4.12.11

De balde


The grass so little has to do, --
A sphere of simple green,
With only butterflies to brood,
And bees to entertain
Emily Dickinson, The grass (*)

or inercia, desidia o por lo que sea, se suelen establecer pares de opuestos anquilosados en un lugar del tiempo y ahí se quedan sin que los pueda cuestionar nada ni nadie. Por ejemplo, se suele decir que Lutero es el máximo representante de la Reforma, cosa que no negaremos que tiene parte de razón y hasta de verdad. Pero se olvida sistemáticamente todo el fortísimo movimiento que hubo en el seno de la propia Iglesia Católica por la misma época e incluso antes para volver a las fuentes del cristianismo. Desciendo a la anécdota y recuerdo la infinidad de veces que se ha retratado en el cine el mercadeo de las indulgencias para ganarse el cielo, tema manido hasta la náusea. Pero no sé yo de ni un sola película, de ninguna comilona en algún congreso de cardiólogos ni de ninguna charla de barbero que tenga en cuenta los no recuerdo si 9 meses que San Juan de la Cruz se pasó secuestrado por los Carmelitas calzados. En aquella letrina donde lo tuvieron a pan duro y agua con una herida horrorosa en la pierna, el santo compuso el Cántico Espiritual, que se considera una de las cinco obras mayores de la poesía universal. Fue liberado por los de su propia orden, al parecer, los carmelitas descalzos. Hasta se sabe que lo primero que le dieron a comer fueron unas peras en dulce. Y aunque elijo un ejemplo de entre muchos, sin embargo se suele fomentar la oposición entre el catolicismo y el protestantismo incluso para referirse a nuestra índole para el trabajo.
Por eso, aunque la fábula que se suele manejar para la índole de las personas para con el trabajo es la de la cigarra y la hormiga, yo suelo decir que soy en todo caso abeja. Trabajar solo para comer no me interesa.
En el post previo me refería a los vendedores puerta a puerta timadores, aunque hay vendedores honrados que simplemente recurren a una serie de habilidades comerciales. Cuando yo era joven también hubo una crisis, con sus parados, su economía sumergida, sus abuelos dando de comer a los nietos y su todo. Eran otros tiempos y la ingeniería social no había sido capaz de producir un fenómeno como el de los Indignados, entre quienes ya hemos admitido que hay gente capaz y honesta. Lo que sí que abundaba, que ahora no, es la delincuencia de tirón de cadena o de bolso. Pero es que también había heroinómanos y pienso que igual ahora todos los heroinómanos están muertos o milagrosamente rehabilitados. Y no había apenas emigrantes ni los pequeños negocios estaban en manos de los chinos ni habían locutorios de pakistaníes ni nada que se le pareciera. Así que ponerse a comparar odiosamente dos épocas que conozco poco o mal es además de penoso fútil, por lo menos ahora.
Entre los trabajitos que fui haciendo en mi juventud nunca estuvo el de vender puerta a puerta ni el de encuestar. Nunca quise hacer ese tipo de trabajo. Pero me ofrecí para fregar (y no me quisieron por "falta de experiencia", aunque desde los 9 años me encargaba de limpiar toda la casa, planchar, comprar). Desde esa edad e incluso antes ayudaba en el negocio familiar vendiendo. También me había querido apuntar de aprendiz de carpintera pero no me quisieron porque en aquel entonces no era trabajo para mujeres. De manera que lo que quedaba era hacer lo que hice, además de seguir estudiando. Uno de los trabajos que hacía era en casa, vacíar unos sobres que contenían unos naipes pequeñitos y agruparlos en palos y en figuras. Pagaban por caja. De manera que yendo bien después de trabajar 5 tardes conseguía 200 pesetas, que era exactamente la semanada que me daban en casa para el metro y para poder ir de vez en cuando a la discoteca, un sábado de cada tres. Si no recuerdo mal el cine costaba 25 pesetas y el metro 8 ida y vuelta. Pero tendría que detenerme más, hacer memoria y estar totalmente segura, que no lo estoy. Parece que no, pero una peseta era algo y ahora me sabe mal ser imprecisa donde tuve que ser tan minuciosa.
Al parecer mi caché sería de 200 pesetas porque eso es lo que me ofreció un hombre una vez que yo estaba esperando en una esquina a mi amiga María Rosa. Me ofendió no tanto que me tomara por quien no era como el valor que le dio a mis posibles servicios. A toro pasado, aunque sea por lopecinas o zapopinas, veo que eso es lo que yo valgo. Al cambio poco más de un euro.
