31.8.08

La casita de papel (II)

abía estos días en Cuenca una exposición del fotógrafo Andreas Feininger (1903-1999) cuyas imágenes en internet quedan rematadamente empobrecidas por lo menos de momento. Una de las fotografías que más me ha gustado es la de la playa de Coney Island abarrotada de gente. En las fotos de Feininger la majestuosidad de los grupos imponentes de rascacielos de Manhattan, su densidad, se ve tergiversada por la nitidez vítrica de cada figura y de cada ventana en la oscuridad. ¿Oscuridad?
En la plaza de toros de Cuenca también vi o viví con nitidez el hervidero de unas ocho mil personas en la fiesta. Se movían como en una sartén de aceite de Valverde del Júcar. Destacaban los abanicos en la policromía de la tarde como insectos, entre el colorido de los tendidos y la fiesta. Pronto desplacé mi interés y el horror del animal herido y domeñado a las figuras del matador. Incluso me transporté a una España manola y a la España antigua de donde viene todo eso. En mitad de la corrida, al tercer toro de lidia, aparecieron los bocadillos, las latas de Mahou y las botas de vino. En nuestro tendido, dos filas más adentro del ruedo, una mujer que se parecía a Antonia dell’Atte se preparó un cubalibre con su botella de ron Bacardí 5 años y su limón, en vaso alto. Con la misma unanimidad, como los gusanos de un mismo cadáver, se agitaban los pañuelos cuando el respetable pedía en pie una oreja. Unanimidad y detalle, como en los poros de Feininger. Claro que me acordaba de los antitaurinos y de sus argumentos, de Picasso y de Goya, de todo cuanto sé y se repite y se repite.
Por mí se acabarían todas las corridas de toros, pero nunca diría ni haría nada en contra, a no ser que se generalizaran. Y eso no va a pasar.
Lo que si que se está generalizando es lo de las películas sobre la Guerra Civil y su postguerra, con niño de 9 años, cura malo, ciudad de provincias, lecherilla mellada, jamona y represión. Ayer estuve en un pase de “Los girasoles ciegos” y lo comprobé. Otra película sobre la Guerra Civil. ¿Cuándo se acabarán? ¿Cuándo nos pondremos hacer películas sobre otras historias de nuestra historia?
Como hoy es el Día del blog, desde mi casita de papel reproduzco dos visiones opuestas sobre la película esta de José Luis Cuerda en blogspot:
“PD. Y la película, Los girasoles ciegos, ¿qué? Como decía, estoy meditabundo. Sobre el ser y más bien nada de cierto cine español, el más patrocinado. De nuevo una película maniquea y tendenciosa, un insulto a la inteligencia del espectador. Todos los rojos recitan a Machado a la primera oportunidad y sus graffitis son culteranos, infame turba... pintarrajea en una cueva el mayor imbécil que ha visto una pantalla. Todos los fachas cantan el Cara el sol para desayunar, usan brillantina y dicen tacos (uno llora cuando lee a José María Pemán, pero es de cachondeo). El libro de Méndez me pareció la obra más sobrevalorada de la postguerra (en la que seguimos, pardiez), pero al menos tenía una voluntad de estilo y ciertos detalles de heridas no impostadas (la mater dolorosa que trata de revivir a su hijo muerto en los relatos falsos de un preso, un diácono infernal y latinista) que Cuerda y Azcona traicionan con orensismo y garbancerismo.” (Cine y política).
“Cuenta la historia de unos personajes perseguidos y represaliados en los años posteriores a el final de la guerra civil española bajo una sociedad dominada por el fascismo apostólico que reclama la sangre purificadora del vencido. Documento imprescindible y necesario de nuestra historia para que no olvidemos nuestro pasado. Cada dia estoy mas convencido que de existir Dios, estaría en todas partes menos bajo el manto corrupto de la iglesia católica. Los actores Maribel Verdú, Javier Cámara, el niño Roger Princep, Raúl Arévalo y José Ángel Egido brillan a la altura de la película, si podéis, no dejéis de verla.” (El rincón de Nico).

