28.7.24

Madre




or razones que se me escapan alguna vez que salimos mi madre y yo por el centro nos confundían con inglesas. Cuando Crown ya estaba jubilada y yo disponía de más tiempo, en verano, nos íbamos al centro y  comprábamos un helado artesanal grande. Y cuando menos lo esperábamos se acercaba alguien y nos hablaba en inglés. Pero no porque no supieran hablar en español, que también, sino porque se pensaban que éramos turistas inglesas. Tiendo a creer que esta confusión se debía al hecho de nuestra diferencia de estatura, cosa que es muy inglesa, y a sus ojos verdes. Con brillo de faca.

Así como hay gente que cuanto más se arregla más vulgar resulta, tanto mi padre como mi madre, "con cualquier cosita" parecían gente importante, gente con un nivel social y alta cuna. Una vez fuimos los tres invitados a casa de un familiar y tenían la foto de boda en febrero de 1957 al lado de otra foto de boda más o menos de esa misma época. Prometo por la gloria de mi canario que debo decir sin atisbo de soberbia alguno que parecían unos catetos y unos paquetes al lado de mis padres. Mi padre llevaba una gardenia en el ojal y mi madre llevaba un vestido de cuello vuelto y mangas tres cuartos que a los 14 años me probé y no me pasaban de la muñeca. El corpiño estaba un poco abullonado y hacía destacar una cintura fina. Seguramente se lo confeccionó alguien que cosería para la que fue su jefa durante los años de soltería en Barcelona, la Sra. Tardà, que aún vive. 

Tenía los brazos estilizados, como sus hermanas. Cuando en su último año de vida perdió peso y musculatura, porque estaba sarcopénica perdida, los brazos parecían aún más delgados, como ganchitos. El contraste entre sus miembros le daba un aire muy femenino y casi siempre contó con una buena salud y gran fortaleza. Las señoras de la piscina quisieron sacarla en la tv cuando la conocieron, que fue cuando se retiró y pudo empezar a hacer natación. Y es que Crown desde los 30 y muchos empezó a ir a Collserola a caminar. Hacía la misma ruta, de unos 12 km, de buena mañana. A veces tomaba la carretera que sube al cementerio cuando aún era de noche y empezaba a apuntar el alba. Hubo días que hizo el camino dos veces: una por la mañana y otra por el mediodía. No corría pero tampoco paraba, era como un tanque. Las señoras de la piscina se daban cuenta de que con nadar, luego comer algo e irse a la montaña, volver y ponerse a hacer las cosas de la casa, sin sentarse hasta la comida, que era una atleta o poco menos. 

Un día, cuando ya tenía 82 años, me dijo que le había costado mucho dar toda la vuelta a la montaña. Y ya había dejado de ir a la piscina porque los cambios de temperatura ─las instalaciones de entonces no estaban bien aclimatadas─ le provocaban lumbalgia. Le dije que entonces tenía que acortar el recorrido y que era mejor hacer dos paseítos, en vez de jugárselo todo a la mañana. Lo aceptó con buen ánimo y se puede decir que hasta el final caminó cuanto pudo. Estas cosas le venían de familia, que mi abuelo y sus hermanas mayores también eran muy andarines.

Al lado de su buena condición física lo más llamativo, de hacerle una semblanza, sería su moderación y la modestia. Nunca le oí ni a mi madre ni a mi padre faltarles el respeto a nadie. La única vez que le oí a mi madre proferir algo parecido a un insulto fue una vez que vimos castigar un hombre a su perro con crueldad. Dijo "matón" y solo la oí yo y eso porque estaba a su lado. Su semblante no se descompuso. La única vez que sé que perdió las maneras fue por culpa de un nieto, pero vamos a dejarlo ahí. Y hay que decir en su favor ─en el favor de mi madre─ que eso fue el día que volvía de un ingreso hospitalario muy difícil, en el que hasta se le administró haloperidol ante un cuadro de desorientación totalmente justificado. Había estado sola en Urgencias 3 días con sus 3 noches. Fue durante una de las declaraciones de ola de Covid y se me negó el acceso. Al volver a la residencia fue recuperándose y su maravillosa mente volvió a su centro, desde donde nos gobernaba a todos.

La moderación y el temperamento reflexivo de mi madre se compensaban (!) con el carácter más atronado de mi padre, que obraba de corazón y fácilmente perdía los estribos si le contradecían, aunque era una de las personas que he conocido con mayor capacidad para la lógica y las matemáticas. Se dirá que no son contrapuestos, pero yo ya me entiendo. En los últimos años de la vida de mi madre me di cuenta de que ella había estado meditando muy bien lo que me decía, que se podría decir incluso que lo guionizada y que yo, que llegaba cansada de trabajar, para visitarla, apenas tenía capacidad para reaccionar adecuadamente ante alguna de sus observaciones. No eran invectivas, pero te podían dejar totalmente touchée y con los remaches alisados.