Otro trabajito que hice era en una cadena de un taller donde luego supe que lo que confeccionábamos era una de las partes de las cortinas, la banda por donde iban colgadas. Pasábamos un rollo a lo largo de una cadena humana donde la última remachaba los agujeros con una máquina en la que se quedaron hasta donde yo recuerdo 3 falanges. De tres dedos índice. Como se lo conté a mi padre me dijo que lo que me pagaban (125 pesetas a la semana) que me lo daría él de su bolsillo para que me comprara una revista y me entretuviera con eso. El trabajo imponía un ritmo por la cadena humana y lo que tiraban las chicas que iban por delante, de manera que aunque solo lo desempeñé durante unos 5 meses me pasé 9 años con un automatismo que me hacía levantar el pie derecho cada vez que pasaba el carro de la máquina de escribir. A pesar de que nos turnábamos en los puestos, todo venía siendo lo mismo excepto la temible remachadora. Y había un pick up en el que solo se ponían discos de The Bee Gees. Lo único que consiguió desprenderme de mi aversión a esa formación fue con el tiempo aquel maravilloso disco que hizo con ellos Barbara Streissand. Pero nunca he llegado a disfrutar plenamente de "Saturday Night Fever" (John Badham, 1977) por culpa de las cortinas.
Después me pasé un tiempo trabajando en el laboratorio Otsuka-Miquel, que ya ven que tenía una parte japonesa y otra catalana. Eso fue ya por la época del golpe de estado de Tejero (febrero de 1981) porque recuerdo que yo estaba esperando la mensualidad para comprarme una camisa de cuadritos y me jorobó el plan el estado de excepción. Cuando vi los tanques en Valencia lo tuve claro. Ese trabajo consistía en superponer cajita por cajita unas etiquetas con el precio incrementado. Eran céntimos lo que se habían incrementado de una vez para otra, pero se ve que valía la pena. Éramos tres chicas y nos pagaban también por trabajo hecho. Tantas cajas de cajitas, tantas pesetas. Como estoy convencida de que alguien se acordará de haber tenido en las manos un medicamento con una etiqueta sobre el precio antiguo, sin querer chupar protagonismo, no les diré que era yo, pero casi. Y no, la camisa no me la pude comprar finalmente pero no recuerdo qué pasó. Supongo que conté con la oposición de mi madre.
En el segundo año de Biblioteconomía y Documentación nos dejaban incorporarnos a las listas de suplencias de verano y navidades y a mí siempre me enviaban a Santa Coloma de Gramenet y a sitios que se consideraban de obreros, emigrantes o satélites de la gran urbe. Luego supe quien estaba al frente o detrás de esa lista y como ya había perdido casi totalmente mi inocencia, supe que me enviaban a esos sitios porque mi apellido no daba para más. Nos pasaba a todos cuantos teníamos apellidos no catalanes (**). Llamándome Domínguez nunca me hubieran querido para la Biblioteca de Catalunya o cualquiera de las bibliotecas de la red de la Diputación con más tradición, solo en un ingreso por oposición si acaso. Ya lo sé que con esta afirmación me ganaré algún que otro enemigo más, pero es algo que no me importa y levanto acta. Es la primera vez en toda mi vida que lo he dicho a nadie. Pero es tan verdadero como que es de día. Supongo que la buena mujer -que aún vive y hasta le dieron una Creu de Sant Jordi, como la de Enric Marco- tenía sus razones para mantener el corazón de la biblioteconomía catalana o catalanista limpio de agentes extraños y sin nobleza de sangre, y porque lo admito ejerzo también mi derecho a reprobarlo. Lo de Santa Coloma fue el año en que apareció El nombre de la rosa en España no, el siguiente, el 1982. No se me olvida porque el último día de suplente me olvidé allí el libro y tuve que regresar el día siguiente al lugar, que me quedaba muy apartado, la verdad.
Y sin embargo no suelo quejarme nunca de los agravios, injusticias y calamidades laborales porque pienso en lo mucho que padecieron mis dos abuelos, el Domínguez y el Senra. Uno fue estibador en los muelles de Nueva York y el otro fue panadero cuando no había trigo y después fue marinero en los caladeros y rocas de la Costa da Morte. Y a veces volvía de balde.


(*) Es tan escaso el trabajo de la hierba, | esa esfera de simple verde: | sólo criar mariposas | y entretener abejas.
(**) Lo que tienen los "nombramientos" a dedo es que no se puede demostrar nada, pero no por eso voy a dejar de denunciarlo. Hace tiempo que este blog dejó de tener su propio tonto o impertinente, como el que tienen todos los blogs. A decir verdad más que tonto nos tomaba a todos los demás por tontos, que no es lo mismo. Pero no voy a dejar por ello de aclarar que mi competencia lingüística en catalán solo es un poco inferior a la que tengo en español. Soy plenamente consciente que cuando hablamos de lo que más nos toca es cuando menos pruebas tenemos. Y de que precisamente las cosas que no se pueden demostrar son a veces las más importantes o interesantes. Pero como tiene todo un lado bueno, el de no vivir bajo la presión del éxito inviste de una cierta independencia. La cierta.


"Como la cigarra", Mercedes Sosa (Letra: María Elena Walsh)

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