14.4.18

Engaños visuales y otros

Cuesta situar el campanario de la fotografía, tomada desde un edificio cerca del monumento a Colón en Barcelona. Aunque pudiera parecer que pertenece a la Basílica del Mar pertenece a la de la Merced, cuya figura se distingue en lo alto de la cúpula. La bandera española ondea sobre la Comandancia Naval. Detrás de la bandera distingo el edificio de Gas Natural, con una mariposa en los pisos más altos. y sobresale detrás el Parc de Recerca Biomèdica. Hacia el centro destacan las torres del Hotel Arts y Mapfre y a la izquierda de la grúa la chimenea de Can Folch, notablemente empequeñecida por efecto del paralaje.
Estas vistas que agrupan edificios alejados son un poco desconcertantes. Al lado de ese efecto, me gusta descubrir otros. Por ejemplo, cuando se toma el Carrer Nou de la Rambla en dirección al Palau Güell se distingue el campanario de la Basílica de los Mártires Justo y Pastor y en otro punto en la intersección con la calle Om vemos un águila del portal de la Duana de Barcelona, la de Sagnier. A los historiadores del arte les gustaría recrear aquí la coincidencia en el trazado urbano de dos edificios, uno correspondiente al poder religioso y otro correspondiente al poder comercial. En Barcelona tenemos pocas perspectivas intencionadas, no siendo alguna tan clara como la que se aprecia desde el Palacio de Montjuïch, hoy Museu Nacional d'Art de Catalunya. Más bien hay acumulaciones y sucesivos intentos de reordenación urbanística, pero no es una ciudad para las perspectivas y hay que alejarse a Collserola o a la línea de mar para tomar distancia.
Me temo que Londres es llano y que cuando se quiere obtener una vista panorámica hay que subir el Támesis (como pasa en Berlín con el río Spree), a la Catedral de San Pablo u otro edificio o al London Eye. Pero que por lo que pude observar hace dos años, no es una ciudad con perspectivas claras (como las de Buckingham) o las numerosas perspectivas del ensanche parisino o de San Petersburgo.
Tal vez los planos neoclásicos, de desesperante simetría, conducen a la pasividad y aburren. Contra eso lucharon los arquitectos como Palladio, supongo. La primera impresión que causa El Escorial, a mi pobre entender, es la de un edificio que se mantiene flotando sobre una base inmaterial. Es un efecto bien curioso y toda una metáfora de la Corte de Felipe II.
Este mundo se me hace a veces invivible. La ciudad de Barcelona, tan ruidosa y que acusa las alteraciones políticas, económicas y sociales, me está mostrando su cara más densa, enferma, crispada y sórdida. Quizás es peor lo cutre que lo sórdido o que lo siniestro, nunca lo sabré. Sabemos que la Barcelona que fue no volverá a ser y no sabemos qué Barcelona habrá en unos años. Cada cual recurre a lo que puede para vivir el cambio de los tiempos. No faltarán los oportunistas que saquen provecho de la situación.
Leo estos días otro libro de Consuelo Martín, la filósofa que conoce bien la escuela advaita. El libro es sobre la contemplación ─lo que en los orientalistas sería la meditación─ y previene sobre todo cuanto distorsiona el recto quehacer de buscar lo verdadero. Si no he omitido el adjetivo "advaita", a pesar de que es un riesgo verlo asociado a alguna clase de sectarismo, es porque precisamente la filosofía advaita persigue el fin de los dualismos, aunque no sea ese su objetivo sino la manera de conquistar una cierta lucidez y en definitiva el contento. Para quienes quieran conocer los textos de C. M. basta presentarla por su valiente y honesta claridad. No se encontraran con un libro reseco y teórico, pero tampoco con un manual motivacional pirotécnico ni nada que se le parezca. Son libros serios pero sin un aparato terminológico abrumador, y limpio de sentimentalismos. De hecho, en ellos se nos apercibe de las trampas que nos extienden tanto los pensamientos (de por sí duales) como las emociones, que nos alejan del auténtico ser. Del pensamiento y de las emociones solo podemos conseguir ir de engaño en engaño.


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