Creo que genéticamente heredé su habilidad con las manos y la inventiva, pero poco más. Si algún día reaparece en la familia su información genética creo que no lo veré. Mientras que otros somos meras repeticiones algo modificadas de nuestros ancestros ella era única, como dicen que es el gingko biloba. Una vez distinguí a mi hermano sentado en una peña en un camino de la Ínsua, una aldea de la que procedía mi abuela materna, en Fisterra. Por decirlo bien, era idéntico a mi hermano, y hasta estaba sentado igual que él se podría haber sentado allí, pero no era él. Desde entonces sé que tiene mucho de Marcote.

Lo que no explica la herencia genética se explica por la Guerra Civil, que mi madre padeció porque nació el año 1934 y hubieron años de mucha necesidad. Debido a ese panorama pienso que es por lo que siempre me alejó de mis veleidades artísticas, porque yo a los 3 años quería un piano ¡Como si fuera Mozart! Yo le decía que su sensatez era debida a su condición zodiacal bajo el signo de Tauro. Y ella decía que no era extraterrestre sino "terrestre extra". Por alguna razón estaba más bien predispuesta a mi afición al dibujo que a mis otras aficiones.

No puedo decir que la eche de menos porque siento que está conmigo o en mí, y la esperanza de mi fe me dice que si no la volveré a ver... casi.

Un día, hablando con una amiga de mi infancia, que también perdió a su madre recientemente (el 2020 tal vez) me comentó que ella también imaginaba que su madre le decía cosas y, como yo, le contestaba. Es fácil imaginar lo que nos dice nuestra madre, aunque ya no esté en este mundo, porque pasamos muchos ratos con ellas y porque llegaron a hacerse algo predecibles sus vaticinios y observaciones: "Así", "no hagas eso", "qué tontería", "dáte el gusto", "no vale la pena".

Cuando se murió no habíamos conseguido tener arreglada la titularidad del nicho familiar, donde están enterrados mis abuelos, mi padre, etc., y hubo que incinerarla. No era fácil llevar los restos a su pueblo y dejarlos en sagrado, porque su madre estaba en un nicho, su padre en otro y su hermana Loli en un tercer departamento. Y esto es porque mi abuela dijo que no quería que la movieran, a ella misma. Estas complicaciones, al lado de que no me resulta fácil llegar a Finisterre por mis medios, me decidieron a tener la urna en casa un tiempo y pensar muy bien qué hacer. No ayudaba el hecho de que Crown nunca dijo ni pío sobre qué deseaba que se hiciera a su muerte. Hubo que interpretar su silencio -como tantas veces- y tras mucho meditarlo le dije a mi hermano: creo que a ella no le hacía gracia ir al nicho de San Andrés, y que no se atrevía a darnos trabajo con la posibilidad de llevar los restos al pueblo (se dio cuenta de que era un berenjenal), por lo que la opción que nos deja es echar las cenizas en Collserola. 

Murió el 5 diciembre de 2022 y estuve un buen tiempo subiendo cada día a Collserola para estudiar el terreno, hasta que me decidí por una curva que tiene muy buena vista (desde Montserrat al Montseny) y un pino al lado de un roble. El roble brotó con fuerza este año, por las lluvias de la primavera pero, como el tronco estaba muy enfermo, de tanta hoja cedió al peso y se hundió. Al pino le voy llevando cada semana un poquito de agua y si alguien tira un kleenex entre los matorrales lo retiro con ayuda de uno de esos guantes de usar y tirar que hay en las fruterías.

En la ceremonia del sepelio, que fue religiosa pero sin misa, elegí unas piezas convencionales que tocaron una violoncelista y un pianista (Mozart, Bach, Mahler), pero para el final sonó una grabación de La Rianxeira en su versión para banda municipal. Que para eso era coruñesa, de puerto de mar y una chica de pueblo. Otra cosa hubiera sido cursi o pretenciosa.

Descansa en paz madre mía. Que Cristo, que sufrió muerte de cruz por ti, te conceda la libertad verdadera. Que Cristo, Hijo de Dios vivo, te aloje en su paraíso. Que Cristo, buen Pastor, te cuente entre sus ovejas. Que te perdone todos los pecados y te agregue al número de sus ele­gidos. Que puedas contemplar cara a cara a tu Re­dentor y gozar de la visión de Dios por los siglos de los siglos. Amén. 

9 de febrero de 1957

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(Pater)