5.5.20

Post 1719: Plein air

l confinamiento es una palabra sobre la que ya nos ha prevenido la Real Academia de la Lengua, cuando ya está instalada y hasta versionada (confitamiento, atocinamiento). Si la tomamos por la limitación de movimientos, hay que darla por buena. La palabra, digo. En mi caso el confinamiento se ha visto matizado por la necesidad de tener atendida a mi madre, a la que no veo más que de lejos desde el 10 de marzo pasado, y también porque voy a trabajar semana sí, semana no, aunque no a mí lugar de trabajo habitual sino al Hospital Vall d'Hebron. Este ritmo viene determinado porque la actividad asistencial estuvo reducida al COVID-19 prácticamente hasta hace una semana, y por razones de seguridad, no tenernos a muchas personas a la vez en un mismo espacio de trabajo (tanto pacientes o usuarios como trabajadores). Sé que hay personas que ven este particular como un privilegio y son pocos los que ven que hay un sacrificio. Hay que seguir adelante con todo ello.
El confinamiento lo he tenido aderezado con dos desperfectos en la casa. Son dos consecuencias de la dureza del agua de Barcelona y en otra ocasión se habían producido no a la vez sino cada cual en momentos diferentes. Hace dos meses que la cisterna de un wáter no llena bien y va soltando agua,  porque la válvula se corroyó. Pueden dar las dos de la mañana y se oye cómo carga de repente, cuando nadie usó el baño. Y el otro día me quedé con el mando del grifo de la cocina en la mano. Aunque la anterior ocasión hice por conseguir un recambio de esa parte, en esta ocasión cambiaré todo el grifo. Como en Barcelona no quedaba ni un solo grifo de Roca, que es el que mi lampista cree que hay que reponer, tuvo que ir a buscar ayer uno a Sabadell. Hemos estado tanto tiempo sin logística que los almacenes, de por sí ya muy exiguos, están tiesos. Y sé que puedo estar contenta.
Que en mis semanas de "descanso" compartiera el ruido de la cisterna con el de algunos vecinos que subían a correr al terrado, es algo que irrita bastante, pero he preferido no decir nada y sufrirlo en silencio para no tener un disgusto. En mis escasos contactos sociales, en los supermercados que todos conocemos, he observado que a excepción de Mercadona, tanto Lidl como Condis como Caprabo no seguían tan perfectamente las medidas de seguridad. En los tres últimos todas las precauciones para mantener a los clientes distanciados se quiebran cuando los reúnen en el espacio después de la caja, en donde no hay mucho más de 50 cm entre el cliente que está acabando de recoger la compra y el cliente que empieza a recogerla. Aunque yo hago por detenerme en el paso previo, las cajeras de Lidl y Caprabo prácticamente obligan a ir pasando. A diferencia de Lidl, Condis y Caprabo, en Mercadona hacen esperar a que el cliente anterior haya recogido su compra para que pueda pasar el siguiente. Además de todo, eso guarda coherencia con los pasos previos, que se hacen por tramos y de cara a que se mantengan los dos metros de seguridad.
El sábado salí a dar un paseo en el tramo horario que me toca y había mucha gente por Virgen de Montserrat, a donde me acerqué para ir a recoger una compra a un locker de Amazon. Pero casi todo el tiempo fui por las calles que no aglomeraban tanta gente. Me extrañó ver circulando ciclistas y patinadores por alguna acera o haciendo delfines por la calzada, como si se hubiera levantado la normativa, que creo que no.
Es decir, en general mi malestar ha venido más por la parte de los fastidiosos desórdenes que por mis sacrificios. Y la rebelión de la fontanería doméstica tampoco ha sido fácil de soportar, aunque cada minuto que pasa estoy más cerca de ver todo como debería estar. El toc-toc del grifo atrae por simpatía el tac-tac tiqui-tic-tac tac-tac de algo que en la cisterna quiere volver a su solvencia, y de vez en cuando produce como un estertor que recuerda el de los agonizantes. 
En mi familia han habido dos fallecimientos y tanto Fina y Antoni como los otros dos fallecimientos que conozco en mi entorno, son personas que estaban institucionalizadas por su avanzada edad y dependencia. La invisibilidad u ocultación de estas personas y la invisibilidad del coronavirus son tan tremendas como el propio mal, y estoy segura que en algún tiempo, no sé en cuanto, tendrá consecuencias en nuestra psique. Y ya sabemos que lo que es invisible es más manipulable.
En mi post previo la idea de que la ovación de las 8 de la tarde permitía sacarnos de la tv y de la invisibilidad y comportarnos como ciudadanos, fue no muy bien recibida entre mis escasos seguidores en Twitter. Tal vez en algunos lugares la ovación tenía una derivada de pitorreo, no es así en mi comunidad. Pero la atmósfera de Twitter es como la que me figuro que se crea para el cultivo celular, muy específica, artificial, y con una carga de competitividad a veces hasta malsana. Dice una amiga mía que hay que saber elegir qué cuentas se siguen. No lo dudo, pero en mi caso decidí vaciar la mía y de momento la dejo abierta pero nada más.
La imagen de hoy es una pintura de Eugène Boudin, precursor del Impresionismo y el pleinairismo, mentor de Monet, conocido como el "rey de los cielos". ¡Cuánto valoro la libertad y el gozo que aportó el Impresionismo! El panorama que el academicismo estaba sofocando y mortificando con su cerrazón se abrió a un mundo con mucha luz natural y colorido, y sin nociones morales. Las flores de Monet o de Renoir, sus seres queridos y no las celebridades, llenan de tierna alegría el atroz panorama del siglo. Monet incluso, en su jardín de Giverny, desarrolló lo que fue su obra viviente.
En mi quehacer sigo dibujando aunque con grafito (sin color) y proyecto viajar a Giverny en cuanto los estados de alarma se levanten en Francia y España y en cuanto sea posible desplazarse al país vecino. Me preparo renovando el francés que bien o mal aprendí en mi niñez. Soporto mejor los sacrificios, como dije, que la incompetencia y el desorden, el egoísmo.

La playa de Villerville (Eugène Boudin, 1864)


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