31.1.12

Post 796: Microondas, ventiladores y karaokes

"Y el Rey les dirá: "En verdad os digo 
que cuanto hicisteis a uno de estos
hermanos míos más pequeños, 
a mí me lo hicisteis"
Mateo 25: 40

"Oh cielos qué horror" le decía Tristón a Leoncio el león de tanto en vez. En español se pierde la gracia del nombre original de Tristón, porque es una hiena y en Hanna Barbera le pusieron "Hardy har har" una expresión del inglés para indicar una risa forzada con la que se recibe un comentario ofensivo. Es el equivalente también del inglés "ha, ha" y no le conozco un equivalente en español, aunque a lo mejor lo hay. El hecho de que lo hayamos incorporado no me sirve porque no es genuino, pero dejo el tema abierto. Tristón y Leoncio son como Don Pésimo y Don Óptimo y la frase con la que Tristón subraya las situaciones difíciles se acaba convirtiendo en una especie de mantra pero que actúa perversamente. Si se hiciera una actualización y bibianaidización de los dibujos animados de que yo estoy empapada, seguramente se sometería a Tristón a una programación neurolingüística (PNL) hasta conseguir de él un ser totalmente reformado y rehabilitado para este precioso mundo en el que vivimos (ha, ha).
Lo de la programación neurolingüística está muy bien, no es que lo vea desprovisto de fundamento y razón, y hasta eficacia. Pero otra cosa es la matraca y el proselitismo. Quién más quien menos, todos pasamos por algún momento beatífico de reconciliación con el mundo o con alguna de sus diversiones. Me acuerdo por ejemplo de cuando aprendí a leer, que quería que leyera todo el mundo. O cuando empecé el tai chi, etcétera. Es natural que cuando uno es mínimamente feliz con algo lo quiera "compartir", palabro que también nos trajimos del inglés al menos para su uso gazmoño. Es decir, para evitarles más explicaciones: no quiero "compartir" nada con nadie. Al menos en ese sentido. No quiero estar tranquilamente trabajando y que venga un señor a explicarme sus paranoias o sus frustraciones sin antes haber pasado por un período de deshielo, trato continuado, prueba y todas las fases no de un noviazgo convencional pero sí de una amistad en regla. No quiero.
Vienen unas voluntarias y algún voluntario a mi centro de trabajo, que estoy convencida de que pertenecen a una secta. Pienso que algunos de ellos hacen una labor impagable, como la de acompañar a niños prematuros cuyas familias no pueden pasar el día entero con ellos, cosa que sería altamente terapéutica y crucial para su desarrollo. Pero, como pasa con otros temas, el motivo principal que les trajo allí a veces se desvía. Es como cuando uno se apunta a clases de macramé o de estarcido o de chachachá y le acribillan de meriendas, tertulias y cosas que no tienen que ver. Es decir, empleando otro americanismo, se "socializan". Me dirán ustedes que en el fondo todos buscamos compañía primordialmente. Pero, sinceridad por sinceridad, cuando yo me he apuntado a una clase ha sido por el provecho de lo que se impartía. Si luego además conoces a alguien interesante, miel sobre hojuelas. Pero no me interesa ampliar mi círculo de amistades ni el de enemistades tampoco. Voy a lo que voy.
Las voluntarias estas yo diría que son como una secta, digo, aunque sean católicas, porque siempre están con las apariciones de la Virgen, el fin del mundo y cosas peores, que las hay y que nunca hubiera imaginado. Como se reúnen y mucho en un office -eufemismo para cuartito con microondas y frigorífico- donde incluso celebran meriendas inacabables, a veces me encuentro en el aparato donde me caliento el agua de mi té cosas como la que se puede ver en la foto. La foto está tomada  con el teléfono tal cual. A veces hay alguna botella de Lourdes con agua bendita, sobre el cacharro, otras hay un texto invocando el Espíritu Santo o una chuleta del rosario. Cosas que yo, aunque soy católica, veo con la mayor repugnancia, especialmente porque las suelo descubrir en mi breve pausa de las cinco de la tarde, a la hora de mi frugalísima merienda. Alguna vez además del té como una par de galletitas de arroz, una barrita saciante o una manzana, pero nada más. La visión de Cristo magullado y cadáver no es peor que la de Asier Etxeandia caracterizado con una llaga en un costado y un crucifijo en el pubis. Y es que lo más parecido a la hiperdulía, la superstición y la idolatría es la iconoclastia. Dios me libre de imponerme mi pobre blog a nadie, ni mi cajita de colores Caran D'Ache. Yo, a lo mío.
Por cierto, cuando tomé la imagen de las estampitas de Cristo junto al microondas, me acordé de Javier Krahe:
[...] "el Centro Jurídico Tomás Moro le ganó al infeliz Javier Krahe el juicio que le interpuso por la basura de vídeo "Cómo cocinar un cristo". En realidad esa bromita era de 1978, pero se emitió en Canal+ el año 2004, cosa que ya indica por lo menos que estamos ante un autor de escasísimas ideas y éstas además a su vez magras. La denuncia se planteó como ofensa a los sentimientos religiosos y, como les digo, se ganó limpiamente. El cantautor tuvo que pagar una fianza de 192.000 neuros y la productora 144.000. Me parece que desde que se hizo pública la sentencia poco más han hecho Krahe y el Plus" ("Los pilares de la tierra", Álbum del tiempo).
No lo digo por lo que le pueda pasar a Asier Etxeandia o a Esperanza Aguirre, por responsabilidad subsidiaria, sino porque a la realidad le complace recrearse siempre en las mismas cosas, que se repiten y se repiten. "Hoy por ti, mañana por mí".
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En otro orden de cosas, es curioso, va a ser verdad que hay una cierta identidad entre las órbitas supersónicas kármicas magúficas y estelares de Rodríguez Zapatero y Barak Obama, tal y como predijo la simpar Leire Pajín, a quien Dios acabe de confundir del todo. En una de las fiestas de despedida de ZP López Aguilar tocó "Imagine" a la guitarra y veo hoy un vídeo del presidente de los Estados Unidos cantando Let's stay together, el falsetto superéxito de Al Green en 1972. Para cuando nos cansemos del ventilador tendremos el karaoke.

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