1.11.20

Equipo de protección individual

"En Italia, en 30 años de dominación de los Borgia
hubo guerras, terror, sangre y muerte,
 pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci
 y el Renacimiento. En Suiza hubo amor
 y fraternidad, 500 años de democracia y paz y ¿qué tenemos?: el reloj de cuco"
El tercer hombre (Carol Reed, 1949) 
 

 

staba pensando en que a pesar de trabajar en un gran hospital apenas he tenido ante mi vista los estragos de la pandemia, más allá de la situación laboral de los trabajadores, que es penosa. El sábado pasado salí de casa en el momento en el que se llevaban a mi hospital a un vecino que hace años que padecía del corazón. El sábado precedente había estado hablando con él y lo vi mejor que otras veces, lo que  ilustra aquello de que antes del empeoramiento a veces hay una mejoría. Se lo llevaron en una silla de ruedas y las tres profesionales que se lo llevaron en ambulancia iban con EPI de un solo uso de color amarillo.
En general no vemos nada más allá del cierre de negocios y las secuelas de las medidas emprendidas por el gobierno o nuestros gobiernos respectivos, de las cuales la menor no es la suciedad. Ayer en mi barrio había mucha animación porque la gente iba a comprar y porque tozudamente queremos seguir una vida lo más normal posible. De manera que yo estuve cosa de 20 minutos guardando cola para tomar mi café de media mañana en un Caracas, aunque bien hubiera podido tomar más cómodamente en mi casa. 
Se ha hablado del error de haber mantenido a las víctimas del coronavirus fuera del objetivo de las cámaras. En algunos países la divulgación de imágenes de enfermos de COVID está penalizada con prisión. No me he dedicado a buscar material gráfico porque me contento con poder decir que los medios no nos han atormentado con la consabida lluvia de imágenes mórbidas a las que nos tienen acostumbrados en muchos otros casos. 
El tema ya lo trató Susan Sontag, sobre todo en su último libro sobre Fotografía. Más allá de pretender adoptar un punto de vista sobre si hay que mostrar las imágenes de los que sufren o no, lo que me ha llevado a escribir hoy es la idea de la infinidad de cosas que no vemos. No vemos lo esencial, como ya dijo Saint-Exupéry, pero tampoco vemos lo que queda detrás de las bambalinas del escenario. Curiosamente el biombo tiene su origen en la finalidad de protegerse del viento, pero al final se diría que ha prevalecido una función de "separar ambientes" o hasta de protegerlos de la curiosidad o de la vista.
Las imágenes que invoca la maravillosa película The third man en sus primeros fotogramas no dejaban de ser imágenes del poder, imágenes que el poder adoptaba para justificarse y para levantar un sistema argumental que ha sido estudiado hasta donde se pueda imaginar. A veces el verdadero arte nos transmite ─como en la teoría maragalliana─ las ganas de vivir, y ese es su principal valor, una fuerza que nada o poco tiene que ver con la excelencia. Y los relojes de cuco tienen su gracia, además de la de medir el tiempo. A pesar de su aspecto de juguete no dejan de tener su interés, aunque estéticamente sean como los íconos, algo inalterable por las modas y las tendencias. La frase de Carol Reed  (no creo que sea de Graham Greene) sitúa muy bien lo que viene a continuación, pero tomada literalmente es un pobre alegato que redunda en los valores consabidos. Se cansa una hasta de Leonardo da Vinci.
¡Cuántas veces constatamos cómo se vive de cara a la galería! La vestimenta en sí ya es fingimiento y es cubrir la desnudez con la que venimos al mundo, hacer ostentación en algunos casos. 
La buena salud mental tal vez tiene que ver con el equilibrio entre lo que nos pasa dentro de nosotros y lo que ocurre fuera, pero también entre lo que permitimos que entre en nosotros y lo que permitimos que salga. Hace unos días una compañera de trabajo que había perdido cosa de 10 minutos limpiando su lugar a fondo con un preparado químico antes de empezar la jornada, luego se acercó a la mesa que yo usaba y me dejó encima un datáfono, un par de carpetas, etcétera. Se lo hice ver y me pidió perdón. Me supo mal, pero ya llevaba yo unos cuantos días observando el desnivel de cómo limpiaba su mesa y de su conducta con las otras mesas. En realidad no me importaba mucho que dejara un datáfono sobre la mía, porque estoy limpiándome las manos a menudo y entiendo que tocar algo infectado no me puede afectar gran cosa. Intento tocar pocas cosas, pero eso ya lo he hecho desde siempre.
La situación que se nos transmite en forma de cifras pero de la que no tenemos constancia con nuestros propios ojos se asimila de una forma anómala y me atrevo a decir que insana. El confinamiento y la casi total suspensión de las relaciones sociales nos impone un aislamiento que es insano. Nuestro día a día recrudece las posiciones y ante los negacionistas acérrimos crecen los argumentos de los que pasan terror y se hacen como "integristas" del virus. Es cierto que han aumentado los trastornos mentales y que en cada uno de nosotros se han agudizado los desarreglos del carácter y las manías.
El descanso me impide dedicarle el tiempo debido a la "higiene" mental y ya no digamos al cuidado del cuerpo más allá de dormir. Todo el día prácticamente lo tengo que dedicar a trabajar y a atender a la familia, peso que es más dulce de llevar pero que me impide leer o dibujar, entretenimientos que me ayudan a considerar mi vida más gratificante.
Espero que estas líneas no parezcan una queja ni una reclamación tampoco, simplemente levanto acta de lo que soy testigo. No nos podemos quejar los que tenemos qué comer.

(c)SafeCreative 1711154823849  - Bodegón con castaña, membrillo y jarra de Guernsey


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