21.12.14

Intenso, fresco y picante

Ayer fui a ver "Un viaje de diez metros" (Lasse Hallström, 2014), una película de las que ya casi constituyen un género, que la podríamos agrupar con "El festín de Babette", "Como agua para chocolate", "Deliciosa Martha", "Julie & Julia", etcétera. El mensaje es claro: la comida como fuente de placer y de contacto con la naturaleza, con el prójimo y con lo más esencial. En "El festín de Babette" (Gabriel Axel, 1987) la sobriedad y estrechez de los habitantes de fe protestante de un pequeño pueblo costero de Jutlandia (Dinamarca) contrastan con la cena que les prepara Babette Hersant, cocinera  que había escapado de la Comuna de París pero que había sido la chef del Café Anglais. En "Un viaje de diez metros" la parte antipática corre a cargo de la propietaria del restaurante "Le saule pleureur", con una magnífica Helen Mirrer y la parte cálida, vitalista y hedonista se desarrola en el restaurante que le montan delante, "Restaurant Mumbay", de una familia india.
Perdonen una digresión: en el doblaje de la película se lee cosa de 4 o 5 veces "indú" (!) cuando hindú se escribe con hache y cuando a los habitantes de la India les podemos y debemos llamar indios porque es lo que son y porque entre los indios hay hindúes, cristianos, musulmanes y creyentes de infinidad de religiones. Si quieren, para distinguir, podemos decir de los indios de América "indios americanos" o incluso denominarlos directamente por su nombre (navajos, guaranís, quechuas, etc.). Pero llamar a los indios "hindús" es como llamar a los españoles "cristianos".
Uno de los platos que Babette ofrece a los jutlandeses es Caille en sarcophage avec sauce perigourdine. Esto es Vol-au-vent de codorniz con salsa Périgord de trufas negras. Cualquiera sabe a estas alturas de la película, la nuestra, que la sofisticación a que hemos llegado en los nombres y en las formas de preparar a nuestros platos. Pero, como se demuestra en "Un viaje de diez metros", el placer no tiene que ver con lo sofisticado ni lo complicado sino que tiene que ver con el deleite de los alimentos naturales, la buena compañía y los sentidos. Madame Mallory le dirá a su chef Hassan que una omelette que él poco más o menos le prepara cumple las tres condiciones: es intensa, fresca y picante. 
En una época en que hemos podido o querido integrar a los discapacitados físicos y psíquicos no podemos olvidarnos de que existe el estreñimiento emocional, la tetraplegia espiritual y la fatuatosis vanidosa múltiple de tipo oligofrénico y de tipo ríspido.
Este verano algún día compartí mi mesa con una india y una mexicana que yo creo que competían a ver quien traía una comida más picante. A mí, que me gusta lo picante, simplemente el olor que desprendían sus fiambreras me hubiera hecho saltar las lágrimas. Este año probé la salsa de rábano picante, que en Barcelona no la hay, y que tengo que conseguir ni que sea por internet. También me gusta contrastar gustos como la naranja y el chocolate o el chocolate y la cerveza. A veces siento la necesidad de comer algo no dulce, lo siguiente, y sin embargo creo que nos estamos haciendo adictos a los alimentos edulcorados o muy salados y que eso no puede ser bueno.
Días de atracones vienen en los que a veces nos encontramos con personajes de nuestras familias a quienes no vemos en todo el año. También en los que echamos de menos a los que se nos han muerto, que en mi caso son los más.

Les dejo una jukebox con La Macanita (Villancicos del Gloria), Berrogüetto (Nadal de Luintra), Andrés Segovia (El noi de la mare), The Monkees (Riu Riu Chiu), el Westminster Abbey Choir (The holy and the ivy) y el Stille Nacht de los niños del Coro de Viena.

Feliz Navidad.




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