuarela, o como mínimo hacer una cuaderno de campo. Parece sólo cuestión de técnica (al lado del arte de retrato y el autorretrato) remedar las láminas de Leonhart Fuchs, José Celestino Mutis -el que salía en los billetes de 2000 pesetas-, Anna Maria Sibylla Merian, William Bartram, o los trabajos de los maestros chinos y persas y los de las monjas que pintan con florecillas idénticas vajillas enteras de 12 servicios con el primor y la precisión de la monja gitana de García Lorca.
Será por eso, porque una cara es un mundo, por lo que la cirugía plástica resulta tan decepcionante. La cirugía plástica para mí es una aberración, excepto cuando se trata de poner remedio a los estragos de una enfermedad o un accidente. Ahí es un enorme bien. La cirugía estética, por el contrario, es una pena. Y es una aberración no solo porque –como dijera Adolfo Domínguez- la arruga es bella, sino porque los resultados hasta el día de hoy de la cirugía plástica tienden a mostrar unos patrones y a reproducirlos. Y no digamos nada de casos como el del desventurado Michael Jackson, recientemente fallecido, que parecía la “viva imagen” de Nefertiti, quien a su vez tampoco era muy auténtica que se diga, o de su momia.
Una de mis escenas preferidas de "Brazil" (Terry Gilliam, 1985) es la de la tía o la madre de Jonathan Price, cuando se le descomponen los efectos de la cirugía plástica en torno a la escena del atentado terrorista en un restaurante. Es una película visionaria que me gusta volver a ver, como “Mon oncle”, “El guateque”, “Benhur” o “Gertrud”. Tiene todos los elementos que han prosperado con el tiempo: el ministerio de información bajo un clon de Joseph Goebbles, los errores/horrores informáticos blindados, los puestos de trabajo alienantes en lugares absolutamente hostiles y reducidos, imponentes, asfixiantes; la ciudad inhumana, postindustrial y espectral, como de pesadilla; los electricistas o fontaneros que parece que trabajan para organizaciones paragubernamentales, y también las cirugías psiquiátrica y plástica.
La tersura de la piel se consigue por lo general a costa de eliminar las huellas de la expresión, que son como el mapa o el laberinto de la vida de cada cual, la impresión de los días, las galeradas corregidas de las noches en blanco y de los buenos ratos. Cuando el cabello encanece no hace más que suavizar la dureza de los surcos de la edad, por más que habrá quien en una guerra personal contra las canas se teñirá el pelo con un tinte que cuanto más se aleje de la verdadera naturaleza más esperpéntico resultará. En la Roma áurea los bustos con los retratos de sus dueños permitían renovar el peinado e ir poniendo las pelucas pétreas de moda o según la ocasión. Siglos después, en salones como el de la Marquesa de Pompadour, las señoras marcadas por la viruela usaban estratégicamente lunares postizos. Con el objeto de tapar los cráteres producidos por el virus y también con el objeto de darles significados corteses que sólo podían ser modificados o matizados por el no menos sofisticado lenguaje de los pañuelos, los guantes y los abanicos. Toda la artillería de lunares maquillados, pelucones o ventalles debía superponerse a algún mohín de repulsión o simplemente de coquetería, de desagrado o desaprobación, a gestos en cualquier caso tan perfectamente decodificables como los de la ceremonia del té más rígida. Los estragos de la afectación y de la rigidez en la vieja Europa siempre se han visto corregidos por la tendencia opuesta, la naturalidad, que a veces es mucho más rebuscada, como observo que lo es el “despeinado” de mi sobrina, que se pasa cosa de una hora solo con el pelo y el resultado es como si se hubiera estado moñeando a muerte con un oso o con tres hidras venenosas y sendas furias infernales.
En mis paseos por mi ciudad, o por otras ciudades, contradictoriamente, lo que más me gusta es observar o mirar con disimulo a la gente y sin embargo lo que más me molesta en las fotografías es que salga la gente. En Barcelona es imposible hacer fotos sin gente durante las horas centrales del día. Es algo que no sé explicar de otra manera que de la manera en que lo intento explicar. Esa es un poco mi relación con los otros y con los demás y con los de más allá. Para disfrutar de la compañía debo estar mucho tiempo sola, de la misma manera que hay gente que seguramente tendrá que estar mucho tiempo en compañía para soportar sus soledad. A todo lo cual lo único que tengo que añadir es que, si algo bueno tiene hacerse vieja, es el ver a los amigos y a las personas que más o menos nos han acompañado en nuestra vida en perspectiva. Creo que Picasso, al referirse a su retrato de Gertrude Stein, según cuenta la escritora en su autobiografía, dijo que no se le parecía pero que se le parecería.
Para acabar, se me ocurre el caso de alguien que cuando conocí (parece que lo estoy viendo) destacaba por su serenidad, la moderación de su lenguaje, de sus gestos, de su manera de actuar. Eso fue así hasta que al cabo de unos veinte años de haberlo tratado, mientras compartíamos la mesa, salió inevitablemente un tema que le enervó hasta tal punto que me descubrió una faceta para mí insólita de alguien que hasta entonces nunca había dicho una palabra altisonante ni áspera ni nada. Hasta se sonrojó por la ira. Claro que yo prefiero mil veces la ira que hace enrojecer que la ira que hace empalidecer. Así que es bien cierto que nunca acabamos de conocer a nadie enteramente, y que la naturaleza humana tiene el mayor interés si no somos exigentes y estamos dispuestos a soportarnos los unos a los otros.
(*) Tengo entendido que la gramática el gallego hace la distinción entre nós ("nosotros") y nosoutros (que correspondería a una parte de los que forman el grupo más amplio llamado nós). Esta forma no la he visto en funcionamiento, pero la señalo.

