31.3.18

Fritz Lang

M, el vampiro de Düsseldorf  (Fritz Lang, 1931) se proyectó ayer en la Filmoteca de Catalunya y mantiene su vigencia. No ya por el tema del asesino psicópata, es que la película despliega admirablemente el argumento y el lenguaje visual no va a la zaga. Como había ya visto la película en vídeo, pude apreciar mejor los detalles y el conjunto. Lang no desprecia los detalles, que hacen tan verosímil cada situación, pero no se pierde en ellos y nos da un escenario total de la organización social. En sus películas europeas (no se notará tanto en Más allá de la duda) cada personaje se explica por su función social y por su trabajo. Claramente, como en aquellos azulejos de oficios, cada actor aparece en su medio como madre, como niño, como perito calígrafo, como falsificador, como mendigo o como guardián, como vendedora de caramelos o como mecanógrafa, sin faltar a la verdad. El cineasta parece que se preocupara en que quedara bien clara la función de cada cual y su relación con el conjunto.
De repente nos muestra un contrapicado de Otto Wernicke en su papel de capitán, o como un hombre no muy alto es interpelado por un grandullón y la cámara se sitúa por encima de su cabeza. Otro picado famoso es el del agujero en el suelo en el edificio de oficinas, que deja ver al desvalijador. El asesino nos muestra su sombra al principio de la película y cuando ya lo conocemos lo vemos reflejado en un cristal o mirarse a un espejo. También hay un famoso fotograma que lo encuadra en el lado opuesto de un escaparate de juguetes. Él y una niña se ven desde dentro de la tienda y el cristal del escaparate los enmarca. 
Fritz Lang igual maneja el lenguaje expresionista y de una cierta dureza como el de los indicios. Al principio de la obra maestra nos muestra el globo que M. había comprado para la niña Ellsie enredado entre los cables de la torre eléctrica por toda explicación del asesinato. Esa imagen vale como mensaje del final de la niña en manos del psicópata, elude la casquería y se concreta en ese monigote que queda en libertad pero sin rumbo, frágil, tan delicado como lo que separa estar vivo de no estarlo.


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