2.2.12

La madre de Rembrandt y la suegra de Emma Bovary


iza la morra del amodorramiento

amontonado y amojonado para otras
en que el chulo la sumió sumergió

camelándola de entre su matrimonio

abismado empapado zozobrado
de haber naufragado en ese infierno
de la barca cama conyugal que creyó libre

halló majo rufián como amante

galán tórtolo querido barragán

prometiéndole el oro y el moro

aparte del morro concubino
y no lo que su marido otorgaba
por contrato connubial

ella vio y vivió que ni chulo
ni marido ni amante ni rollo
ni oro ni moro ni morro

ni libertad sexual que no era sino mercado

marcado emporio zoco o baratillo

la desamodorraban sino lo contrario

del laberinto dédalo confusión
maraña enredo embrollo
caos lío  meandro tortuosidad 

sopor e insensibilidad iban a coma

colapso letargo estertor
congoja pena espanto angustias
se comía todos los marrones del mundo

se desvirtuaba y desvivía como mujer

toda quijota ella de amor a la pompa
a fastos festorrios teatros y músicas
toda quijoteada pura entera 
que no es bien sino enfermedad
 tumefacta muerte de su alma
colgada toda de embeleco
chasco burla gitanería camelo
frustración trampa enredo
disfraz pretexto señuelo
truco picardía fraude
argucia superchería embuste
astucia artificio engendro
congestión de su aliento su ánima
azorada ausencia de su soplo
embarullado y chapuza del ánimo
tumescente suerte de su alma

Agustín Romero Barroso, "Bobarismos", Poeta en Llerena

a madre de Rembrandt no solo posó para su hijo sino que también posó para Gerrit o Gerard Dou, de quien se suele decir que sus retratos eran tan minuciosos que sus modelos se aburrían como ostras  y tuvo que consagrar, como aquel que dice, su talento a otro de sus fuertes, la iluminación artificial. Una vez posé para un pintor, Manuel López Garabal, y me habló durante todos los días que estuve con él. Decía que era importante para mantener en mi rostro una cierta expresividad. Me explicaba cosas de su vida, que siempre es de agradecer, porque había sido larga y tenía su interés. Si ustedes caen en la cuenta verán que son muchos los que hablan por demás de los otros y casi nunca hablan de ellos mismos, en una especie de indiscreción o de discreción (según se mire) inicua. Pienso yo que, una de dos, o no tienen nada de qué hablar o tienen algo que ocultar. Pero no es asunto mío. López Garabal hablaba de sí y de su esposa, también pintora, de quien había enviudado hacía años.
La madre de Rembrandt aparece en dos cuadros con un libro. Al acercar la foto vemos que los títulos de los epígrafes parecen estar en neerlandés y se ve claramente en el segundo la palabra "Evangelium". El título alternativo del cuadro es "Anciana leyendo un leccionario". Doy en pensar que cualquier persona ducha en los ciclos de las lecturas de la misa podría identificar la de ese día, por la página por la que está abierto el leccionario; para mí entraña una gran dificultad. Y es seguro que Dou se pasó con el retrato más de un día y más de dos.
Son numerosos los cuadros que hay de mujeres leyendo cartas y libros. Pienso en Vermeer. En "Las obras acabadas" mostramos la de Fragonard, una de mis preferidas. Hubo mucho antes de los años de mayor éxito de Rembrandt, una "moda" castellana de mostrar a las santas con su libraco. No leyendo, sino con el en la mano como un atributo. Cuando estuve en Valladolid vi un montón. De ahí tenemos que saltar a la fiebre por las novelas (saltándonos a Sor Juana Inés de la Cruz y a tantas otras letraheridas) para ir a parar a una mujer de ficción, Madame Bovary, que aún sigue siendo el máximo exponente de muchas mujeres cuyo principal trastorno lleva precisamente el nombre de la heroína de Flaubert, el bovarismo. El bovarismo es el equivalente femenino del quijotismo, como muy bien dice Agustín Romero Barroso. Aunque tal vez habría que añadir, como también plasma muy bien nuestro amigo de Llerena, que las bovaristas van de una cosa a otra sin hallar satisfacción en ninguna.
La suegra de Madame Bovary pronto se dio cuenta de que la principal dificultad que tenía Emma para ser feliz y hacer feliz a su marido, o para al menos no atormentarse ni atormentarlo, era la lectura de perniciosísimas novelas y noveluchos que la despegaban no ya de la verdad sino incluso de la realidad.Y de sus obligaciones, podría añadirse. Porque hay un cierto componente hedonista en Emma Bovary y también algo crucial para que no sucumba un matrimonio, saber fingir.
Este pesado lastre que nos precede, como lectoras de ficción, también nos persigue, porque es casi seguro que cuando a una la ven leyendo un librito invariablemente le preguntarán "¿Qué novela lees?" (eso si no se lo quitan de las manos, que no sé qué es peor). Hace 20 años no era raro ver alguien en el metro leyendo El capital, que es gruesísimo, tan tranquilamente. O un tratado sobre la escritura cuneiforme. Últimamente veo que la gente lee novelas muy voluminosas, algún diario gratuito, apuntes de clase o ejercicios de inglés o alemán o francés, y poca cosa más. Este nuevo año se ven cada día más libros electrónicos, cuya principal oferta es de novelas, aunque en mi Kindle lo que yo llevo son 7 diccionarios, la Biblia, el Imitatio Christi, el Quijote, toda Dickinson, Walt Whitman, tres obras de Shakespeare en inglés (un drama y dos comedias), sus sonetos, el Libro del Buen Amor y uno de Julio Camba, La rana viajera, además de Doña Perfecta. Esos libros los tengo en versión de papel y cuando dispongo de tiempo para leer es el formato al que acudo, porque los tengo anotados y los he hecho míos y por mil razones más.
Tampoco es infrecuente y pronto empezará a ser un atavismo, un rasgo generacional residual, hombres que se dirigen a las mujeres aficionadas lectoras un tanto paternalmente, como a seres letrados pero pasivos y sin demasiado criterio o con el discernimiento atolondrado o desinformado. Como digo, es residual.
Los logopedas y los expertos en lectura, entre quienes creo que hay poco apocalíptico, al contrario, ven con preocupación las dificultades que tienen los más jóvenes en mantener la atención en un texto largo. Y cuando digo "largo" digo simplemente y paradójicamente un relato de los que llamamos breve. No sé, ya veremos.


 "Retrato de la madre de Rembrandt" (Gerrit Dou, c. 1630)

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