27.11.22

Iconoclastas idólatras


yer como casi cada sábado hojeé la versión impresa de La Vanguardia. En una noticia con el titular "Barcelona aclarará las señales de sus carriles bici y zonas pacificadas", por lo menos en la versión impresa había una foto del premir teniente de alcalde socialista, Jaume Collboni, en el Pleno y con un brazalete con el arco iris. El pie de foto indica: [...] lució ayer los colores que reivindican los derechos del colectivo LGTBI", pero en toda la crónica no se menciona nada sobre este particular. En El Nacional el titular es "Jaume Collboni luce un brazalete con la bandera del Arco Iris en el pleno municipal" y se indica "ha lucido el brazalete en protesta por la prohibición de llevarlo de la FIFA a los futbolistas del Mundial de Qatar", que es lo que yo había adivinado.

En primer lugar digo algo que empieza a abundar en las redes sociales: que una cosa es el colectivo LGTBI, que no tiene una sola bandera sino varias, que recuerdan las guirnaldas de gallardetes, y otra es el gay de toda la vida.  La Vanguardia elige el apelativo "colectivo LGTBI", lo que implica una carga emblemática de correspondencia con un grupo social  que imprime una presión sobre las instituciones, etc. La principal diferencia evidente entre un miembro del colectivo LGTBI o LGTBQ o LGTBK y un homosexual es que un homosexual rara vez usa símbolos ni hace de su condición sexual una bandera.

El brazalete que llevaba Collboni me llamó la atención porque reconocí la caña y pernera de un calcetín, detalle un poco ¿ridículo? No lo sé. También podría ser el puño de una sudadera. Aunque Collboni se ha quejado alguna vez de que la alcaldesa Ada Colau no acaba de apoyar al colectivo, hemos visto con nuestros ojos y fotografiado hasta la náusea los balcones del Ayuntamiento engalanados con la bandera del arcoiris, o con la bandera de Ucranía o con lo que mande la actualidad más rabiosa. Empiezo a mezclar temas porque a lo que voy es al uso que se hace de un espacio público para conquistarlo con símbolos partidistas. 

Hay que distinguir entre una exposición puntual y con motivo de una celebración o de un casus belli, como vemos tan a menudo en edificios emblemáticos, como ocurre con la estatua de la Libertad en Nueva York, la puerta de Brandeburgo en Berlín o la Tour Eiffel en París. Otra cosa es que el Ayuntamiento plasme su apoyo a Ucrania, país invadido por Rusia, sin contar con que hay una parte de la población barcelonesa que no necesariamente estará de acuerdo con esa adhesión.

Ya con motivo de los símbolos religiosos o de los lazos amarillos significando el secesionismo en Cataluña, se empezó a despertar la necesidad de poner un poco de orden, especialmente ─como digo─ en los espacios en que se supone una cierta neutralidad

El lazo amarillo por cierto también sirve para apoyar la endometriosis, la prevención del suicidio, etc. A mí me recuerda la canción "Tie a yellow ribbon round the old oak tree" (1973), pero me imagino que en los independentistas prevalece el significado de la lucha por la amnistía de sus líderes, etc. Como lo de los símbolos acaba convirtiéndose siempre en una forma muy tosca de comunicación, aunque muy efectiva para las portadas y la propaganda y la publicidad, es lógico que en estos tiempos de degeneración y fanatismo abunden.

Al lado del parlamentarismo tan soez y cafre al que asistimos, no faltan los diputados que aprovechan su intervencioncita de gloria para sacar algún simbolo que le devuelva un eco de fotos en la prensa o en los medios en general. Recordamos la urna de Gabriel Rufián (que mi madre interpretó como un microondas) o lo de las camisetas con mensajes. Los periódicos también reproducen las frases de los políticos, pero parece que el impacto de las imágenes es mayor, y los parlamentarios y los activistas lo saben.

Con las camisetas y los tatuajes, con las insignias y las pulseras y demás artillería, hay una gran cantidad de símbolos andantes y campantes que con la excusa del atuendo, se filtran en todos los espacios, incluso en el laboral y en organizaciones donde se exigiría en el trato al público la ausencia de símbolos religiosos, políticos y de todo tipo. La uniformidad de algunas marcas implica una imagen corporativa, o seguridad en el trabajo o que la persona queda por debajo de lo que es el servicio que ofrece una empresa o institución.

Cuando yo empezaba a trabajar en la sanidad pública hace casi 40 años, recuerdo que se habían empezado a retirar los crucifijos de las habitaciones y de lugares de reunión. En la biblioteca de mi hospital cuando me incorporé como lo que fui, bibliotecaria, encontré en el armario del material una cruz que creo recordar que era de madera pero con el cristo de falso marfil. Mi antecesora la había retirado, cosa que no me pareció mal aunque yo soy católica.

Alguna vez llevo al cuello una medallita del Sagrado Corazón de Jesús, o de la Virgen, pero siempre las llevo por dentro de la ropa cuando estoy en el trabajo, y más cuando hago atención a los usuarios, que en mi caso pueden ser católicos, agnósticos, musulmanes, hinduístas, evangelistas, y de muchas otras fes. Y sin embargo observo que en mi plantilla hay personas que llevan ostensiblemente símbolos okupas, LGTBI o LGTBK, satanistas, independentistas, feministas, o que lucen mensajes motivacionales en sus prendas o en sus tatuajes. La primavera pasada recuerdo que vino a visitarse una paciente que llevaba tantos mensajes escritos en su piel (en diferentes lenguas), que podría haber estado leyendo mis buenos 10 minutos simplemente con lo que dejaba ver la ropa que vestía, que también emitía mensajes ideológicos o de adhesión a sus ideas, las que se supone que tendría dentro de la cabeza.

Me temo sin embargo que es más lo que algunas personas tienen sobre la piel y colgando de diferentes partes de su cuerpo, que lo que tienen dentro de la cabeza. Parecen hombres-anuncio o sign-walkers. Aparte de que algunas veces ese empeño en manifestar las ideas propias sin que nadie te haya preguntado tu opinión es algo latoso y más que desafiante resulta un fatidio, aparte de eso, el tipo de ideas que se suelen ofrecer como en un escaparate, son rudimentarias, polarizantes y sin mucho recorrido más allá de lo que es evidente.

Otra vez más hay que llegar a la conclusión de que iconoclastia e idolatría son complementarias.


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