29.5.18

El gran árbol da su fruto al que el nombre del fruto diga



os levantamos hoy con la noticia de la muerte de María Dolores Pradera y me vino a la memoria el verso de Agustín García Calvo y la canción a la que puso música Chicho Sánchez Ferlosio, "El mundo que yo no viva". Es una canción que forma parte de mi memoria sentimental, y aunque resulta difícil elegir una entre todo el repertorio de la cantante, yo eligiría la versión de esa canción que cantó con Amancio Prada. Tal vez no es su mejor canción pero a mí me trae bellos recuerdos.
Ya lo dijo Pessoa, que el recuerdo es una traición a la naturaleza. Verdaderamente es hasta una aberración, pero muchas veces nos gusta perdernos en la nostalgia. Con algunas personas se van también épocas enteras, y eso podríamos decirlo tanto con otro recién fallecido (José María Íñigo) como con María Dolores Pradera.
Me acuerdo que tal vez las dos muertes que más he llorado fueron las de mi canario y la de Carmiña, sobrina de mi abuelo. Retuvo las lágrimas de la muerte de Trini pensar que estaba llorando por un pobre viejo pájaro asesinado por una maldita urraca asquerosa más de lo que había llorado por mi propio padre. Pero por mi padre no tuve ocasión alguna de llorar porque tuve que encargarme de lo inexcusable y cuando pude levantar la cabeza ya el duelo se había instalado muy adentro. Lo de Carmiña, que no era mucho más vieja que su tío Melé (mi abuelo materno) fue muy sentido también por culpa de darme cuenta de que con ella se iba toda una generación y hasta ─¿cómo decirlo?─ un modo de hacer y de estar en este mundo.
Carmiña vivió en Cée (La Coruña) y desplegaba su saber ante los casos difíciles. Su manera caritativa y paciente de tratar a los enfermos mentales severos y de seguir la no escrita tradición rural de callar y ver y oír, para mi fueron no solo un ejemplo sino también un modelo de lo que ya no abunda mucho. Por lo menos con su naturalidad. Tampoco es que se crean madresteresas o que impongan una especie de superioridad moral que no hace al caso. En general eran personas que estaban en paz sobre todo consigo mismas.
Me topo hoy al llegar a casa con los escombros y los restos inconfundibles del que fue muchos años el espacio donde yo practiqué yoga en la tienda de Integral. No estoy bien segura de las fechas, pero podría afirmar que la tienda está vinculada a la primera revista homónima señera de agricultura ecológica, naturismo, solidaridad, energías alternativas y espiritualidad sana. Fue allá por el año 1978. Yo empecé a ir a las clases de yoga de Julián Peragón en el año 1991.  Aprovecho para decir que en mi primera clase había una señora de más de ochenta años que hacía el arbolito y más. Hay que decirlo porque ahora (a la vista de la infinidad de yogas piláticos y ultracompetitivos tipo selfie de Instagram) resulta inverosímil pensar en la existencia de una yoga profundo y abierto a todo el mundo.
Aparte de reconocer entre los escombros la puerta del gran armario donde guardábamos las esterillas y las mantas y los banquitos de meditación, he visto la puerta metálica que se echó hará 3 o 4 años algo levantada. Hoy es el día en que se recogen los trastos en mi zona, así que pronto desaparecerán si no es por obra de las labores de limpieza municipal por los chatarreros y demás que pasan de forma oportunista antes de las 10 de la noche.
Sabemos que todo está condenado a la desaparición, o tal vez solo prevalecerá la Coca-Cola y poco más. Shiva, que es de todas las divinidades hinduistas, la más invocada por los yoguinis, representa la destrucción. De todas maneras ni es cosa de venganza ni nada que se le parezca, pertenece a un proceso dinámico en el que participan la conservación, la creación y la destrucción como tres fuerzas que mueven el universo. La destrucción o la eliminación es necesaria para la creación. Sin nostalgia pero con un cierto afecto contemplo los escombros del espacio que nos acogió tantos días.
La tienda Integral durante muchos años fue la única del género en Barcelona, cuando ahora hay supermercados y cadenas con idéntica vocación. Creo que prácticamente durante todos esos años estuvo al frente de la tienda Laura, hasta que se jubiló. Trabajadora y amable.
Además de las clases de yoga de Julián Peragón, también dio clase Ayako Zushi y hubo un grupo de tai chi que lo enseñaba Josep. En los últimos años dio clases de hatha yoga Maja Drnda. La tienda tenía su entrada propia y tenia un altillo de madera donde estuvo la librería y todas las estanterías también eran de madera, con lo que el aroma que se mezclaba con el de las legumbres, los cereales, la fruta y la verdura, podía satisfacer plenamente al olfato más delicado. Nada que ver con el olor o el no-olor de las grandes superficies comerciales, donde incluso es fácil que nos impongan algún aroma artificial que nos induzca al consumo por inspirarnos alguna idea que sugiera limpieza, frescura o tal vez algo parecido a la tapicería de un Jaguar al pasar cerca de un campo de lavanda.



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