Foto: Aaoiue. Nacimiento del río Cuervo

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19.8.08

La casita de papel (I)

uestros pisos son de papel. Se oyen las sillas chirriar, el batir de huevos y ya no digamos la rabieta, la fiesta de cumpleaños y la persiana que se descuelga de un golpe o una bronca conyugal subida de tono. Incluso, hace años, oí morirse a mi vecina. A media noche fue y aunque se murió sin hacer ruido yo algo oí en sueños desacostumbrado. Y lo que había oído adentro luego lo oí también fuera. Bueno, pues ahora estoy como por fuera. Dispersa.
Leo el discurso que leyó José Luis Sampedro en su entrada en la Real Academia Española de la Lengua, el 2 de junio de 1991. "Desde la frontera". Tras la captatio benevolentiae de costumbre y unas líneas oficiosas a su predecesor en la letra "F", hoy olvidado, Sampedro habló de las fronteras. Las fronteras en las que se sitúa son permeables y a mí me parece que le sirven para explicar mejor la riqueza y la pobreza (sin decirnos si es rico o pobre), el telón de acero entre el capitalismo y el comunismo, la explotación y la preservación de la naturaleza, la inmovilidad y el cambio, etc. Se define como hombre fronterero por oposición al hombre errante barojiano y al que es incapaz de interesarse por lo que está del otro lado. Curiosamente, el libro en el que leo el discurso -un crisolín de 8,5 cm-, tiene otro escrito sobre su experiencia en el Mount Sinai Hospital de Nueva York, un hospital de pago a cuyas prestaciones hasta donde yo sé puede acceder muy pero que muy poca gente. Al final, unos y otros, frontereros o errantes, sólo podemos estar en un lugar a la vez, sea en uno de nuestros hospitales de la SS o en un centro de la pijociencia estupendísima de la muerte. Para Sampedro el Mount Sinai es la frontera entre la vida y la muerte. Jolín.
Los frontereros, siguiendo el texto del discurso de 1991, son:
"Se configuran así dos diferentes estilos de vida: el fronterizo y el central. El primero cuenta con lo ajeno, que le provoca curiosidad con adhesiones o rechazos mezclados, le sugiere nuevas ideas y hasta las infiltra en él. Pues las frontera, por muy altas que sean las murallas chinas, nunca impiden ignorar lo existente más allá, ni envolverlo en la indiferencia; actitud en cambio bien propia del centro, donde suele vivirse como si su mundo fuese el único. El fronterizo es substancialmente ambivalente -es decir, instalado en ambos lados de la divisoria, aún cuando no en igual medida- y es también ambiguo, porque oscila entre ambas identidades: la originaria y la tentadora".
El texto me suscita a bote pronto dos preguntas: una, si habrá una frontera entre el centro y la frontera y, la otra, si tiene rendimiento esa tendencia tan mediterránea de dar forma esquemática a cualquier exposición. Parece Sesamo Street: "Vamos a cantar la canción de dentro". Se dirá que el pensamiento basado en figuras geométricas es mejor que el pensamiento lineal o la parábola expansiva a lo Bucay. Yo pienso mejor dentro de un soneto.
Un escritor fronterero parece según y como un juez de línea, cuando tal vez lo que resulta más sugestivo, más divertido y más humano es darse cuenta de que cada cual podría estar por cualquiera de las razones más erráticas e injustas en el lado opuesto. Si mirásemos, de acuerdo con los frontereros centrífugos dicotómicos, la pantalla de la televisión como una membrana que separa nuestro salón del accidente de Spanair en Barajas, probablemente nos quedaríamos abismados en los puntos de la superficie iluminada o en la evidencia de sabernos vivos por contraposición a los que sabemos muertos.
Vivir en la dicotomía no lleva a ninguna parte, sobre todo cuando hay que actuar. En este blog siempre se dice que los hechos son más importantes que las palabras y que las palabras que se dicen a alguien son más importantes que las palabras que no van dirigidas a alguien. Yo no soy ni seré nunca una mujer fronterera, yo soy la frontera misma, la encrucijada, una esponja, una antena, lo que pasa y lo que está a punto de pasar. Mis ideas no tienen la menor consistencia, no pueden ser sometidas a referéndum, me dejo llevar ay como el agua en mi barquito de papel. No necesito seguir ninguna filosofía que no sea la mía, no necesito saber si estoy en el centro del centro o en el centro de la frontera o en la frontera del centro. Para mí las cosas no son blancas ni negras como lo son las parejas sobre los pasteles de boda o un tablero de ajedrez. Faltaría más. Oye, ni que fuéramos tontos. Por eso escribo un blog.


