16.3.24

Voluntad de pez


a imagen que ilustra el post de hoy es de la carpa Juanita bebiendo en porrón en una fotografía que está digitalizada y que proviene de una carta postal que se vende en Todo Colección. En el dorso se lee: "Carta "Juanita". Pez amaestrado, que come con cuchara y bebe en porrón [...]". Yo tuve el honor de conocer la carpa Juanita. A mis 11 años más o menos fuimos con mi grupo Escoltista a los primeros carnavales permitidos tras la Guerra Civil, en Vilanova i La Geltrú. 
Visitamos la mañana de la ruada el Museu de Curiositats Marineres de Francesc Roig Toqués. En el exterior se encontraba el animalito, en un surtidor. Era pequeñita, sobre todo si la comparo con las que años después iba a visitar en el estanque de los jardines de la Universidad de Barcelona en el edificio histórico. Ese tipo de porrón pequeñito se usaba o se usa para tomar la mistela, que no sé si es lo mismo que decir "moscatel", con el postre de músico.
En la casa familiar había un porrón, del que bebía mi padre vino. Siempre bebía en porrón, excepto cuando se abría un quinto de cerveza para ver jugar el Deportivo de La Coruña o, como es natural, cuando tomaba una copa de cava. Beber de un porrón es algo que hay que hacer como por instinto, sin mirar. Cuando íbamos a la montaña se llevaba una bota que, supongo que por no haberla conservado en buenas condiciones, se estropeó. 
Cuando mi padre se fue haciendo mayor y ya no digamos cuando empezamos a medicarlo por el Alzheimer, mi madre fue aguándole el vino y llegó un momento que parecía quitaesmalte de uñas con acetona. Al parecer no se daba cuenta. Cuando llegó a la fase en que empezó a repetir las cosas quinientas veces nosotras incorporamos el Martini rojo al aperitivo del domingo. Nos gustaba más el Martini blanco, pero al ser rojo le podíamos decir que era Coca-Cola y a él la Coca-Cola no le gustaba ni la pedía. Mi padre se murió el año 2008 y cuando se acabó la última botella ─yo creo que casi por evaporación─ ya no volvimos a comprar otra. La verdad es que el Martini va muy bien cuando alguien te dice 89 veces en una hora la misma frase. Mano de santo.
Me acuerdo del libro Memorias, entendimientos y voluntades, de Camilo José Cela y le doy al post que escribo el título de "Voluntad de pez" en vez de "Memoria de pez". Le daría a la palabra memoria el sentido amplio que le dio San Juan de la Cruz en su Subida al Monte Carmelo, que se refiere no solo a los recuerdos sino también a las anticipaciones y a todas esas obsesioncillas con que nos encasquillamos. La carpa Juanita una chispa de voluntad tendría cuando acudía al chorro del porrón, del que manaba al parecer agua, aunque solo ahora pienso que tal vez llevaba algo aún más atractivo si cabe.
En mi familia, por la rama materna, ya han fallecido las dos personas que a mi parecer disfrutaban de una memoria y de una voluntad prodigiosas. También yo tengo aún buena memoria, pero según que cosas ya no tengo con quien hablarlas porque mi madre y mi tía Loli ya nos faltan y porque en mi entorno hay una gran desmemoria. No deja de sorprenderme cómo hay amigos que no se acuerdan de, por ejemplo, haber visto una determinada película, mientras que yo me acuerdo hasta del día en que la vi y con quien y en qué circunstancias. Y esta condición que podría parecer un talento o una ventaja no es otra cosa que una contrariedad constante o una calamidad. Con los nervios que nos atenazan a todos últimamente la desmemoria aumenta. Cuesta creer que los nervios sean buenos para algo.
Hace unos años padecí hipertiroidismo y aún se exacerbaron más mis facultades para recordar fruslerías y trivialidades, pero mejor es no decirlo mucho por no dar ideas.
Una de las desdichas que trae la buena memoria es que como se acuerda una de todo es fácil recordar que algo ya me lo han explicado y que la versión se ha renovado perdiendo exactitud o cobrando detalles que no encajan. Se dirá que la memoria tiene mucho de imaginación, pero hay cosas que no son cuestión de matiz, que son como las matemáticas, donde hasta donde yo sé dos y dos son cuatro, y no cinco o veinte. Para explicarme mejor pondré un ejemplo: una amiga nos dijo en una cena que no sabía porqué le había pedido años atrás su marido el divorcio, cuando resulta que a mí me lo había dicho precisamente el día siguiente, porque le había sido infiel. Durante el proceso jurídico, que viene siendo como una especie de psicoterapia y más o menos con el mismo coste, en su cabeza había olvidado que me lo había explicado todo. 
Otra variante es la de quien critica a alguien que ha hecho lo mismo que quien lo critica. El tiempo, y no pocos años, me permitió ver como las personas que más habían criticado a una mujer de 30 años que se emparejó con un hombre de 20, acabaron la una con uno de 15 a los 50 y otra con uno de 18 a los 55. Prometo que habían vituperado tanto a la de 30 con el de 20 que llegué a considerar en su momento que había algo parecido a la envidia. Pero mi cabeza, mi entendimiento, no da para tanto.
No hablo de nada que no conozca el sufrido lector. Unos olvidan, otros recuerdan, unos quieren y otros no pueden, y ahí andamos trastabillando y a veces nutriendo un rencor que ─por pequeño que sea─ no nos va nada bien.

De la foto original de Rosa y Roberto Manero, la Carpa Juanita de Vilanova i La Geltrú

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