8.5.20

Globos



iza Donnelly hizo el trabajo que incluyo hoy en el Álbum para The New Yorker y está dibujado a plumilla, cosa que da a los trazos un vigor especial. Como el material de dibujo cada vez es más prodigioso no es tema menor que un instrumento de escritura antiguo alcance tanta expresividad. Lo que tiene su misterio es que las burbujas o los globos o bocadillos sean exactamente igual, idénticos, como si se hubieran reproducido con ordenador. Siendo como es la viñeta tan sencilla, ese particular extrae complejidad al dibujo. Pero no por fácil sino para que no nos perdamos en detalles que no cuentan. Lo que cuenta es que los tres globos son idénticos. El pez piensa, tal vez con temor, en un gato o en el gato. El perro piensa, tal vez con fastidio, en el gato. Y el gato piensa en sí mismo. Y cuando digo "piensa" naturalmente pienso en una forma muy elemental de pensamiento, con más o menos recorrido.
Este dibujo además de relatar muy bien la preocupación de cada familia animal a mí me recuerda el problema de la propiocepción pero no de la física, la que nos permite movernos con solvencia. Me refiero a quienes tienen de sí una percepción distorsionada, sea por defecto o por exceso. Cuesta creer la de currículos que muestran datos exagerados o directamente falsos. Hay algún caso que simplemente se arroga logros de difícil valoración pero que por apelar a estancias en alguna universidad o empresa por ejemplo de Estados Unidos, adquieren una relevancia enorme. Otros casos, a mi entender más graves, añaden categoría a una experiencia laboral, o incorporan su nombre a un artículo donde nunca contribuyeron, o dan por adquirido un título que nunca acabaron de culminar. He conocido de cerca algún caso claramente patológico donde el entorno familiar no es un detalle menor. Supongo que por la misma razón por la que mi familia nunca me ha apoyado, hay familias que se movilizan para aupar a uno de sus descendientes o a todos sea económicamente o con un respaldo emocional desmedido. La condición patológica queda disfrazada con el buenismo y el wishfulthinking marketiniano. Pero una mentira es una mentira.
Hablando de mentiras o, mejor dicho, de las mentiras estadísticas, el ejemplo más directo sería el de las cifras de fallecidos por la COVID-19. Ayer ante una pregunta que se le hizo a Fernando Simón en una de las ruedas de prensa habituales ya, el hombre contestó sobre la diferencia de 5000 muertos entre la cifra del ISCIII y el Gobierno: "Lo cierto es que todos esos incrementos son incrementos estadísticos que se tienen luego que asociar a una causa, y no podemos decir a qué se deben esos incrementos. No sabemos si se deben a un accidente de tráfico enorme, no sabemos si se debe a un aumento de la mortalidad por infarto, no sabemos si se debe a un aumento de la mortalidad por coronavirus o por cualquier otra enfermedad". Sí que se sabe de qué se muere la gente, y él como epidemiólogo no lo ignora que ese dato no hay que buscarlo, que todos los muertos por accidente de tráfico más o menos quedan declarados, se mueran en el acto o después del accidente. Cuesta creer que un hombre con la trayectoria de este señor acabe tan mal. Y lo único que se nos ocurre a los que no pintamos nada es que se debe a una adhesión inquebrantable al Gobierno, al cual parece que no le acaba de interesar revelar la cifra de muertos, especialmente la de las residencias geriátricas. No sabría decir si Fernando Simón se comporta como un pez temeroso o como un perro secuaz. Sí puedo decir que Yolanda Fuentes, directora general de Salud Pública de la Comunidad de Madrid, al dimitir se ha comportado como quien quiso ser. Obviamente no es menor la maniobra que ha hecho el Gobierno de Pedro Sánchez para transferir el peso de la responsabilidad a las Comunidades Autónomas.
Que los datos son manejables y que depende mucho en qué forma se adquieren y en qué forma se presentan, lo sabe cualquiera. Pero en estos días el asunto, como otros, mostraba una gran falta de claridad.
Me da mucha pena la gran mortandad de ancianos que hemos tenido y tal vez tendremos. En mi entorno, de hecho, todas las muertes de que he tenido noticia eran de mayores de 75 años que vivían en residencias geriátricas. Si esto sirve para que las residencias geriátricas cumplan mejor, será lo único bueno que habremos sacado. Nos quedará un mundo feliz con apenas viejos, muy orwelliano todo, y con menos votantes para la derecha seguramente. Que los jóvenes y los niños no tengan una noción de que existe la vejez, con la decadencia del cuerpo inevitable, les expone a la gran mentira de la eterna juventud.

Liza Donnelli


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