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18.8.08

Julia



Transcripción aproximada de las palabras de Julia (3 de agosto de 2008) en dialecto de Finisterre, La Coruña

-Na televisión e no periódico. Seica hasta saímos no periódico, que nos colleron para, para, facer propaganda da xente que iba comere. Vai e díxen eu "ai!, na miña vida vin estes peixes, Dios mío!". Estaba Chola. Dixo: "Estes parece que son pirañas, daquelas que tragan, corren que saltan e collen os paxaros polas ramas e todo". Tamaños dentes arregañados, que hasta tiñan así os dentes de punta. Debían de telos no conxelador, porque havia tanta xente! Todos eran lechuga. Nos platos […] Empezóme a venirme así un tufo, un olor tan malo que díxen eu, déixame probare haber si…, como sabe. Vou probare. Tan pronto puxen a primeira mincalla na boca, alá vou. Xa me foi, xa xa me foi, xa me resbalou tan resbaladizo debía ser con aquel limón.

-Parece un tobogán.

-…con aquel limón do linqueirón que estaban todos que non havia dios que os comera. Ras, alá vai, alí me vai. Eu…, atragantada, atragantada. Carallo. Levantéime, non soupera ninguén nada. Non lle díxen nin a neialma que m’atragantara. Dixen eu que non podía falar. Xa saquei a dentadura e xa a deixei tirada alí. Díxen eu “Carallo, caenme os dentes no wáter e doulle a cisterna, carallo, que xa non vexo”, atragantada. Atragantada que estaba. Vou parecer un can sin dentes. Puxen a dentadura alí encima no lavabo. Chegaron unhas putonas da aldea, sentín “ja, ja, ja” e eu morria de atragantada. ”Caramba” dixo a miña irmán, “á miña Julia algo lle pasou”. E as putonas da aldea “Ja ja ja, ai Carallo que alguén viño a vomitar e deixou a dentadura aquí tirada no medio do aquel”. De milagro non ma colleran e non ma tiraron ó caldeiro da basura. Carallo. E vai nesto, ai, nesto, entra a miña irmán Charo e dixo ela “Ai dios santo”. Que non me saía.

-Pero, cona que che pintou, e por qué non foras a Urxéncias?.

-Atrevesóuseme. E a mín non me viña, non me viña, non me viña. E logo entra Manolo, o meu Nolo. Xa me deron algún viño. “¿E logo que che pese?” Eu non podía falar. A salvación foi que sin decir nada a elas eu un collín una botella de agua pequeña que era de Chola e un anaco de pan que si facías una bola e tirabas contra as baldosas e quedaba coma un chicle pegado ... Tomei o viño e a botella de auga. Aiiirgg!. Quedei nova.

-¿Pero qué pescado era?

-Eran unhas, chamabanlle dorada. Eran unhas, eran unhas. Cheiraban que apetrinaban. Dixen eu “vaites!”. Si non m’aguanta a miña Charo pola miña dentadura xa ma tiraran aquelas cabronas. O dia dos enamorados. Dixen eu ali iba eu sin dentadura. Ai, Dios mios querido.

(Esp. "En la televisión y en el periódico. Hasta salimos en el periódico, que nos cogieron para, para, hacer propaganda de la gente que iba a comer. Fui y dije yo: “Ay, en mi vida vi pescados como estos, Dios mío!”. Estaba Chola. Dijo: “Parecen pirañas, de aquellas que tragan, corren que saltan y cojen los pájaros por las ramas y todo. Tamaños dientes mordientes, que hasta los tenían en punta. Los debían tener en el congelador, porque había tanta gente… Todo era lechuga. En los platos […] Me empezó a venir como un tufo, un olor tan malo, que me dije, déjame probar haber si…, como sabe. Voy a probar. Tan pronto como puse el primer bocado en la boca, ¡allá voy!. Se me fue, ya ya se me fue, se me resbaló tan restabalizo debía ser aquel limón.

