23.7.24

1957


a semana pasada se inició la exposición sobre Agnès Varda en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) y en paralelo se van a proyectar algunas de sus películas en la Filmoteca de Catalunya. La exposición «Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar» es una adaptación ampliada de la muestra «Viva Varda!», concebida y producida por la Cinémathèque française de París en colaboración con Ciné-Tamaris y la contribución de sus hijos, Rosalie Varda y Mathieu Demy.

En el Álbum ya le he dedicado algunas páginas a las películas de Agnès Varda, por la que muchos sentimos por un igual admiración y afecto. He vuelto a ver en casa Cléo, de 5 à 7 (1962), sin que me distrajera el argumento (2 horas en la vida de una mujer que espera el diagnóstico de un posible tumor). Por una parte me preguntaba si Woody Allen conocería esta película de Varda cuando rodó Hannah y sus hermanas (1986). En Hannah y sus hermanas Woody Allen o el personaje que interpreta, pasa por un TAC para descartar un tumor cerebral, y sale triunfal, aunque se empieza a angustiar porque se da cuenta de que solo se trata de una especie de tregua, porque finalmente un día u otro se morirá. En Cléo, no importa tanto el diagnóstico, al que (spoiler) el médico en el último minuto quita importancia, como el ratito en el que la protagonista espera que pase la espera. Woody Allen representa un perfil neurótico, donde Cléo representa un perfil de indefensión. Son dos respuestas muy diferentes.

El catálogo de la exposición sobre Agnès Varda, la muestra con un colgante que podría ser de plata con un ancla. Incorporo al álbum una foto de la misma serie y otra de Valentine Schlegel. Al parecer cuando vivió en Sète con su familia (el padre era griego), vivieron en un bote. Allí conoció a la gran escultora Valentine Schlegel y siempre tuvieron una gran relación, que durante algunos años parece que fue también amorosa, o íntima, como se prefiera. Casualmente ha sido como he encontrado una fotografía de Schlegel en que lleva ese colgante. Nada me hace suponer si Valentine llevaba el colgante de Agnès o si Agnès llevaba el colgante de Valentine. Realmente no importa. Las preguntas a veces son irritantes.

***

Camino hacia el silencio. Por economía, ya que con este calor tampoco dan ganas de enarbolarse ni de defender según qué, pero sobre todo a sabiendas de que lo que una pueda decir tampoco es interesante ni importante. O, por mejor decirlo: ni interesa ni importa, que no es lo mismo. 

Me ha condenado al silencio el algoritmo de Google (hace mucho tiempo), pero como se ve yo sigo aquí y, en general, evito el algoritmo y solo uso la IA para traducir. Es decir, mi silencio no está determinado por ese otro silencio, aunque le de forma y me sitúe en un espacio propio.

El small talk ya me parece hasta demasiado, un esfuerzo. Al final con los desconocidos que se nos imponen durante la vida real y la virtual solo dejaría lo que la "buena educación" convencional permite y aconseja, poco más. Y, por supuesto, lo que no estoy dispuesta a hacer de ninguna de las maneras es a dar respuestas a preguntas curiosas, impertinentes ni desafiantes.

En el Álbum, incluso cuando se llamaba *A la flor del berro, ya dediqué un par de posts a las respuestas sin pregunta y a las preguntas sin respuesta, y di cuenta de mi aversión a los preguntadores. Suelo emplear como excusa mi  galleguez congénita, y bien pudiera ser de estirpe cultural, porque el gallego más puro incluso evita responder "sí" o "no", como pasaba en el latín. Pero creo que mi aversión a las preguntas es muy personal, especialmente ante su aumento. 

A veces las preguntas son, como las que surgían de los últimos bancos de las aulas, de aquellos alumnos que retaban a los profesores con planteamientos con los que pretendían desestabilizar o incomodar los consensos y llamar la atención de los de los primeros bancos. Una profesora que tuve en la secundaria me explicó una vez que los que se sentaban en los últimos sitios (más lejos de los docentes) buscaban la atención de los compañeros y los que se sentaban en los primeros buscaban la atención de los profesores. Bien pudiera ser, pero hay personajes más complejos y acomplejados. Yo siempre busqué, ahora que lo pienso, un sitio donde poder estar tranquila.

A veces los que hacen constantemente preguntas se hacen los escépticos o los perspicaces. En general no se hacen las preguntas desde una supuesta ignorancia o inconsciencia, aunque puede haberla. Los preguntistas son grandes indiscretos, no tanto porque demandan informaciones que no se les ha dado sino porque hacen ostentación de su vigor mental. Pero, como pasa con muchas habilidades mentales, se ejercita con la repetición. De alguna manera la pregunta es un alarde, es competir. Y, por ir acabando, es de "mala educación", con lo que admito que mi argumento está entrando en un círculo vicioso. Pero pienso que se entiende.

Está claro que alguna vez tendremos que hacer alguna pregunta, pero siempre será bueno desarrollarla en su forma indirecta. Hay tantas formas de convertir una pregunta directa en una pregunta indirecta, que no hace falta ni plantearlas. Hay que ver lo que cambia, de hacer una pregunta directa a hacerla indirectamente. Y es un buen ejercicio de delicadeza, modestia y prudencia.

Por deformación de las materias estudiadas durante mis años de Filología, tiendo a fijarme en las constantes con las que regularmente se despliega un texto o la comunicación verbal en general. Somos muy repetitivos (y es difícil que cambiemos). La única enseñanza que he intentado transmitirle a la generación que va después de la mía, creo que sin éxito, es que vaya variando de tema. Por bien elegido que esté un tema, es mejor ir variando para no hacerse pesados. Si gusta bien, pero si no gusta conseguiremos irritar a nuestros interlocutores. Así que es mejor ser leves y ─como con la ingesta de alcohol─ no tratar temas profundos hasta después de las cinco de la tarde.

Es bonito pensar que en algún momento el ancla significó algo para Agnès Varda y para Valentine Schlegel, hacerse preguntas más allá de ese vínculo es chismorreo.

La delicadeza con la que Varda trataba a las personas y a los objetos trasluce vivamente su propia naturaleza, que daba la bienvenida a toda posibilidad y la incorporaba con desapego, sin intransigencia, con cuidado, en pie de igualdad. Cléo tiene mucho de lo que fueron sus películas posteriores porque parece ya estar hecha de recortes. Y lo que podría ser visto por una parte como un tributo a Jean Rénoir y sus encuadres con espejos, reflejos y marcos, para mí es una forma de adoptar el fotograma, casi cuadrado, a su forma de mirar la realidad. Incluso en algún pasaje de la película tenemos a un lado el fotograma y al otro lado una vía, un poste o algún elemento que encuadra dentro de lo que es la imagen un fotograma menor.

Cléo de 5 à 7 prefigura la visión de Agnès Varda como la suma de elementos con la intención de darlos por buenos. Es una labor que tiene que ver con su oficio de fotógrafa, pero tiene mucho del alma femenina que confeccionó las almazuelas o colchas de retazos, o los collage. Como fotógrafa se dio cuenta de la fragmentación de la realidad, como mujer y como artista vio la ocasión de sumar y no por un afán coleccionista o codicioso, sino porque su bondad le permitía apreciar la armonía.

Agnes Varda (China, 1957)

Valentine Schlegel (foto de internet)

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