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7.7.09

500 rafaeles o las ideas objeto

Detalle de la Madonna de San Sixto (1513-1514) de Rafael. Óleo sobre tela, 265 × 196 cm. Gemäldegalerie, Dresde

"Un bar valenciano está animando a sus clientes a insultar a su personal y ofrece bebidas gratis por improperios originales o divertidos. [...] El propietario del establecimiento, Bernard Mariusz, de origen polaco, ha dicho que pensaba que la gente necesitaba un lugar donde desahogar su frustración en un tiempo de crisis económica, utilizando la rica variedad de insultos que hay en el idioma español." (Cadena Ser)

y la Madona Sixtina y sus famosos putti ensoñando en el borde inferior del cuadro. Y que está en la Alemania, en Dresde. Melina Mercouri, de ojos grises, no pudo cuando fue ministra de Grecia con la pérfida Albión. Y en Inglaterra –que apenas ha dado un Turner y buenos, eso sí (como diría la Igartiguru) acuarelistas- se muestra lo mejor de Atenas, gran parte de Egipto y quién sabe si no hay en la British Library alguna joya bibliográfica de nuestros conventos desamortizados o hasta de lo que no pillaron los franceses.
A todo esto yo no sé, entre otras cosas, cuantos rafaeles (raffaelli) hay en el mundo. Rafael murió el día de su trigésimo séptimo cumpleaños, joven, al parecer de una enfermedad de transmisión sexual seguramente francesa y a la que los franceses se referían como al "mal español". Por lo tanto, su obra se vio truncada cuando hubiera podido esperarse su plenitud y la madurez. Tampoco no sé qué precio alcanzarían sus obras de subastarse. ¿Qué precio tiene la columnata de Bernini? ¿Y la biblioteca vaticana? La Iglesia es una institución antigua, y ha tenido intereses en los más variados asuntos, además del propiamente espiritual, y en diferentes lugares del mundo, por lo que su archivo deber de tener tanto valor como el de la NASA o el del CNI o más que el que tienen las capillas Sixtina y Paulina juntas, la Basílica de San Pedro y sus antigüedades.
El patrimonio artístico del Vaticano estará-estará formado tanto por las obras que ha auspiciado como por los legados. Precisamente, fue en el verano de 1980, si mal no recuerdo, cuando pasé unos días en la Biblioteca del Monasterio de Montserrat con el objeto de consultar todos los manuscritos, los incunables y los impresos que hay de Aristóteles. Para ver qué había quedado. En aquella época servidora se apuntaba a un bombardeo, ahora no me embarcaría ni el primer año de parvulitos. Para acceder a la sala de investigadores de la Biblioteca, se accedía por una escalera –que me gusta pensar que era de caoba- por la que por la mañana también ascendía un olor de croissants o brioches recién hechos. No consigo recordar si fue el bibliotecario, el Padre Dalmau, o si fue el portero, quien nos comentó que Montserrat recibía muchos legados de personas que preferían a su muerte donar sus bienes a los benedictinos antes que a sus descendientes legítimos. Esta particularidad me da a pensar que probablemente el Vaticano tendrá muchas posesiones adquiridas por donativo.
Todo esto viene a cuento de uno de los reclamos que corren por el Facebook, recogido en el post previo: “CAMBIO TESOROS DEL VATICANO POR COMIDA PARA ÁFRICA” y que a mi entender es, como tantos otros, una mera insensatez que apela por una parte a aquellas zonas de la conciencia (sin determinar si de la buena o de la mala) en donde lo mismo surgen frases como “¡Vivan las cadenas!” que germinan bien otras televisivas o radiofónicas y latiguillos como aquel de Felipito Tacatún / Joe Rígoli (“Yo sigo”) o el slogan de Barak Obama (“Yes, we can”), que Telefónica / Telefonica ha metamorfoseado en “Yes, weekend”, para recochineo, para regodeo y refozilación y para lanzar (desengañémonos) una campaña de tarifas populares en fin de semana.
Las campañas de Facebook y en Facebook pueden movilizar gran número de simpatizantes, que se convierten así en una masa cuya adhesión es fácil y no implica más que un clic del ratón que dura poco más que un parpadeo y que sin embargo deja la sensación de haber participado a favor o en contra de algo que además está en el ambiente y que es muy actual. Hay campañas que tienen un innegable gancho, como la de las tapas gratuitas o la que hay contra el sempiterno uso de la marca Tous. Pesado de oso, oye. Plasta a más no poder.