-Parece un tobogán.

-…con aquel limón de la navaja, que estaban todas que no había dios que las comiese.¡Ras! Allá voy, allá me fue. Yo…, atragantada, atragantada. Carajo. Me levanté. Nadie supo nada. No le dije a ni un alma que me había atragantado. Dije yo que no podía hablar. Me saqué la dentadura y la dejé tirada allí. Me dije: “Carajo, me caen los dientes en el wáter y le doy a la cisterna, carajo, que ya no veo”, atraganda. Atragantada que estaba. Voy a parecer un perro sin dientes. Puse la dentadura allí encima en el lavabo. Llegaron unas putarracas de la aldea, “ja, ja, ja” y yo me moría de atragantada. “Caramba” dijo mi hermana, “algo le debe de pasar a Julia”. Y las putarracas de la aldea “ja, ja, ja, ay, que alguien vino a vomitar y dejó la dentadura tirada en el medio del aquel”. De milagro no me cogieron y no me la tiraron en el cubo de la basura. Carajo. Y en esto, ay, en esto, entró mi hermana Charo y dijo “Dios santo”. Que no me salía.

-Pero, por el coño que te pintó, ¿y por qué no fuiste a Urgencias?

-Se me atravesó. Y no me volvía, no me volvía, no me volvía. Y luego entra Manolo, mi Nolo. Me dieron entonces algo de vino. “¿Y que te pasa?”. Yo no podía hablar. La salvación fue que sin decir nada a ellas cogí una botella de agua pequeña que era de Chola y un pedazo de pan que si hacías una bola y la tirabas contra las baldosas se quedaba como chicle pegado […] Tomé vino y la botella de agua. ¡Aiiirggg! Quedé como nueva.

-¿Pero qué pescado era?

Eran unas, les llaman doradas. Apestaban que te dejaban sin aliento. Dije yo “¡Vaya!”. Si no me vigila mi hermana Charo por la dentadura me la tiraban aquellas cabronas. El día de los enamorados. Dije “allí voy yo sin mi dentadura”. ¡Ay Dios mío querido!".)


