Llevo una buena temporada no solo desprendiéndome de los resultados de mi trabajo (y eso es uno de los pilares del yoga) sino que me he dado un descanso. Ya hace muchos años que leo poquísimas novelas y ya apenas voy al cine. Estudiar lo mínimo, ya estudié cuando tocaba.
Las plataformas como Netflix o Filming ─sé que hay muchas más─ no me inspiran ni confianza ni curiosidad. También abandoné bastante mi afición fotográfica porque me di cuenta de que me perjudicaba la vista. Ahora solo hago fotografía con el móvil y no edito. Y aún así quedan muchas cosas por hacer, aunque las hago un poco erráticamente y sin objeto, a mi placer.
Después de lo productiva que he llegado a ser, puedo vivir (al menos por un cierto tiempo) de mis "laureles" (¡!). Pero tengo que admitir que me irrita un poco cuando alguien indiscretamente me pretende dar ideas de lo que debo hacer con mi tiempo y ya no digamos cuando se me pretenden dar ánimos, como si la pereza tuviera algo que ver con el desconsuelo o la desmotivación exógenas.
Me parece del todo legítimo y cargado de razón dedicar una buena parte del tiempo a descansar, hacer valoraciones desintencionadas y, como decía Rodríguez Zapatero, supervisar nubes. Ni siquiera supervisarlas, simplemente mirarlas pasar si es que pasan.
Tuve algunos días de dolce far niente, especialmente en el verano, esa estación que se apachangueró y que ahora ya no sé qué pensar. Ir 10 días a Tailandia o a Bali o a Tanzania no me parece un plan bueno para mí. Qué va. Me dicen mis amigos más mayores que las ganas de viajar se recuperan más adelante; les hago caso pero no lo creo.
Todo éxito depende de la divina protección.
Si la casa el Señor no la edifica,
en vano se fatiga el que construye,
si no guarda el Señor a la ciudad,
es vano que vigile el centinela.
De nada os servirá que madruguéis,
saliendo a trabajar muy de mañana.
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