Los enunciados son simples y barajan, como los poemas objeto de Joan Brossa, como mucho un par de ideas objeto. Más de dos ideas o conceptos, ya nos saldríamos de la frase. La de “CAMBIO TESOROS DEL VATICANO POR COMIDA PARA ÁFRICA” cumple con esa condición, al contrastar dos ideas y ponerlas en abierta oposición. El planteamiento es limpio como un tajo. Me recordó a una frase que leí en un grafitti hace muchísimos años, en que escribieron poco más o menos: “Con el dinero de armamento resucitar a Camarón”. De hecho, tan quimérica es la idea de alimentar a los que pasan hambre en África con las riquezas del Vaticano, como la idea de devolver a Camarón de la Isla / José Monge Cruz a este mundo a costa del presupuesto de Defensa. Y esto es porque algunas personas partimos de la base de que no todo se arregla con dinero. El dinero no se puede comer ni beber. Para mi gusto, la frase dedicaba a Camarón encierra más c a r i ñ o que la de los tesoros del Vaticano. Será que me estoy haciendo vieja que por un lado dudo, por otro lado me agobio y además estoy cada vez más dispuesta a no abundar en los exabruptos.
Si no soy capaz de entender lo que verdaderamente supusieron con todas sus consecuencias positivas y negativas las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz en España y las de otros países europeos, ¿cómo voy a poder imaginar lo que pasaría si se vendiera la columnata de Bernini? Porque, claro, tendrían que venderla. ¿A quién? Otra cosa es que la trasplantaran, ¿qué sé yo?, a Burkina Faso. ¿No está el claustro del monasterio de Cuixà en Nueva York, en The Cloisters Museum? Pues, nada, se llevan los 500 rafaeles o lo que haya a Uagadugú, en uno de los 5 paises más pobres del planeta, juno con Haití, y tan ricamente. Tal vez, se dirá, lo más práctico sería dejarlos donde están (los cuadros) y dedicar una buena parte de los ingresos que acarreen a contrarrestar el hambre de los que tengan hambre de solemnidad. Porque no olvidemos que en el mundo hay dos tipos de hambre: el de los que no tienen que comer y de los que son insaciables. A lo mejor resulta que eso ya lo está haciendo el estado del Vaticano, dedicar una parte de su patrimonio a la caridad o a la solidaridad, como se prefiera.
A poco que unos y otros nos introducimos en la Historia y vemos de cerca, al detalle, que las posesiones que fueron desamortizadas a los regulares (conventos) variaban mucho de una orden a otra, vemos lo difícil que es admitir que el tema sea algo que se pueda simplificar de un plumazo o un campañazo. No tenían siquiera la misma extracción social los dominicos o los agustinos que los carmelitas descalzos y las carmelitas descalzas. Que conste que aquí la distinción de género no es una concesión al lenguaje no sexista, sino que señala precisamente la marca de género en relación con la posesión de bienes. Había conventos de franciscanos paupérrimos. Lo mismo que admitimos que con un par de ideas opuestas desgastadas hasta la náusea la campaña se queda floja, también decimos que cada una de las dos ideas (los tesoros del Vaticano y el hambre de África) son extraordinariamente complejas y que atacarlas de una única forma es de una ingenuidad solo comparable a la del aprendiz de brujo o a la de un delegado de curso bravucón y crecido. Es proverbial decir que la desamortización no sólo no acabó con los latifundios sino que agudizó la latifundización de lo que ya estaba latifundizado sin desminifundizar lo que estaba minifundizado.
Hace unos cuantos años, cuando me di cuenta de que tenía mucho más dinero del que necesitaba, consulté a una colega y sin embargo amiga muy vivida (que lo mismo te conoce los entresijos del tráfico de artículos de lujo a Cuba, que el funcionamiento de las misiones, que el de la diplomacia, que lo que le pongas). Assumpció se llama. Le pregunté a qué entidad podía confiar mi excedente o -mejor dicho- el excedente que yo estaba dispuesta a dar en caridad o (si se prefiere) solidaridariamente. Mi amiga me aconsejó que lo diera a Caritas Diocesiana y no he dejado de hacerlo. Unas veces más, otras menos. Aparte de que considero que las cuentas están muy claras, lo que me gusta de Caritas es que se va adaptando a los tiempos y va desplazando la ayuda allí donde detectan que hace falta (emigrantes que no entienden nuestras lenguas, niños por escolarizar, comedores, atención a enfermos o ancianos que están más solos que la una, terremotos, impago de alquileres, huracanes, familias desestructuradas, embarazos de adolescentes, monzones, etcétera). Que yo sepa no hacen una labor pastoral, por lo que los refractarios o discapacitados espirituales inveterados y los ateos más agrios y los escépticos pueden encontrar su acción como algo bastante exento de cargas doctrinales y por lo tanto nada reprobable.
Como se sabe, podría seguir aquí indefinidamente hasta llegar a los cerros de Úbeda o al quinto pino o a pasar por Valladolid como el Pisuerga, pero siempre abundando en los puntos propuestos, pero el calor es apabullante, y mi alma (“pobre barquilla mía”) está en otras cosas.

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