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Un lugar

Para Ana del Pozo Ortiz
A mi abuela, Pepita Marcote Canosa

orveiro es una de las playas o calas de Finisterre. Hay otros corveiros en Galicia que supongo que, como éste, tienen que ver con los cuervos. Desde que se recuerda hay cuervos en uno de los escollos de la boca de Corveiro. Se excusa decir que jamás he conseguido fotografiar ninguno, incluso podría asegurar que saben cuando he ido pertrechada con una cámara para captarlos cuando alzan el vuelo y hasta se mezclan con las gaviotas. Cuando lo del Prestige -cuya zona cero fue en Muxía- se hablaba mucho de los araos, especie protegida. Yo no hacía más que preguntarme por los longevos cuervos de Corveiro.
La cala no aparece en muchas guías y queda escondida. Finisterre tiene unos 28 quilómetros cuadrados, pero cuenta con 10 playas: una pequeña parte de Estorde (la gran parte pertenece a Cée), Talón, Calcova, A Langosteira (que tradicionalmente se llamaba "Praia das areas"), O raposo, O cabelo, A riveira, Mar de fora, Arnela, y O rostro. A Langosteira es la más larga y las tres últimas están a mar abierto. A pesar de todo hay gente que se baña en ellas. Un día tranquilo de hace años en que iba por la orilla, lejos de las olas, la arena cedió bajo mis pies un metro y el agua me arrastró con tanta fuerza que el susto me vacunó para futuras audacias. Me había bañado por primera y última vez el día anterior y la sensación fue indescriptible, la de estar en plena naturaleza. El oleaje en Cabo da Nave, desde donde se ve Touriñán, o en O rostro, es impetuoso y brama de una manera inolvidable.
El desafortunado nombre de "Costa da Morte" tiene que ver con los naufragios que han habido desde que en ese punto toman dirección los barcos que van y vienen de América, y también tiene que ver con las víctimas de bajura y hasta de la recolección de percebes, muy numerosas. Se ha nutrido también de las historias griegas, latinas y más primitivas del culto al sol que se hunde en el mar tenebroso cada día (ara solis) dejando el cielo vaciado tras pintarlo de rosas, rojos, verdes y amarillos amontillados. Pero queda una noche como la de Juan de Yepes, más cierta que la luz del mediodía. De la misma manera que de las manos rudas de las labradoras salían encajes finos, el océano chapotea delicadamente en Corveiro y palilla espumas en la pleamar.
Los libros que tengo presentes sobre el pueblo son tres. El primero es la Biblia en España, de Borrow, cuya primera traducción al español se debe a Manuel Azaña, curiosamente. El fragmento sobre el valle del Duio es exacto. El segundo es Madera de Boj, de Camilo José Cela, en el que salen fisterranos que conozco aunque ninguno me parezca modélico, en los dos sentidos de la palabra (ni como persona ni como fisterrán). Nunca me han interesado tales tipos, la verdad. Cela veraneaba en Finisterre, invitado a tutti pleni, cebado como un cerdo, cuando vivía con su primera esposa, que creo que se llamaba Rosario. Como toda la obra de Cela, está el libro muy bien escrito. Las cosas como son. Se detiene en el dialecto propio de este territorio, que tiene arcaísmos al lado de americanismos, y donde las vocales suelen cerrarse. Se habla con mucha entonación e interjecciones, hay geada y en algunas zonas las sibilantes son sonoras. El lenguaje de las mujeres y el de los hombres es muy diferente, pero ambos son dados a la hipérbole y la extrapolación, cada cual a su manera. Como yo he ido hasta con 3 años, puedo comprender perfectamente lo que se habla, aunque quien lo haga sea desdentado y bronquítico, pero no tiene el fisterrán nada que ver por ejemplo con el dialecto que se habla en Lobios, en Orense. Por eso no debo dejar de reconocer lo acertado de Cela a la hora de elegir como muestra dialectal un "Qué é o que che pese?" ("Qué é o que che pasa?", esp. ¿Qué es lo que te pasa?). Sólo leí Madera de boj una vez.
El tercer libro considerado literario que tiene que ver con mi memoria sentimental de la comarca es uno de Josep Mª Espinàs, A pie por la Costa da Morte. Josep Mª Espinàs caminó con Cela en los cincuenta, si no me equivoco. El librito de Espinàs forma parte de una serie de caminatas que ha hecho por España, pero sobre todo por Cataluña. Vi por primera vez a Espinàs en el entierro de Salvador Espriu y su cara es una de las caras más inexpresivas que he visto en mi vida. Hasta que no lo reconocí me pareció un carterista o un froteur que miraba para otro lado. Es llamativo lo mal que ejecuta las buenas ideas que sí tiene. Me estoy acordando de una sobre un gran almacén. Buena idea donde las haya que desarrolló con una superficialidad y una apatía remarcables. En su librito sobre las tierras que van de Muros a Laxe, transcribe algún diálogo con tanto descuido (o habría que decir con tanto desdén) que me agrió la lectura. Una grabadora capta más matices que los que Espinàs captó y la cosa es más llamativa dado que Espinàs fue uno de los artífices de la normalización del catalán. Quiero decir con esto que su sensibilidad para con las lenguas minoritarias debería ser mayor a lo que demuestra su relato.

Como muestra del dialecto de Finisterre transcribiré en mi próximo post una grabación que hice a J., una mujer de 50 años que nació y siempre ha vivido en Finisterre. Espero poder enlazar el documento original, aunque de momento no he sido capaz de convertirlo en el formato preciso.

A Corveiro iban los niños (sus voces alegres reverberan como el duetto de Lakmé en el granito y en la superificie del agua) hasta que en la década de la heroína fue lugar de pico y no se podía ir. Ahora vuelve a ser de los cuervos y de los que sabemos lo bien que se está allí.

Corveiro (Fisterra/Finisterre, La Coruña). Foto: Aaoiue
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