15.12.09

Los "eventos consuetudinarios": hormas, formas, formatos



De “Pintar con la palabra” (*)


Mairena en su clase de Retórica y Poética
Mairena.- Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba:
“Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”.
El alumno escribe lo que se le dicta.
-Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe:
“Lo que pasa en la calle”.
Antonio Machado, Juan de Mairena
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Diría que este fragmento de Machado  es de los más citados de Juan de Mairena, aunque tal vez no le va a la zaga aquel por el cual “la verdad es la verdad dígala Agamemnon o su porquero”. Esto viene a cuento, si es que hay que decirlo todo, porque estoy leyendo estos días una monografía sobre preservación digital (**)  cuya palabra más corta (además de la conjunción copulativa “y” famosa) es “organización”. Si miramos sin leer cualquier página del texto, como si esperásemos a ver los famosos delfines, sólo veremos barreras archisilábicas llenas de prosopopeya biblioteconómica. Ostras, se me está pegando… Ya ocurre, que cuando nos ponemos a criticar a alguien o a algo es como si nos impregnáramos (¿ves?) precisamente (¡hala!) de lo que critiqueamos (¡ostras, maldita sea!).
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La verdad de la buena es que “se me está acumulando la faena”. Además de la Nueva gramática de la lengua española, a la que quiero echar una ojeada a través del tejido adiposo de sus cinco quilos de morfología y sintaxis, me espera todo el teatro de Shakespeare, que me parece que junta 28 obras, obra casi completa que deseo leer a lo largo del año 2010. Normalmente en verano me releo DQ y algo de Cela  y Quevedo para volver a recuperar un registro aceptable de español, sobre todo para no perder vocabulario y para  restablecer  el régimen de mis preposiciones que se me han ido derrumbando al contacto con el inglés que nos llega acá. También por disfrute. El disfrute que no falte. Cuando estaba en todo esto he recuperado un libro porteño que conseguí el año 1980 en la Feria del Libro de Barcelona, la cual tiene lugar cada año en septiembre más o menos coincidiendo con las fiestas patronales de la Merced. Buscaba los emblemas y laberintos de San Venancio (*530 – +609 o 610) cuya celebración casualmente fue ayer lunes. El libro argentino se titula Antes de la vanguardia: Historia y morfología de la experimentación visual: de Teócrito a la poesía concreta. El autor es Armando Zárate. Y trata de lo que promete el título. Hay que decirlo, porque a veces no es así. De todos los technopaegnia mi preferido es el “Huevo” de Simias de Rodas (siglo IV a. C.). La fotografía que he tomado de este protocaligrama (¡vaya!) está para el caso en mi PicasaP. No es muy buena, pero las que he sido capaz de encontrar por internet más que huevos parecen rombos.
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María Luisa de Borbón o de Parma (1751-1819), o de Borbón y de Parma, o de Borbón-Parma (que de las tres maneras lo he visto escrito),  llegó a reinar y a ella hace referencia el palindromo cúbico  fúnebre de la imagen que hoy ofrecemos. Se llevaba por cierto pero que muy mal con la Duquesa de Alba de quien hablábamos el otro día  a raíz del cuadro del perro, de Goya, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo.
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Yo no sé si me podré leer el teatro completo de Shakespeare este año venidero, ni si seré capaz de sacar algún provecho de la Nueva Gramática -creo que sí- o del libro archisilabista sobre preservación digital, pero de lo que no tengo ninguna duda es de que haré todo lo posible por leer un texto sobre San Venancio, de civil Venancio Honorio Clemenciano “Fortunato”. Se títula “El prólogo de Venancio Fortunato a la Vida de Santa Radegunda frente a los de Baudinivia y Hildeberto de Lavardin”. El título me recuerda a aquella novela de García Márquez, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, que contra todo pronóstico ha dado pie a toda una corriente editorial de títulos larguísimos (los de Stieg Larsson verbi gratia). Servidora casi siempre que le preparaba algún documento de carácter confidencial para uno de los jefes que tuvo o que la tuvieron, utilizaba ese recurso para la carátula. En vez de dejar sobre su mesa un informe que pusiera “Proyecto” de bla, bla, bla o “Presupuesto” de esto y lo otro, o algo así que empezase “Plan de…” o “Evaluación sobre”, pues no, yo ponía en la carátula títulos que despistaban, como por ejemplo: “Organización y muerte de los pegamoides umbrálicos pre- y post- suburbiales en sus trece” y -contra todo lo que se pueda pensar- nadie se atrevía a tocarlo. Ni la señora de la limpieza. Daba hasta miedo. Pero si hubiera puesto “confidencial” hubiera tenido que cargar de veneno urticante (poco más o menos como hacía el bibliotecario de El nombre de la rosa) cada una de las páginas.
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(*) ” Una variante de los laberintos de letras es el poema cúbico. Se trata de una composición que repite un breve mensaje —un verso o un pareado— como si estuviese escrito en espiral sobre un cilindro que rodase. Constituyen palíndromos, porque leídos por la izquierda o la derecha resulta el mismo verso. Por ejemplo, el dedicado a la muerte de María Luisa de Borbón (Figura 12) reitera el lema “A NO ROCIAR AROMAS, ES AMOR, ARA Y CORONA” en multitud de direcciones, como sugiere la redondilla inicial: “Con la A roxa que empieces, / por recinto, centro y lado, / hallarás el retrógrado/ mil menos quarenta vezes” (Felipe Muriel, “Pintar con la palabra (I)”. Séneca digital. Abril de 2009, n. 2 [Consulta: 14 de diciembre de 2009])
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(**) La preservación digital, para entendernos, se preocupa y ocupa en temas como el hecho de tener por ejemplo una tesis del año 1992 en Wordstar en un disquette de 5¼ pulgadas y no poder consultarla.

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