15.7.24

Raquel (1)


ejé en reposo mi serie sobre personas de mi familia, no cuando llegué a mi tío Genaro sino cuando hice la semblanza de mi abuelo, que no publiqué. Tampoco la guardé como borrador. La siguiente sería mi tía Raquel, por quien llevo mi segundo nombre de pila. Bueno, a decir verdad, si me llamo Marta-Raquel fue porque me registró civilmente mi padre y cuando le preguntaron por mi nombre dijo "Marta Raquel Magdalena". Como le dijeron que tres nombres no podían ser, entonces dijo: "Marta Raquel". 

Cuando fui a recoger mi primer carnet de identidad, el año 1979, descubrí que no me llamaba Marta tout court. Hace unos años, no muchos, descubrí que mi prima mayor se llamaba no María sino María Raquel. De hecho su familia materna la llamábamos Cuqui. Digo "llamábamos" no porque no viva, que sí que vive, sino porque nadie más la llamaba así y de tantos como éramos ya solo quedamos mi hermano, mis primos y yo misma, y poco hablamos. 

Mi tía Raquel era la pequeña y yo guardo un cierto parecido con ella. No tengo el tipo guitarra que tuvo y tenía mi madre, con la cadera ancha y sin barriga, unas piernas magníficas. Tengo el tipo de mis tías, de cadera más recta, aunque fortísima, y la curva de la felicidad. De frente hasta podría pasar por delgada. Además nací con un pequeño lunar exactamente igual al de ella, en la mejilla izquierda. 

No sé qué daría por acordarme de su voz, pero no la recuerdo. Sí recuerdo, aunque no como para describirla, la de mi tía Mercedes, asociada a alguna frase que me quedó y al acento betanceiro.

La tía Raquel cuando se separó de su marido iba a menudo a un apartamento que tenía en Castelldefels. Allí pasábamos alguna temporada en verano, cuando no íbamos a Finisterre (La Coruña). Le gustaba también ir en invierno, aunque decía que iba a ver cómo estaba todo. Me llevaba de copiloto en su Seat 850 de color beig, prístino como todo lo suyo. Durante el trayecto, especialmente cuando ya cogíamos la autovía, se ponía a cantar o, si venía mi hermano con nosotras, nos hacía juegos verbales en los que contestaras lo que contestaras te llevaba al punto de partida. Si mal no recuerdo uno de esos juegos decía "Una vez eran tres: un inglés, un italiano y un francés. El inglés perdió la espada, ¿y sabes lo que pasó". Tanto si contestabas que sí, que no o a mí que me importa, la respuesta era "Yo no te digo que sí (o que no, o que a ti que te importa), lo que yo te digo es que una vez eran tres: un inglés, un italiano..."

Con el tiempo se dio una cuenta de que esos juegos te previenen de más de la mitad de las discusiones. Las canciones también eran por el estilo. Y si se le cruzaba alguien en la carretera o en un paso empleaba un lenguaje bastante inapropiado para este blog, por lo que les excuso de repetir las palabras. Bueno, la preferida era "hijo de perra". A veces le contestaban, con lo que el enfado se encarnizaba, pero en el fondo yo sé que le divertía. La verdad es que para estar bastante poseída por el gen Domínguez aún tengo el carácter bastante bueno. No sé si es apropiado decir que éramos como Thelma y Louise.

Mi tía, que además fue y es mi madrina, tenía otra cosa buena, y era que en el suelo de su tienda, bajo el mostrador, siempre tenía monedas y hasta billetes. No porque los guardara ahí, es porque por otra cuestión genética, a partir de determinada edad los Domínguez perdemos la afinación de la prensibilidad y se nos caen las cosas. Ella tuvo un comercio con mucho público porque era otra época y porque, no le vamos a quitar su mérito, transmitía la ilusión, así que tenía muchas ventas y se le caía el dinero, que como le pasa al arroz cocido, está vivo y se mueve. Cuando íbamos a ver a nuestros abuelos, que vivieron sus últimos años de vida con ella, mi hermano y yo mirábamos debajo del mostrador y ─lo prometo por la gloria de mis canarios Trini y Pepe─, encontrábamos billetes de 100 pesetas, y muchas monedas. Se lo dábamos todo. Éramos una especie de espigadores.

En los trayectos a Castelldefels cantaba. De hecho yo estaba muy acostumbrada a oír cantar a la gente porque en Galicia no es o no era extraño encontrarse con aquello que aquí solo se veía en las comedias musicales. De repente se ponían a cantar. En el lavadero público, al subir al coche, al empezar los postres, al tener a una criatura en brazos, en cualquier cambio en la calidad del momento. Henry Cartier Bresson hizo suyo el "momento decisivo" en fotografía, pero lo de echarse a cantar o que irrumpa la orquesta en la plaza una tarde de toros, es sobre la calidad del momento. O la cantidad. No depende de que sea mejor o peor, menor o mayor, es que hay un cambio y le llamo "calidad" para salir del paso.

La orquesta taurina sabe cuando entrar y es una maravilla. Si sonara todo el rato, como en esos cruceros por el Rin, en que te joroban la paciencia con música instrumental "alegre y divertida" desde que zarpas hasta que te devuelven a la ribera. O esos restaurantes con ínfulas, cretona de rosas windsor y música barroca desde que entras hasta que sales. En la Galicia de mi educación sentimental se cantaba mucho y bien, por lo tanto lo raro para mí es que la gente no cante.

La gente hace 50 años cantaba mucho, porque ya solo para lo que era lavar la ropa acompañaba. En el patio de vecinos de Aneto, 22 había una completa competición. Pero la que mejor cantaba era  la Señora Isabel, que era en realidad de Aneto, 24.

Además del lunar y lo de cantar sin ton ni son y un carácter vamos a decir algo dado al improperio exagerado, tenemos en común el gusto por el whisky, las anchoas, la nata y el caldo gallego. Mi madrina se hacía una olla de caldo con todo lo canónico y creo que se lo comía en 3 sentadas, cosa que es una barbaridad.

En los años setenta practicaba yoga en el barrio donde yo ahora también vivo. Y yo lo he estado practicando, con alguna interrupción, desde el año 1991. Mi última profesora de yoga, mi querida Daniela Coma, cuando supo que mi madrina había practicado yoga en el barrio en los años setenta se extrañó, pero les aseguro que es toda la verdad. Algún asana le vi hacer en la playa, como si fuera una postura casual, que alguna lo parece.

Hay muchas más coincidencias, seguro que sí, pero prefiero reservármelas para mí. Hace poco pasé por donde estuvo su tienda y podría haber entrado, porque sigue siendo un establecimiento abierto al público, pero creo que me hubiera dado pena ver que ya no estaban en la trastienda ni la cocina, ni una salita con sofa capitoné que era impresionante, de pana a rayas blancas y negras, ni las almadreñas de mi abuela Consuelo en el patio.

También hace poco atravesé la calle Granollers, por donde subíamos con su coche al volver de Castelldefels. Tenía allí cerca el garage donde aparcaba. Sigue el cambio de rasante pronunciado, por el que asoman los cipreses de Can Mateu.

El día de mi bautizo, 25 de julio de 1961, con una sierva de la Pasión y mi madrina

(c)SafeCreative +2407158660687

V. Raquel (2)